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martes, 5 de enero de 2016

¿Podemos confiar en los evangelios? Tres nuevas razones para creer



Gustavo Martín autor del artículo
El 2 de septiembre de 1945 representantes del gobierno de Japón firmaron la rendición incondicional del imperio nipón sobre la cubierta del acorazado Missouri. No todos los soldados japoneses se enteraron de la noticia. 30 años más tarde, Iroo Onoda, oficial de inteligencia del ejército imperial japonés, salía de su escondite en la isla filipina de Lubang rifle en mano dispuesto a continuar la lucha. Onoda nunca supero el shock de descubrir, tres décadas más tarde, que la guerra en el Pacifico había terminado. Me venía esta historia a la cabeza al escuchar a la presentadora de un programa radiofónico católico, este pasado día 25 de diciembre, afirmar que los “evangelios de la infancia” de Jesús son muy problemáticos en cuando a su historicidad. “¡Fíjense, decía esta señora o señorita, que Lucas dice que el censo de Cesar Augusto se llevó a cabo cuando Quirino era gobernador de Siria!”.

Los términos que empleaba la comentarista, así como su negativa visión sobre la historicidad de las narrativas evangélicas sobre la infancia de Jesús, eran el pan nuestro de cada día entre los principales académicos de la Biblia hasta hace 20 años. Entre estos académicos destaca el sacerdote católico Raymond Brown, S.S., cuyas teorías sobre la no historicidad de las narrativas de la infancia de Jesús siguen ejerciendo una influencia abrumadora en universidades y seminarios católicos.

Afortunadamente, la situación ha evolucionado notablemente en los últimos dos decenios, aunque muchos sigan atrincherados en su Lubang particular, como si nada hubiera cambiado.

El tema no es trivial. San Pablo tenía razón cuando, en referencia a la resurrección de Jesús, afirmó: “Si Cristo no resucitó…vuestra fe es en vano.” Para San Pablo la gran abundancia de testigos, “de los cuales muchos permanecen vivos hasta ahora,” era evidencia valida de que los hechos en cuestión verdaderamente ocurrieron tal como el evangelio que él predica los detalla. San Lucas comparte la visión de Pablo sobre la importancia capital de la exactitud y veracidad de lo que relata (Lc 1:2-4). Si los detalles que San Lucas y San Mateo cuentan sobre la infancia de Jesús son el producto de una leyenda creada y transmitida anónimamente, tal como aún se enseña en muchas universidades y seminarios católicos, la credibilidad global del testimonio evangélico sobre Jesús, y sobre María, queda dañado irreparablemente.

Mi objetivo en este breve artículo no es otro que el de contribuir a una recuperación plena de nuestra confianza en la historicidad de las narrativas de la infancia de Jesus, tal como siempre ha afirmado la Iglesia. En primer lugar, repasaré brevemente dos recientes avances en la investigación del Jesús histórico, ambos publicados en los últimos 20 años, que han cambiado radicalmente el consenso en relación al género literario e intención de los cuatro evangelios. En segundo lugar repasaré brevemente las dos principales objeciones a la historicidad de las narrativas de la infancia de Jesús, aportando solidas respuestas en base a las más recientes investigaciones al respecto. Por último, recordaremos lo que afirma la Constitución Dogmática Dei Verbum sobre la inspiración e inerrancia de la Biblia, y de qué forma este texto ha sido tergiversado en algunos ambientes eclesiales y académicos.

I. Los evangelios como biografía grecorromana basada en testimonios oculares
La obra de Richard Burridge, What Are the Gospels? A Comparison with Graeco-Roman Biography, publicado originalmente 1992, ha alterado para siempre el consenso académico sobre el género literario de los evangelios.


Desde comienzos del siglo XX hasta la obra de Burridge, la inmensa mayoría de los estudiosos de los evangelios asumían que los tres evangelios sinópticos son un material sui generis basado en tradiciones orales anónimas que se han ido alterando libremente a lo largo de muchos decenios hasta llegar a su edición final por parte de los evangelistas. El modelo más habitual que se tenía en cuenta para estudiar este supuesto proceso de transmisión oral era el del folklore. Consecuentemente, el foco de los estudiosos era primordialmente lo que los evangelios nos revelan no sobre Jesús, sino sobre las comunidades cristianas de las que emanan. Del Jesús histórico poco se puede saber con seguridad, según este consenso de los principales biblistas, en base a los evangelios.

