“Cristo nos salva a través de su sangre, pero es a través de nosotros y con nosotros que opera esta salvación”
El beato anglicano convertido al catolicismo y una de las figuras más importantes para la Iglesia católica en el siglo XIX, escribió en 1860 este Vía Crucis que, aunque fue escrito específicamente como texto devocional para su época, todavía es capaz de despertar interés y estimular reflexiones en la actualidad. Tanto es así que, en el año 2001, san Juan Pablo II lo propuso como reflexión para el célebre evento del Viernes Santo en el Coliseo romano. Una reflexión que merece la pena hacer hoy:
Salir de casa de Caifás, arrastrado ante Pilato y Herodes, ridiculizado, golpeado y escupido; su espalda rota por los azotes, su cabeza coronada de espinas… Jesús, que en el último día juzgará al mundo, es Él mismo condenado por jueces injustos al tormento y a una muerte abyecta.
Jesús es condenado a muerte. Su sentencia está firmada; y ¿quién la ha firmado más que yo, cada vez que caigo en el pecado? Caí, perdí la gracia que me habías dado en el bautismo. Mis pecados mortales fueron vuestra sentencia de muerte, oh Señor. El inocente sufrió por los culpables. Esos pecados míos fueron las voces que gritaron “¡crucifícale!”.
Ese afecto, ese gusto del corazón con que los cometí fueron el asentimiento que Pilato dio a la multitud vociferante. Y la dureza de corazón que vino luego, mi disgusto, mi inquietud, mi orgullosa impaciencia, mi terca insistencia en ofenderte, el amor al pecado que se apoderó de mí, ¿qué eran si no los golpes y blasfemias con que los soldados y la plebe te recibieron? ¿No ejecutaron estos sentimientos míos, rebeldes e impetuosos, la sentencia que Pilato había pronunciado?
Maria Paola Daud, Aleteia
Fuente: newmanreader.org
El beato anglicano convertido al catolicismo y una de las figuras más importantes para la Iglesia católica en el siglo XIX, escribió en 1860 este Vía Crucis que, aunque fue escrito específicamente como texto devocional para su época, todavía es capaz de despertar interés y estimular reflexiones en la actualidad. Tanto es así que, en el año 2001, san Juan Pablo II lo propuso como reflexión para el célebre evento del Viernes Santo en el Coliseo romano. Una reflexión que merece la pena hacer hoy:
Salir de casa de Caifás, arrastrado ante Pilato y Herodes, ridiculizado, golpeado y escupido; su espalda rota por los azotes, su cabeza coronada de espinas… Jesús, que en el último día juzgará al mundo, es Él mismo condenado por jueces injustos al tormento y a una muerte abyecta.
Jesús es condenado a muerte. Su sentencia está firmada; y ¿quién la ha firmado más que yo, cada vez que caigo en el pecado? Caí, perdí la gracia que me habías dado en el bautismo. Mis pecados mortales fueron vuestra sentencia de muerte, oh Señor. El inocente sufrió por los culpables. Esos pecados míos fueron las voces que gritaron “¡crucifícale!”.
Ese afecto, ese gusto del corazón con que los cometí fueron el asentimiento que Pilato dio a la multitud vociferante. Y la dureza de corazón que vino luego, mi disgusto, mi inquietud, mi orgullosa impaciencia, mi terca insistencia en ofenderte, el amor al pecado que se apoderó de mí, ¿qué eran si no los golpes y blasfemias con que los soldados y la plebe te recibieron? ¿No ejecutaron estos sentimientos míos, rebeldes e impetuosos, la sentencia que Pilato había pronunciado?
Maria Paola Daud, Aleteia
Fuente: newmanreader.org
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