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miércoles, 1 de diciembre de 2021

Evangelio del día

 

Mateo 15:29-37
Jesús les dijo: "¿Cuántos panes tenéis?


Jesús llegó a la orilla del mar de Galilea y subió al monte. Se sentó allí, y vinieron a él grandes multitudes trayendo cojos, lisiados, ciegos, mudos y muchos otros; los pusieron a sus pies, y los curó. Las multitudes se asombraban al ver a los mudos hablar, a los tullidos recuperados, a los cojos andar y a los ciegos recuperar la vista, y alababan al Dios de Israel.

Pero Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: "Me da pena toda esta gente; hace tres días que están conmigo y no tienen nada que comer. No quiero despedirlos con hambre, pues podrían desmayarse en el camino'. Los discípulos le dijeron: "¿De dónde vamos a sacar pan en este lugar desierto para alimentar a tanta gente? Jesús les dijo: "¿Cuántos panes tenéis?" "Siete", respondieron, "y unos cuantos pececillos". Entonces indicó a la gente que se sentara en el suelo, y tomando los siete panes y los peces, dio gracias, los partió y los entregó a los discípulos, que los repartieron a la gente. Todos comieron cuanto quisieron, y recogieron lo que sobró de las sobras, siete cestas llenas.

Comentario

Bulle

Papa Francisco
Homilía del 30/05/2013 (trad. © Libreria Editrice Vaticana)


¿Dónde encontraremos en un desierto, suficiente pan para saciar el hambre de una multitud?

¿De dónde nace la multiplicación de los panes? La respuesta está en la invitación de Jesús a los discípulos: “Dadles vosotros...”, “dar”, compartir. ¿Qué comparten los discípulos? Lo poco que tienen: cinco panes y dos peces. Pero son precisamente esos panes y esos peces los que en las manos del Señor sacian a toda la multitud. Y son justamente los discípulos, perplejos ante la incapacidad de sus medios y la pobreza de lo que pueden poner a disposición, quienes acomodan a la gente y distribuyen —confiando en la palabra de Jesús— los panes y los peces que sacian a la multitud. Y esto nos dice que en la Iglesia, pero también en la sociedad, una palabra clave de la que no debemos tener miedo es “solidaridad”, o sea, saber poner a disposición de Dios lo que tenemos, nuestras humildes capacidades, porque sólo compartiendo, sólo en el don, nuestra vida será fecunda, dará fruto. Solidaridad: ¡una palabra malmirada por el espíritu mundano!
Esta tarde, en la Eucaristía, de nuevo, el Señor distribuye para nosotros el pan que es su Cuerpo, Él se hace don. Y también nosotros experimentamos la “solidaridad de Dios” con el hombre, una solidaridad que jamás se agota, una solidaridad que no acaba de sorprendernos: Dios se hace cercano a nosotros, en el sacrificio de la Cruz se abaja entrando en la oscuridad de la muerte para darnos su vida, que vence el mal, el egoísmo y la muerte. Jesús también esta tarde se da a nosotros en la Eucaristía, comparte nuestro mismo camino, es más, se hace alimento, el verdadero alimento que sostiene nuestra vida también en los momentos en los que el camino se hace duro, los obstáculos ralentizan nuestros pasos. Y en la Eucaristía el Señor nos hace recorrer su camino, el del servicio, el de compartir, el del don, y lo poco que tenemos, lo poco que somos, si se comparte, se convierte en riqueza, porque el poder de Dios, que es el del amor, desciende sobre nuestra pobreza para transformarla.

Oración

¡Señor, te alabo con todo mi ser porque eres la luz que brilla en mi vida y das sentido a todo lo que me ocurre! ¡Aumenta, Señor, mi pequeña fe! ¡Dame, Señor, con la fuerza de tu Espíritu el valor para sobrellevar todas los acontecimientos de mi vida, la valentía para no temer los problemas que se me presenten! ¡Aumenta mi fe, Señor! ¡Ayúdame a seguir tu Palabra con el espíritu que has puesto en mí! ¡Señor, sé que para ti nada es imposible, ayúdame a seguir tu voluntad! ¡Aumenta mi fe para seguir adelante a pesar de los obstáculos, de los problemas, de las circunstancias, de lo que digan los demás y a pesar de mí mismo! ¡Aumenta mi fe para decirte siempre que «Sí», sin temer a nada! ¡Aumenta mi fe para viviendo en el silencio del corazón impregne todos mis actos de bondad y de entrega! ¡Pero sobre todo, Señor, no me sueltes de la mano para que me no desvíe de la senda correcta sino que se haga tu voluntad en mi en cada paso que de! ¡Señor, te suplico desde lo profundo de mi corazón que no permitas que se extinga la hermosa luz de mi fe! ¡Envíame tu Espíritu, Señor, para que con su gracia mi fe crezca cada día!































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