La obra de Burridge ha dinamitado ese consenso. Burridge demuestra que los evangelios, incluyendo a Juan, pertenecen al género literario de la biografía grecorromana, el bios o vita. El género literario de un texto es una cuestión fundamental, ya que determinar el género nos permite en gran medida entender el propósito de esa obra, la forma en la que la audiencia la recibe, y la credibilidad que la audiencia atribuye a la misma. Quince años de investigación permiten a Burridge presentar sus argumentos con evidencias incontestables en forma de gráficos y listas completas de elementos gramaticales, temáticos y estilísticos que los 4 evangelios comparten con biografías de los siglos II AC a II DC. Los evangelios son, por tanto, biografías que se ajustan a muchas de las convenciones del género literario del bios en la antigüedad grecorromana, aunque no a todas. Mientras que muchos de los bioi evidencian una orientación encomiástica y promocional del héroe ante una audiencia concreta, los evangelios no evitan citar frases y mencionar actos de Jesús que causarían enorme rechazo entre los lectores y audiencias de los evangelios. La descripción de la frecuente necedad de los discípulos, el testimonio puesto en boca de mujeres, así como de hombres de lesa o nula reputación para la audiencia, demuestran el compromiso de los evangelistas de transmitir los hechos tal como ocurrieron (Lc 1:1-4).

Los evangelios son biografía escrita como sermón cristológico, están recopilados y editados con un propósito concreto. Con ello, los autores no falsean los hechos sino que seleccionan el detalle, el foco de la narrativa a la luz de una necesidad concreta en la comunidad a la que se dirige el evangelio. En palabras de San Juan, “Jesus realizo muchos otros signos delante de sus discípulos que no están escritos en este libro. Pero estos han sido escritos para que creáis que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios, y para que, creyendo, tengáis vida en su nombre.” (Jn 20:31)

En segundo lugar pero de una importancia igualmente capital es la obra de Richard Bauckham, Jesus and the Eyewitnesses: The Gospels as Eyewitness Testimony, Jesus y los testigos oculares: Los evangelios como testimonio ocular. Contrariamente a lo asumido hasta hace poco por esa mayoría de estudiosos a los que nos referíamos antes, Bauckham demuestra que los evangelistas utilizan como principal fuente los testimonios de múltiples testigos oculares de la vida, muerte y resurrección de Jesús. Las fuentes de las que dependen los evangelistas no son, por tanto, tradiciones anónimas transmitidas y alteradas libremente a lo largo de muchos decenios, sino testimonios de testigos oculares de los hechos, muchos de los cuales siguen vivos cuando Marcos, Mateo y Lucas escriben sus evangelios. En relación a Juan, Bauckham afirma que el testimonio del que él depende principalmente es el suyo propio. Bauckham demuestra que esta disponibilidad de testimonio ocular, especialmente de testigos que aún viven, era también considerada un requerimiento esencial en la historiografía grecorromana de la época.

Lo que resulta más impresionante de la obra de Bauckham es la labor exhaustiva que ha realizado para aportar criterios que nos permitan identificar material proveniente de testigos oculares en los evangelios. Esta labor incluye, por ejemplo, comprobar que los nombres propios mencionados en los evangelios se ajustan exactamente en su frecuencia, distribución y uso a una base de datos de 3000 nombres obtenida de Josefo, de osarios y otras inscripciones, y de fragmentos de papiro de la época en Palestina (Tal Ilan, Lexicon of Jewish Names in Late Antiquity: Part I: Palestine 330 BCE - 200 CE.)

