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viernes, 5 de abril de 2019

¿Somos algo más que un montón de neuronas?

¿Somos nuestro cerebro? ¿Somos realmente libres o es la libertad una ilusión? ¿Todo lo que llamamos mental se reduce a la materialidad de lo que sucede en el cerebro? ¿Son nuestros pensamientos y sentimientos una cuestión de bioquímica cerebral?

En la actualidad hay investigadores que están revolucionando lo que sabemos acerca del cerebro, trabajando sobre las emociones, la memoria, la personalidad y nuestras conductas. El estudio biológico del cerebro ha tenido un impresionante desarrollo en los últimos años y ha dado lugar a un área multidisciplinar que llamamos neurociencias, que a su vez han brindado un nuevo fundamento a la psicología y han cambiado la concepción que teníamos de los procesos mentales, el comportamiento y sus bases biológicas. 
Así han surgido la neurofisiología, la neurolingüística, la neuropsicología, la neurogenética, dentro del campo científico. Pero también se han puesto de moda infinidad de pseudociencias que, promoviendo teorías esotéricas y supersticiosas, las envuelven con el prestigioso prefijo “neuro…” y lo que sigue puede ser cualquier cosa.
El entusiasmo que existe con las investigaciones sobre el cerebro y el desconocimiento que hay a nivel popular en torno al tema, es funcional a muchos que venden discursos mágicos en lenguaje pseudocientífico con la peligrosa ilusión de que podemos predecir y manipular la mente de los otros.
Pero este no es el tema que nos interesa en este artículo, sino el verdadero diálogo crítico que se está dando entre la filosofía de la mente y las neurociencias: ¿No somos más que un montón de neuronas? ¿Somos nuestro cerebro? ¿Somos realmente libres o es la libertad una ilusión? ¿Todo lo que llamamos mental se reduce a la materialidad de lo que sucede en el cerebro? ¿Son nuestros pensamientos y sentimientos una cuestión de bioquímica cerebral?
Para introducirnos en el tema, hemos seguido el ensayo “¿Somos o no somos nuestro cerebro?” (Logos, 2018), del filósofo argentino Dr.Juan Francisco Franck, co-director del proyecto “Cerebro y persona” del Instituto de Filosofía de la Universidad Austral e investigador en la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (Buenos Aires).

La reducción de la mente al cerebro. 

Muchos piensan que nuestras acciones son el resultado de mecanismos cerebrales inconscientes que nos determinan en nuestros actos y experiencias, poniendo en duda la libertad humana y la capacidad de autodeterminación.
Es cierto que estamos condicionados por un incontable número de factores biológicos y culturales, ¿pero eso significa que estamos determinados para actuar en forma programada? Es fascinante ver como hoy la ciencia puede explorar con mayor objetividad cómo algunos procesos inconscientes condicionan nuestra conducta. Pero ¿qué rol juega nuestra conciencia en nuestros actos? ¿Qué lugar ocupan y cómo influyen nuestras creencias y convicciones en nuestra conducta?
Sabemos que también la racionalidad y la deliberación modifican el funcionamiento inconsciente del cerebro, por su natural plasticidad. Algunos autores ven en el excesivo entusiasmo que despiertan las neurociencias, algunos presupuestos filosóficos que se hacen pasar por conclusiones científicas y se cae fácilmente en reduccionismos materialistas que igualan la mente humana al cerebro, como si este fuera la causa de todo lo que pensamos, hacemos o sentimos. Aunque no podríamos hacerlo sin él, eso no significa que haya una relación de causa-efecto. 
“Decir que el cerebro piensa es atribuir a un órgano o una parte de él lo que le corresponde al ser vivo en su totalidad” (Franck, p. 27). Las imágenes coloridas que se pueden ver en una pantalla como resultado de un escaneo del cerebro no son la vida mental, ni tampoco la captan. Los electroencefalógrafos o resonadores magnéticos registran la actividad cerebral de manera indirecta. Lo que muestran son alteraciones eléctricas y químicas cuando una persona está sintiendo, recordando, razonando, decidiendo o imaginando algo.
Sabemos lo que sucede en el cerebro cuando pensamos o sentimos de determinada manera, pero eso no significa que conozcamos la causa directa de nuestra actividad mental. No podría darse sin el cerebro, pero ello no la reduce a él. No podemos localizar ni grabar la experiencia humana, porque, aunque podamos registrar lo que sucede en el cerebro, ninguna tecnología detecta el sentir, el recordar o el pensar como tal.
“Incluso el más entusiasta de los neurocientíficos sabe que no se puede reducir la experiencia del amor humano ni la vivencia de una tarea compartida a un conjunto de mediciones estadísticas. Tal reducción implicaría una lamentable pérdida de información”. (Franck, p. 45). La vida de la mente como la experimentamos es mucho más de lo que podemos observar que sucede en el cerebro. 
“El cerebro produce sustancias químicas, ondas e impulsos eléctricos… La investigación científica respalda también abrumadoramente que hay una correlación y una dependencia entre determinados estados mentales y la actividad en determinadas áreas cerebrales. Negarlo sería ir contra toda la evidencia disponible. Pero también sería una extrapolación aventurada del método científico afirmar que esa actividad produce por sí sola un estado o acto mental”. (Franck, p. 54). Del mismo modo que no son mis pies, sino yo quien camina, no es mi cerebro quien decide o piensa, sino yo. Y el “yo” es irreductible al cerebro. 
Los estudios actuales en neurociencias nos muestran la riqueza y complejidad del ser humano y han contribuido a un mayor conocimiento y tratamiento de enfermedades psíquicas, dificultades de aprendizaje, deficiencias cognitivas y un sinfín de problemas que hace poco no imaginábamos comprender o poder solucionar. Pero la antropología filosófica nos recuerda que es imposible reducir al hombre a un solo aspecto o dimensión de su existencia.
A pesar de los grandes avances en el conocimiento sobre el cerebro, no hay que caer en la ingenuidad de que las neurociencias lo explican todo ni pretender comprender la persona humana únicamente desde el funcionamiento de su cerebro. Sin duda alguna, el cerebro es condición necesaria, aunque no suficiente, para explicar toda la actividad mental. De hecho, por el momento el estudio científico del cerebro no ofrece ninguna teoría empíricamente contrastable sobre el nexo existente entre la mente y el cerebro, entre la conciencia y el sistema nervioso. 
El servicio que presta la reflexión filosófica contemporánea de algunos investigadores en el problema “mente-cerebro”, nos advierte sobre posibles reduccionismos y visiones simplistas que oscurecen la realidad, creyendo que la explican más fácilmente. Y es que “la filosofía consiste en procurar que nada importante ni verdadero se pierda de vista de nuestra comprensión del mundo y del hombre” (Franck, 82).
Bibliografía.
Arana, J. (2015). La conciencia inexplicada: Ensayo sobre los límites de la comprensión naturalista de la mente. Madrid: Biblioteca Nueva. 
Franck, J.F. (2018). ¿Somos o no somos nuestro cerebro? Rosario: Logos.
Sanguineti, J.J. (2014). Neurociencia y filosofía del hombre. Madrid: Palabra. 
Sanguineti, J.J. (2007). Filosofía de la mente: Un enfoque ontológico y antropológico. Madrid: Palabra. 
Vanney, C. y Franck, J.F. (2016). ¿Determinismo o indeterminismo? Grandes preguntas de la ciencia a la filosofía. Rosario: Logos

Miguel Pastorino, Aleteia


















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