¿Contra qué Dios arremeten los ateos actuales? ¿De quién hablan los que creen y los que no creen cuando usan su nombre? ¿Hablamos todos de lo mismo cuando decimos "Dios"?
Miguel Pastorino, aleteia
Hablar de Dios es siempre problemático, porque el frecuente uso de esta palabra termina siempre por corromperla y muchos ya ni siquiera quieren escucharla. Los incontables sufrimientos de los que somos testigos a escala global, encienden la ira de muchos contra “Dios” y otros ni siquiera se preguntan por él. Pero ¿contra qué Dios arremeten los ateos actuales? ¿De quién hablan los que creen y los que no creen cuando usan su nombre? ¿Hablamos todos de lo mismo cuando decimos “Dios”?
Hablar de Dios es siempre problemático, porque el frecuente uso de esta palabra termina siempre por corromperla y muchos ya ni siquiera quieren escucharla. Los incontables sufrimientos de los que somos testigos a escala global, encienden la ira de muchos contra “Dios” y otros ni siquiera se preguntan por él. Pero ¿contra qué Dios arremeten los ateos actuales? ¿De quién hablan los que creen y los que no creen cuando usan su nombre? ¿Hablamos todos de lo mismo cuando decimos “Dios”?
Algunos piensan que no es más que una debilidad idealista, una forma de escapar de los dolores de la vida o de llenar los huecos de las cosas que no comprendemos. Otros creen que es un tranquilizante para nuestras frustraciones, un consuelo para débiles o una hipótesis para mentes que no quieren pensar. A su vez, asistimos a toda clase de violencia en su nombre y de los fanatismos más ciegos que bajo la supuesta fe en Dios arremeten contra la dignidad humana. Muchas personas que pertenecen a una misma iglesia predican todos un dios distinto. ¿A qué Dios creemos conocer?
Los cristianos creemos que Dios se ha revelado plenamente en Jesucristo, si queremos saber cómo es él, hay que ir a la fuente. Para librarse de cualquier idea falsa del Dios de los cristianos, es preciso confrontar nuestra idea de Dios con la manera de ser de Jesús testimoniada en los libros del Nuevo Testamento.
“A Dios nadie le ha visto jamás“(Jn. 1,18).
El acceso a Dios se vuelve complejo cuando toda relación con él es mediada por algo o alguien que no es él mismo. Normalmente proyectamos sobre él imágenes que hemos recibido de otros o de nuestras propias experiencias. Pero el hablar de Dios siempre es limitado, ¿hasta qué punto hablo de Dios, o de la idea que me hice de él?
Siempre estamos peleando contra muchos ídolos, pero nos olvidamos de una idolatría mucho más terrible y sutil, que es tener en la mente y en el corazón una falsa imagen de Dios.
Cuando a partir de la revelación bíblica decimos que Dios es “Padre”. ¿Qué imagen de padre tenemos hoy en nuestra cultura? A muchos jóvenes si le dicen: “Dios es tu Padre”, le estarán diciendo que Dios lo abandonó, que Dios no lo quiere, que Dios solo está para solucionarle problemas económicos, que se olvidó de él, etc. Si les decimos que Dios los ama, ¿sabemos qué experiencia de amor tienen? Tal vez piensen que Dios los usa y los puede cambiar por otro, o que les pedirá algo a cambio de su amor.
Muchos viven aferrados a una determinada idea sobre Dios, que cuando hace crisis, en lugar de purificar la falsa imagen, toda la vida espiritual se derrumba. Algunos ateos cuando dicen “Dios no existe”, lo que niegan es una determinada imagen de Dios que es irreconciliable con lo que esperan de él. Por ejemplo: ¿Cómo puede existir un Dios que permita tantas injusticias?
Y a veces los cristianos colaboramos con el ateísmo cuando decimos -con cierta ingenuidad- disparates totalmente alejados del Dios revelado en Jesucristo. ¿Cuántas veces hemos repetido cosas que están en las antípodas del Evangelio? Cuando alguien sufre, en lugar de abrazar su dolor desde el amor de Dios, decimos frases hechas que deforman a Dios: “Por algo Dios te mandó esta enfermedad, para purificarte”, “Dios así lo quiso”, “Dios tenía otros planes para ti”, y cosas por el estilo, como si Dios mismo enviara calamidades y sufrimientos a sus hijos, para hacerlos más fuertes y santos.
San Pablo afirma que para los que aman a Dios, todo coopera para su bien (Rom 8,31), pero eso no significa que todo lo que suceda sea querido por Dios. Porque estaríamos en manos de un dios arbitrario y cruel. Que Dios permita el mal y que no podamos explicar acabadamente este misterio, no significa afirmar que sea su deseo. Que podamos vivir las dificultades de la vida como oportunidades y nos fortalezcan, no significa fatalmente que “así estaba escrito”. La influencia del paganismo fatalista en la espiritualidad cristiana todavía hoy hace estragos.
¿Ateos de qué Dios?
Muchos ateos en realidad niegan imágenes de Dios en las que tampoco nosotros creemos, y a veces estamos más cerca de ellos de lo que creen. Los cristianos también somos ateos del Dios que negaron los padres del ateísmo moderno: Feuerbach (“tapagujeros”), Marx (alienación, fatalista), Nietzsche (moral esclavizante), Freud (proyección), etc.