Bauckham muestra que la frecuencia, distribución y uso de los nombres en la diáspora difería notablemente de los datos obtenidos para la región de Palestina. Aun así, los evangelistas, que en su mayoría escribían desde esa diáspora, utilizan esos nombres propios de la Palestina de los años 30 con extraordinaria precisión. Esta exactitud en el uso de los nombres propios por parte de los cuatro evangelistas es compatible con el uso de fuentes de testigos oculares, y no con la elaboración creativa de fuentes por parte de autores separados en el tiempo y el espacio de los hechos en cuestión. De hecho, Bauckham muestra como muchos de esos nombres propios son mencionados porque el evangelista en cuestión está usando un testimonio ocular aportado por él o ella. Por el contrario, un análisis idéntico en los evangelios gnósticos y demás evangelios extra-canónicos resulta devastador en cuanto a la incorrecta presencia, distribución y uso de nombres por parte de sus autores. Estos autores carecían de la pasión evangélica por la exactitud histórica y el testimonio de testigos oculares, y sus obras no encajan en el género de bios.

La iglesia ha seguido de cerca estos avances en el estudio de los evangelios. En 2013Richard Burridge recibió el Premio Ratzinger de manos del Papa Francisco en el contexto de una conferencia celebrada en Roma sobre la historicidad de los evangelios. Es la primera ocasión en la que el premio se otorga a un cristiano no católico. Entre los ponentes estaban también Richard Bauckham y Stanley Porter, el supervisor de mi doctorado en la Universidad de Surrey en 1999. En su discurso, Burridge resumió algunos de los puntos a los que me he referido, y estableció vínculos entre su obra y la de Joseph Ratzinger por un lado, y Verbum Dei por otro.
(http://www.fondazioneratzinger.va/content/fondazioneratzinger/it/news/notizie/rimandi-news/graeco-roman-biography-and-the-gospels-literary-genre.html)II.

II. ¿Se equivoca San Lucas en su narración de la infancia de Jesús?
Las obras de Burridge y Bauckham, entre otros, han cambiado para siempre algunas de las premisas de alto nivel que se daban por sentadas en el mundo de los estudios bíblicos hasta hace veinte años. Entremos ahora en los detalles para dar respuesta a dos de las principales objeciones que se siguen presentando contra la historicidad de las narrativas de la infancia de Jesus, que daba por validas la comentarista radiofónica a la que me referí al principio.


En primer lugar, existe un aparente error en el marco histórico en el que San Lucas coloca el nacimiento de Jesus. En Lucas 2:1-2 el evangelista afirma: “En aquellos días, Cesar Augusto publicó una ley para que se inscribiera en un censo el mundo entero. Este primer censo ocurrió estando al cargo de Siria Quirino (ἡγεμονεύοντος τῆς Συρίας Κυρηνίου). Lucas afirma la coincidencia en el tiempo del nacimiento de Jesus, con el reino de Herodes el Grande, que termina con su muerte en el año 4 A.C., y con el mandato de Quirinio en Siria. Pero Quirinio, según el historiador Judío Flavio Josefo, acudió a ocupar su cargo de gobernador de Siria en torno al año 6 D.C. Este aparente conflicto se puede resolver de varias formas, pero la más definitiva es el resultado de una investigación reciente por parte de los Profesores Steinmann y Rhoads de la Concordia University en Chicago. El participio “mandando” en referencia al mandato de Quirinio en Siria y Judea, se puede interpretar de una forma amplia y no limitada a su cargo oficial como gobernador. Quirinio tuvo cargos de responsabilidad anteriores a ocupar su puesto oficial de gobernador y Lucas puede estar haciendo referencia a ese “mandato” anterior. Por otro lado, Lucas dice que el censo al que él se refiere es el primero, lo que implica la existencia de un segundo. Steinmann cita fuentes Romanas en relación a un censo en todo el imperio en el año 3 A.C. es decir, anterior al censo de Quirino según la cronología de Josefo. Pero la importante novedad que aportan Steinmann y Rhodes consiste no en justificar a Lucas, sino en poner en cuestión la veracidad de la cronología de Josefo sobre el censo de Quirinio, el estándar contra el cual se juzgaba a Lucas hasta ahora. No podemos aquí entrar en los detalles del trabajo de ambos estudiosos, pero baste este sumario que sigue. Sin hacer referencia a San Lucas ni a ningún texto bíblico, los autores retoman una crítica formal de Josefo iniciada hace un siglo por Zahn y otros para argumentar que la narración que hace Josefo el censo de Quirinio y de la rebelión de Judas el Galilieo, es una duplicación errónea de eventos que ocurrieron antes de la muerte de Herodes. Los dos autores reconstruyen las fuentes de las que depende Josefo para apoyar convincentemente su tesis. En base a este trabajo reciente, no es San Lucas, sino Flavio Josefo, el que ha errado en su referencia cronológica.

