y de sus compañeros
El papa Francisco, el pasado 24 de enero, firmó el decreto que reconoce el martirio de tres presbíteros misioneros españoles de la congregación del Sagrado Corazón de Jesús y siete compañeros laicos guatemaltecos asesinados en El Quiché, por grupos militares al servicio del Estado que, cooptado por una élite racista, siempre ha funcionado para oprimir y exprimir al pueblo e ir en contra de quienes se empeñan en su genuino desarrollo. Los Estados se organizan para afirmar “la primacía de la persona humana como sujeto y fin del orden social”, jamás para ser verdugo de los pueblos.
¡No hay paz sin memoria!
Víctor Manuel Ruano
Los 10 mártires de Quiché son víctimas de esa estrategia de terror que provocó un terrible sufrimiento en numerosas familias guatemaltecas. Este hecho histórico no se puede silenciar, debe mantenerse vivo en la conciencia colectiva de los pueblos que forman la nación guatemalteca. Si callamos esta verdad, como la de muchos otros líderes comunitarios, sindicales, estudiantiles que fueron vilmente asesinados, somos cobardes. La paz por la que luchamos los guatemaltecos está basada en la memoria. ¡No hay paz sin memoria! “La paz es un camino de escucha basado en la memoria”. (papa Francisco).
Sectores que hicieron del Estado su botín, hoy, en connivencia con narcos, tienen sus representantes en algunos diputados, meten sus manos en las cortes y dominan el Ejecutivo, son los que se empecinan en borrar la memoria histórica de este país, para que no se conozca la verdad, no haya justicia pronta ni reparación digna a las víctimas.
Ante esa realidad que amenaza la paz, es responsabilidad de ciudadanos y seguidores de Jesús preservar “el recuerdo de las víctimas, para que la conciencia humana se fortalezca cada vez más contra todo deseo de dominación y destrucción”. En este país “la memoria es el horizonte de la esperanza”, inspira “opciones valientes e incluso heroicas”, pone “en marcha nuevas energías y reaviva una nueva esperanza, tanto en los individuos como en las comunidades”.
Mientras la Iglesia católica, después de una diligente investigación, los declara mártires para nunca olvidarlos, la justicia guatemalteca, como siempre, sigue empantanada, favoreciendo la impunidad, quizá por su incapacidad de llegar a la averiguación de la verdad o por su complicidad con las fuerzas oscuras del Estado que han masacrado aldeas enteras.
Los mártires de Quiché fueron destacados seguidores del Evangelio y servidores de la Iglesia, animando la vida de las comunidades sometidas a un horrendo régimen de terror. Por eso la noticia fue bien recibida por las comunidades cristianas católicas del país, especialmente en aquel departamento, y provocó fastidio en aquellos sectores vinculados al Estado represor. La muerte violenta de estos 10 hijos de la Iglesia es consecuencia de su evangelizadora. Lo dijeron los obispos en el mensaje del viernes pasado: “Evangelizar es la tarea prioritaria de la Iglesia, que se ve iluminada en esta hora por la recién recibida y gozosa noticia de la beatificación de los mártires de Quiché. Nos anima y llena de alegría el reconocimiento de que la ofrenda que hicieron de sus vidas… fue auténtico martirio”.
Enseguida nos dieron sus nombres: “Los padres José María Gran, Faustino Villanueva, Juan Alonso y los laicos Juan Barrera, un niño de 12 años; Rosalío Benito, Reyes Us, Domingo del Barrio, Nicolás Castro, Tomás Ramírez y Miguel Tiú”. Ellos “nos marcan el camino del seguimiento de Jesús en Guatemala”. Ellos “estuvieron animados únicamente por el servicio a Dios y a sus hermanos más pobres, en medio de un tiempo de persecución contra la Iglesia y violencia contra toda la población. Ellos “se constituyen en nuevos testigos cualificados que nos motivan para que sepamos seguir a Jesús en nuestros tiempos”. Ellos “con su intercesión nos sostienen en la perseverancia y fidelidad de cada día”.
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