Cómo "sobrevivir" a las preguntas embarazosas respecto a un nuevo embarazo sin tomarlas demasiado en serio y conservar la alegría en el corazón por la vida que llega
El primer embarazo fue un verdadero éxito con los demás. Mi marido y yo habíamos padecido más de cuatro años, y finalmente esta gracia especial se nos concedió. Todos nos felicitaban, expresaban sus mejores deseos, acogían con gran emoción esa noticia que para nosotros era la más sensacional y sorprendente que podíamos recibir.
Las reacciones frente al primer embarazo
No solo, como quizá se da por sentado, familiares y amigos, sino también parroquianos, vecinos, conocidos y desconocidos. Nuestro dúo se convertiría en trío, cantaba feliz parafraseando la canción que Timón le canta a Pumba en El Rey León.
Segundo hijo: «Ya tienes la parejita»
Poco después de que nuestra hija apagara su primera velata, descubrimos que esperábamos al segundo hijo. Tengo que decir que fue bien también con Cristiano. Todos felices por nosotros, sobre todo cuando decíamos el sexo. Cada vez que decía: «Es niño», recibía sonrisas y miradas complacidas.
La respuesta que me daban más a menudo era: «Qué bien, ya tienes la parejita, así estás bien, ya no te tienes que preocupar. Has terminado». Y una amiga mía puntualmente añadía divertida: «Sí, la parejita de canarios». Qué risas. Quizá como nunca antes en nuestra sociedad actual se ha impuesto el modelo del hijo único, o como mucho de la «parejita».
Cuando buscas un embarazo que no llega
Abro un paréntesis. Los cuatro años de infertilidad me habían endurecido mucho en muchos sentidos. Había aprendido a aceptar y sonreír ante los comentarios más o menos infelices de los demás sin tomármelos a mal, sino tratando de captar su lado torpe, divertido, limitado, solo para no volverme ácida o agresiva, y mantener una actitud benévola e incluso divertida.
“¡Pero entonces no te casaste porque estabas embarazada!», “¿cuándo llenaremos esa pancita vacía?”, “¿todavía nada?”.
En ciertos momentos de sufrimiento tales frases, o incluso más inofensivas, me parecían puñaladas. Hasta que aprendí a responder pidiendo a cualquiera que orara por nosotros, por nuestro deseo de ser padres. Paréntesis cerrado.
El tercer embarazo y el temor del juicio de los demás
Cristiano estaba por cumplir un año cuando me quedé embarazada por tercera vez. No sé bien por qué motivo, pero junto a la alegría que sentí enseguida, sentí por dentro una ansiedad por lo que pudieran pensar o decir los demás.
Y por «los demás» me refiero a todo el mundo. Y no me había sucedido antes. «¿Qué dirán? le preguntaba a mi marido. «El tercero seguido, todos son chiquitos». Y me impedía experimentar plenamente la alegría incomparable de la maternidad.
Pasado el primer trimestre empezamos a dar la noticia. En la mayoría de los casos reacciones positivas, nuestras familias de origen realmente felices, y también parientes, amigos.
“Pero no puedes con dos, ¿cómo harás con tres?”
Mi abuela paterna reaccionó al principio así: “Pero no puedes con dos, ¿cómo harás con tres?”. Me molesté en ese momento, lo admito, pero luego entendí su preocupación. Inmediatamente después de disculparse, muy apenada, me mostró toda su felicidad y esa sombra de arrepentimiento desapareció de mi corazón.
“¿Lo querían o solo pasó?”
Me acuerdo del día en que una persona me dijo muy seria: “¿Otro? ¿otro hijo?». Y luego: «Pero, ¿lo querían o fue un accidente?”. La fatídica frase fue pronunciada. Yo que normalmente no suelo tener una respuesta de inmediato, sino que me llega más o menos tres días después frente al espejo, respondí enseguida que lo habíamos querido y había llegado.
Acaso se tiene la concepción absurda de creer que se puede obtener inmediatamente lo que se desea, de crear vida solos y al instante: queremos un hijo, lo hacemos. Pero no funciona así. Nosotros estamos llamados a cooperar con el Creador al dar la vida. A menudo se nos olvida.
Las bromas cuando estás nuevamente embarazada
Sin embargo, después de: «¿Querías o fue un accidente?» vienen también frases como: «Tres es el número perfecto, está bien». Y luego: «¿Vas a parar o quieres el equipo de futbol?» y otros chistes similares.
Ahora sonrío, pero en aquellos meses me agitaba un poco, buscaba la mirada de mi marido esperando que respondiera él en mi lugar. Pero el problema era mío, no el de mis interlocutores.
Cómo “sobreviví”
¿Sabes cómo me sacudí el peso del juicio de otras personas? recordándome la santa jaculatoria que nos había enseñado don Fabio Rosini: “¡Qué rayos!”. Y luego releyendo unas palabras del Santo Padre que había encontrado en Aleteia hace unos años. Aquí están, se las comparto:
A cada mujer embarazada quiero pedirle con afecto:
Cuida tu alegría, que nada te quite el gozo interior de la maternidad.
Ese niño merece tu alegría. No permitas que los miedos, las preocupaciones, los comentarios ajenos o los problemas apaguen esa felicidad de ser instrumento de Dios para traer una nueva vida al mundo.
Ocúpate de lo que haya que hacer o preparar, pero sin obsesionarte, y alaba como María: «Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su sierva» (Lc 1,46-48).
Vive ese sereno entusiasmo en medio de tus molestias, y ruega al Señor que cuide tu alegría para que puedas transmitirla a tu niño.
De la exhortación apostólica Amoris Laetitia (punto 171).
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