En segundo lugar, tanto Raymond Brown como Joseph Fitzmyer atacan la historicidad de Lc 2:22-24, la narrativa lucana de la visita de la Sagrada Familia al templo para cumplir los ritos de purificación y de presentación de Jesús. Fitzmyer afirma con gran dogmatismo que de ese requerimiento de presentar al primogénito en el templo no se menciona nada ni en la Biblia hebrea, ni en la Mishna, y que tal requerimiento es desconocido por completo en toda la tradición rabínica Judía. Pero Richard Bauckham ha mostrado como en Números 18, si se menciona el requerimiento de presentar y redimir al primogénito en el tabernáculo (más tarde templo), pasaje que Nehemías 10 interpreta posteriormente de forma acorde con la praxis de la Sagrada Familia en Lucas.



III. Palabra de Dios. ¿Que afirma la Iglesia sobre la Biblia?
En su discurso de aceptación del Premio Ratzinger de manos del Papa Francisco, Richard Burridge hacia numerosas referencias a la Constitución Dogmática Dei Verbum. El trabajo riguroso y tenaz de un biblista católico no puede obviar, a la hora de cimentar su visión sobre la veracidad de los evangelios, las afirmaciones de Dei Verbum, junto y en coherencia con, todo el magisterio anterior. Dei Verbum 11 es quizás el pasaje clave: “Pues, como todo lo que los autores inspirados o hagiógrafos afirman, debe tenerse como afirmado por el Espíritu Santo, hay que confesar que los libros de la Escritura enseñan firmemente, con fidelidad y sin error, la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación.

”El magisterio anterior de la Iglesia habló con más claridad aún, si cabe, sobre la plena inspiración e inerrancia de las Escrituras. A la hora de interpretar este crucial texto de Dei Verbum, es necesario, me temo, referirnos una vez más a la “hermenéutica de la discontinuidad” de la que hablaba Benedicto XVI en 2010 y a la que hice referencia en un artículo anterior. Ciertos intérpretes del concilio, comprometidos con una aplicación del método histórico crítico “libre” de sumisión alguna al magisterio, argumentaron que DV 11 afirma meramente una inspiración e inerrancia parcial de la Biblia. Estos interpretes argumentan que el texto pretende, en realidad, limitar la inspiración e inerrancia a “aquellas verdades” necesarias para la salvación. Por tanto, argumentan estos intérpretes, los evangelios pueden contener, y de hecho contienen, múltiples errores en áreas no relacionadas con la salvación de las almas. Serian estos expertos, debemos asumir, los que educarían a la iglesia sobre qué áreas del texto bíblico son salvíficas y que áreas son mero acompañamiento plagado de errores.

No obstante San Agustín y Santo Tomas argumentan lo contrario, es decir, que Dios no nos dio material inútil en su Palabra, sino solo lo que es necesario para nuestra salvación, y que la inspiración afecta incluso a conclusiones sobre la ciencia. Una lectura cuidadosa del texto de Dei Verbum y de sus notas de pie de página excluye esa lectura revisionista de los defensores de una inspiración parcial. De hecho las notas que los padres conciliares insertan en Dei Verbum 11, hacen referencia a los pasajes de San Agustín y Santo Tomas que hemos mencionado. Además, las notas citan a Leo XIII en su Providentissimus Deus, donde afirma que “Aquellos que mantienen que hay algún error en cualquier pasaje legítimo de Sagrada Escritura, o pervierten la noción católica de la inspiración, o hacen de Dios el autor de tal error.” Los autores bíblicos, afirma Dei Verbum, aun usando sus facultades humanas, escribieron bajo la inspiración del Espíritu Santo “todo y sólo lo que Él quería.” Es esta la interpretación de Dei Verbum 11 que ha validado en 1998 la Congregación para la Doctrina de la Fe en su comentario doctrinal sobre la Professio Fidei.

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