El encuentro entre un hombre y una mujer es necesariamente el encuentro entre dos educaciones que pueden diferir en algunos puntos. Pero, ¿qué podemos hacer cuando la educación que ha sido inculcada a nuestro cónyuge nos molesta?
Con un grado de exigencia mayor o menor, nuestros padres nos han inculcado un cierto número de reflejos, de principios y de valores que han modelado nuestras habilidades sociales en un esquema que, muy a menudo, nos “clasifica” a ojos de los otros. Y puede hacernos rechazar a aquellos que las contravienen.
Es lo que está sucediendo a Alicia, para su gran decepción. Decepción respecto a su marido que no comparte sus códigos, pero también respecto a ella misma, incapaz, dice, de superar estas diferencias de educación que la mortifican.
El incidente más reciente, que ha hecho desbordar el vaso, ha sido cómo Santiago, su marido, le provocó una terrible vergüenza en una comida familiar haciendo “lo que hace muy a menudo”: hablar con la boca llena. Esto que puede parecer anodino a algunos, para Alicia es insoportable.
Además, ella opina que esto choca con los principios de educación que ella inculca a sus hijos. Discreta hasta entonces en sus observaciones a su marido, ahora ya reacciona abiertamente, incluso ante testigos.
Esto crea una zona de tensión, incluso de guerra abierta desde hace algunas semanas. Santiago le ha hecho saber lo mucho que le mortificaba aquello que consideraba una falta de respeto hacia él.
De aquí la pregunta de Alicia: ¿cómo salir de esta situación sin abandonar a pesar de todo los principios de buena educación que le son propios?
Distinguir lo esencial de lo accesorio
Para empezar, sería bueno no censurar a su cónyuge en público, pues su reacción muestra que esta actitud es vivida como irrespetuosa, sin duda como humillante, por no decir infantilizante. Cuando se hace este tipo de recriminaciones a un cónyuge, éste puede sentirse cuestionado en toda su educación.
Alicia afirma, por otra parte, que esto solamente es un epifenómeno y que muchos otros aspectos de la educación que la molestan en las actitudes de su esposo.
Sería, pues, imprescindible distinguir lo esencial de lo accesorio. El encuentro entre un hombre y una mujer es, necesariamente, el encuentro entre dos educaciones que pueden diferir sobre ciertos detalles.
Hay que plantearse, pues, las preguntas correctas: ¿Qué es lo esencial que habría que desarrollar? Y ¿qué es lo accesorio que se podría dejar pasar sin gran perjuicio?
Pero es necesario también –y sobre todo- que nos preguntemos lo que, en nuestra propia actitud, puede molestar a nuestro cónyuge. ¿Por qué no hacer este ejercicio, lápiz en mano, antes de provocar una discusión sobre este tema?
Un buen intercambio interactivo es mucho mejor que un mal punto muerto. Y es una ocasión magnífica para continuar construyendo la pareja.
Marie-Noël Florant, Edifa Aleteia
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