Es más, no creemos en un Dios que infantiliza, ni mucho menos en un Dios que limite al hombre, o que sea su oponente, que atente contra la libertad; por el contrario, Él es quien garantiza nuestra libertad. Todos estos intelectuales de la historia que negaron a Dios, negaron los ídolos que muchos cristianos construyeron de Él y que esclavizan espiritualmente a muchos hasta nuestros días.
La misma Iglesia enseña que existen ateos por el mal testimonio de muchos cristianos y la deformada presentación del Dios revelado en Jesucristo: “…en esta génesis del ateísmo pueden tener parte no pequeña los propios creyentes, en cuanto que, con el descuido de la educación religiosa, o con la exposición inadecuada de la doctrina o incluso con los defectos de la vida religiosa, moral y social, han ocultado más bien que revelado el genuino rostro de Dios y de la religión” (Gaudium et Spes, 19).
Nuestra personalidad y la imagen de Dios
La imagen que tenemos de Dios repercute directamente en nuestra forma de ser y al mismo tiempo, es construida desde nuestra propia personalidad. Quienes ven en Dios a una superpotencia despótica que impone una voluntad caprichosa a sus súbditos, serán personas angustiadas, serviles y muy exigentes con sus hermanos de fe. Si la imagen de Dios es vaga y difusa, como una energía impersonal, nuestra fe será etérea y no comprometida con los demás, haciendo de la oración un simple monólogo.
Quienes crean en un Dios que no da lugar a la colaboración humana, suscitará un modo de vida fatalista. Otros reducen la fe a una cuestión social y política, a pura inmanencia, negando toda realidad sobrenatural en nombre del “anuncio del Reino” (sin Dios), reduciendo la salvación a una utopía humana y la teología a sociología. ¿No escuchamos en ámbitos católicos dioses que nada tienen que ver con la revelación cristiana? ¿Cuántos jóvenes crecen con ideas infantiles de Dios que los acompañan durante su vida adulta?
Cuando se afirma que la Virgen María es más misericordiosa que Dios, hacen de Dios alguien menos perfecto -bueno- que María, como un dios del Olimpo griego al que le cambia el humor y al que se puede manipular. Está lleno de publicaciones pseudopiadosas donde se presenta a la Virgen discutiendo con Jesús para salvar a alguien, como si Jesús quisiera regatear la salvación que él mismo nos regala. Se deforma así también el sentido de la intercesión en la oración y el lugar de María en la Historia de la Salvación. Parecería que Jesús resucitado es otra persona diferente del que hablan los evangelios.
Por otra parte, cuando se afirma que una catástrofe natural es a causa de un castigo divino, nos pasamos al paganismo de un dios irascible. Otras veces se presenta a Jesús como un modelo de vida moral y de su divinidad ni se habla. Las imágenes deformadas son incontables.
Y así, vemos con qué facilidad la misma fe puede ser deformada en diálogos cotidianos y hasta en la misma catequesis, donde no hablamos del mismo dios, debido a las imágenes que todos nos hacemos de él. Estas imágenes cambian el sentido del pecado, de la libertad, de la gracia, del amor de Dios, de la pasión de Cristo, de la salvación, de la Iglesia y de la vida eterna. La falta de purificación de las falsas imágenes de Dios no es un tema menor, sino la fuente de muchas crisis de fe y de grandes obstáculos en la evangelización.
Jesucristo: La imagen del Dios invisible
El Dios que se revela en la Biblia es un Dios que afirma al ser humano y lo plenifica, lo ama infinitamente y lo hizo libre para construir su propia vida. Lo hizo colaborador suyo en la obra de la creación, no un títere de un destino fatal o una marioneta para jugar con él, sino que lo hizo un ser libre y responsable.
¿Cómo sabemos los cristianos que nos acercamos a la imagen verdadera de Dios? De todas las imágenes que podamos hacernos de Dios, solo una puede hacerle justicia, solo una es realmente fiel y nos revela plenamente el Dios vivo y verdadero: Jesús.
La Palabra de Dios enseña que: “A Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo único, que está en el seno del Padre, es quien nos lo ha dado a conocer” (Jn. 1,18). “El es imagen de Dios invisible… pues Dios tuvo a bien hacer residir en el toda la plenitud…” (Col. 1,15.19). “En el reside corporalmente toda la plenitud de la Divinidad” (Col. 2,9). “Quien me ha visto a mí ha visto al Padre” (Jn. 14,9).
El Dios de la Biblia es un Dios que es amor[1] y quien se deja amar por él, encuentra un amor que lo hace libre y capaz de entregarse sin medida. Cuando nos encontramos con Dios, su amor transforma tanto nuestra vida que no se puede seguir viviendo igual que antes.
La historia de la teología y de la espiritualidad cristiana son un reflejo de la purificación constante de la imagen de Dios, y es una experiencia de veinte siglos que está disponible para ayudarnos a romper ídolos que nos alejan de Dios, en lugar de acercarnos a él.
Para profundizar:
¿Dios nos ama a todos por igual?http://es.aleteia.org/2015/12/25/dios-nos-ama-a-todos-por-igual/
[1] ¿Dios nos ama a todos por igual?http://es.aleteia.org/2015/12/25/dios-nos-ama-a-todos-por-igual/
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