La familia relata la curiosa historia que hay tras esta llamada múltiple
La hermana John Peter, el hermano Paul y la hermana Beatrice,
todos ellos hermanos de sangre y además dominicos
La Iglesia crece por atracción, por un testimonio de vida y de fe que provoca en el otro un deseo de pertenecer, de ser, de tener aquello que da la felicidad de ese creyente. Y lo mismo ocurre en muchas ocasiones con la vocación religiosa. Incluso en el seno de una misma familia.
Esto es lo que ha sucedido con la familia Clarke y la espiritualidad dominica. Tres hermanos han acabado en la orden, dos chicas como dominicas de Nashville, uno de los grandes fenómenos vocacionales en EEUU, y un chico como fraile.
Todo fue en cadena y por esta atracción. Beatrice llevó en coche a su hermana pequeña para que visitara a las dominicas de Nashville, pero fue precisamente la hermana mayor la que acabaría primero como monja. Un año más tarde la seguiría su hermana. Y tras varias visitas a la comunidad y conocer en mayor profundidad la espiritualidad dominica fue Paul el que decidió seguir los pasos de Santo Domingo de Guzmán.
Los Clarke son 8 hermanos, tres son ahora religiosos, pero toda la familia coincide en que la fe de sus miembros se ha fortalecido en estos años y gracias a la bendición de Dios de concederles tres vocaciones a la vida religiosa.
La hermana Beatrice, fue la primera de los Clarke en entrar en la vida religiosa.
La hermana Beatrice, la primera ingresar, recuerda que antes de comenzar su tercer año de universidad su hermana pequeña de 17 años le preguntó si podía llevarla a la Casa Madre de Santa Cecilia en Nashville. Lo que no sabía es que ella había dicho a las religiosas que Beatrice podría tener también una llamada.
Dos semanas después llegaron con el coche. “Aunque era mi hermana quien estaba interesada en la comunidad, y era ella quien había hecho todos los arreglos para nuestra visita, la directora de Vocaciones, la Maestra Postulante y la Maestra de Novicias estaban interesadas en mi discernimiento. Preguntaron lo que parecían ser preguntas ordinarias: ‘¿Cuánto tiempo has estado discerniendo?’, ‘¿Qué te atrae de la vida religiosa?’ y ‘¿Por qué te gustan las dominicas?”. Sin embargo, lejos de molestarle estas preguntas era como si en el fondo de su corazón deseara que se las formularan.
De este modo, la hermana Beatrice cuenta que “mi hermana era la parte interesada, y yo sólo era la amable hermana mayor que ejercía de chofer... pero sí, había estado discerniendo desde la Jornada Mundial de la Juventud en Toronto, y sí, me atraía la alegría de la vida religiosa, y sí, ciertamente me atraían las dominicas por su amor al Oficio Divino y su celo por las almas... pero no, esto no era para mí… al menos no todavía”.
Beatrice llegaba con ese freno en su interior, ese miedo a decir sí, dejando todo para el futuro, pero “el gozo confiado que presencié en una hermana tras otra fue un contraste refrescante con mi miedo. Su vida de oración común hablaba del origen de su fuerza y su deseo de compartir el Evangelio testificaba que habían encontrado al Señor. Pero su libertad fue casi demasiado para mí. Con miedo de adentrarme en las profundidades, traté de minimizar la atracción que sentía por la alegría de las hermanas. Traté de asumir una actitud escéptica hacia su alegría, pero sabía que era un regalo de Dios”.
Pero meses después las evidencias pudieron con su escepticismo e ingresó como dominica. Era la primera Clarke.
La hermana John Peter ingresó como dominica poco después que su hermana mayor.
Tras ella siguió su hermana John Peter. Desde niña había tenido una inquietud por la fe, los santos y por las misiones, aunque su vida ha acabado con una misión algo diferente a lo que había imaginado.
