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jueves, 23 de diciembre de 2021

Cuando un filósofo ateo escribió desde un campo de concentración lo más hermoso de la Navidad

 Sartre

Créditos: Wikimedia Commons / Wikipedia / ushmm.org

Jean-Paul Sartre fue un célebre exponente del existencialismo y un conocido ateo, pero a veces Dios obra de manera misteriosa incluso para aquellos que pretenden negarlo. 

¿Sabías que este filósofo que promovió una corriente de pensamiento que negaba la existencia de Dios escribió una obra de teatro sobre la Navidad? Sí y no solo eso: la escribió mientras estaba preso en un campo de concentración y contiene un relato del momento del nacimiento de Jesús que es de los más bellos que podrás leer.

Cuando Sartre escribió desde un campo de concentración lo más hermoso de la Navidad

Era el año 1940, Francia había capitulado frente al gobierno nazi y Jean-Paul Sartre fue enviado a un campo de concentración. Se acercaba la Nochebuena, y aunque ya Sartre era ateo confieso, accedió al pedido de unos sacerdotes que le pedían que escribiera una obra para representar allí sobre la Navidad. Así lo hizo e incluso representó el papel de rey Baltasar.

La obra no fue autorizada para su publicación sino hasta el año 1962, es decir, veintidós años después. Y es que Sartre nunca estuvo muy cómodo con aquella bella obra que hablaba “en contra” de su ateísmo. Por eso se esforzó en explicar que “se trataba simplemente, de acuerdo con los sacerdotes prisioneros, de encontrar un tema que pueda hacer realidad, la noche de Navidad, la unión más amplia posible entre los cristianos y los no creyentes”.

En esta obra que se conoció como Barioná, Sartre escribió unos de los relatos más hermosos y emotivos que leerás sobre del momento del nacimiento. ¡A veces Dios se sirve de medios extraños!

El pasaje de Barioná sobre el nacimiento dice así:

“La Virgen está pálida y mira al niño. Lo que habría que describir de su cara es una reverencia llena de ansiedad que no ha aparecido más que una vez en una cara humana. Y es que Cristo es su hijo, carne de su carne y fruto de sus entrañas. Durante nueve meses lo llevó en su seno, le dará el pecho y su leche se convertirá en sangre divina.

De vez en cuando la tentación es tan fuerte que se olvida de que Él es Dios. Le estrecha entre sus brazos y le dice: ¡mi pequeño! Pero en otros momentos, se queda sin habla y piensa: Dios está ahí. Y le atenaza un temor reverencial ante este Dios mudo, ante este niño que infunde respeto.

Porque todas las madres se han visto así alguna vez, colocadas ante ese fragmento rebelde de su carne que es su hijo, y se sienten exiliadas de esa vida nueva que han hecho con su vida, pero donde habitan pensamientos distintos. Mas ningún niño ha sido arrancado tan cruel y rápidamente de su madre como este niño, pues Él es Dios y sobrepasa por todas partes lo que ella pueda imaginar.

Y es una dura prueba para una madre tener vergüenza de sí y de su condición humana delante de su hijo. Aunque yo pienso que hay también otros momentos, rápidos y resbaladizos, en los que siente, a la vez, que Cristo, su hijo, suyo, es su pequeño, y es Dios.

Le mira y piensa: ‘Este Dios es mi hijo. Esta carne divina es mi carne. Está hecha de mi. Tiene mis ojos, y la forma de su boca es la de la mía. Se parece a mi. Es Dios y se parece a mi. Y ninguna mujer jamás ha tenido así a su Dios para ella sola. Un Dios muy pequeñito al que se puede coger en brazos y cubrir de besos, un Dios calentito que sonríe y que respira, un Dios al que se puede tocar; y que sonríe.

Es en uno de esos momentos cuando pintaría yo a María si fuera pintor. Y trataría de plasmar el aire de atrevimiento tierno y tímido con que ella adelanta el dedo para tocar la piel pequeña y suave de este niño-Dios cuyo peso tibio siente sobre sus rodillas y que le sonríe.

Eso en cuanto a Jesús y la Virgen María. ¿Y José? A José no le pintaría. Plasmaría sólo una sombra, al fondo del establo, y dos ojos brillantes. Porque no sabría qué decir de José y José no sabe qué decir de sí mismo.

Está en adoración y está feliz de adorar y se siente un poco exiliado. Creo que sufre sin confesarlo. Sufre porque ve cuánto se parece a Dios la mujer que ama y hasta qué punto está ya al lado de Dios. Porque Dios explota como una bomba en la intimidad de esa familia. José y María están separados para siempre por este incendio de claridad. Y toda la vida de José, imagino, será aprender a aceptar“.

¿Qué piensas de este relato del nacimiento de Jesús de Jean-Paul Sartre?

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