“Cuando tenía dieciséis años, leí las Confesiones de San Agustín y eso cambió por completo mi perspectiva sobre lo que significa vivir la fe. Me di cuenta con sorpresa y alivio de que incluso los grandes santos luchan contra las tentaciones y el mal genio. Me di cuenta de que Dios es más grande y más cercano a mí de lo que podía imaginar. Me di cuenta de que Dios desea darnos felicidad. Anteriormente, había pensado en vivir la fe tratando de no equivocarme, tratar de seguir las reglas, tratar de superar mis fallos, tratar de ser buena”, explica.
Gracias a un sacerdote joven muy activo empezó a ir a misa diaria y a la Adoración. Y así surgió la curiosidad de conocer a las dominicas de Nashville en aquel viaje en el que su hermana acabaría descubriendo su vocación.
Tras aquella visita, la hermana John Peter fue a la JMJ de Colonia y pasó por Roma. Allí visitó la iglesia dominica de Santa Sabina donde rezó en la celda de Santo Domingo por su hermana Beatrice que entraba ese día en el convento. Y entonces escuchó: “aquí también hay algo para ti”.
“La Vigilia de la Jornada Mundial de la Juventud con el Papa Benedicto XVI confirmó que sólo Dios podía satisfacer mi deseo de felicidad”, recuerda. Le costó unos meses asimilarlo y darse cuenta que deseaba ir a Nashville pero no sólo para visitar a su hermana.
“En Nashville hablé con mi hermana Beatrice durante una tarde y ella me recordó la historia del joven rico. Ella me preguntó: ‘¿Dónde puedes ser feliz?’. Todo, desde las historias de los misioneros a San Agustín, hasta mi inquietud interior en la Jornada Mundial de la Juventud se unieron. No sé si articulé una respuesta antes de salir corriendo a buscar a la directora de Vocaciones y preguntarle si podía entrar, para seguir a Cristo siguiendo los pasos de Santo Domingo”, concluye.
Paul Clarke decidió hacerse dominico siguiendo el ejemplo de sus hermanas mayores.
Y tras ellas llegó Paul, hermano pequeño de las dos, y ahora fraile dominico. “Con dos hermanas mayores que ya eran dominicas pensé que estadísticamente no debería ser dominico. La cuota familiar de vocaciones parecía estar llena. Así me liberé de la carga y la molestia de una vocación religiosa. Sin embargo, resulta que la providencia de Dios no se basa en análisis estadísticos. Y mucho mejor para mí”, explica la tercera de las vocaciones de los Clarke.
De este modo, el hermano Paul relata que “una vez que mis hermanas entraron a Santa Cecilia y mi familia comenzó a hacer viajes regulares para visitarlas en la Casa Madre en Nashville, la gracia de sus vocaciones comenzó a infiltrarse en nuestra familia. La fe de toda la familia se profundizó y renovó. En Nashville, tuvimos la oportunidad de conocer a una creciente variedad de hermanas y frailes dominicos que parecían haber aprovechado alguna fuente secreta de alegría y libertad. Nunca antes había conocido a personas tan extrañamente felices”.
Para él esos años fueron una dura lucha. “Durante esos años de la escuela secundaria y la universidad, mientras sentía un impulso hacia la vida religiosa, me resistí a la idea de que mi propia felicidad pudiera implicar tal sacrificio. Estaba resuelto a ser el dueño de mi propio destino, el capitán de mi alma, etc. Aún así, mientras trataba de ignorar la promesa de Cristo de que ‘quien pierda su vida, la salvará’, seguí fascinado por la paradójica libertad que vi en la vida dominica”, añade.
Tras haber trabajado un tiempo en una editorial y en una empresa de construcción todo en su vida se dirigía a un mismo camino: los dominicos. “Los votos de mis propios hermanas mayores habían sido un poderoso ejemplo de la alegría de una vida consagrada a Dios. Además, y lo que es más importante para mí, habían demostrado que esa vida es posible”. Y decidió ser fraile dominico.
Javier Lozano / ReL
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