El sacerdote Rafael Guzmán cuenta dos intervenciones milagrosas de Dios
Rafael Guzmán sufrió una fuerte adicción desde la infancia:
su sanación milagrosa le hizo deberle todo a Dios y ser sacerdote.
Sudores fríos, temblores, desesperación... son solo algunos de los síntomas del síndrome de abstinencia que Rafael Guzmán experimentó desde que era un niño. En Bolivia, por pura inocencia, comenzó a beber precozmente hasta que quedó completamente enganchado. Sin fe ni práctica religiosa, acudió a regañadientes a un retiro de oración y al ver la felicidad de los católicos, supuso que repartían drogas en los confesionarios que les hacía estar alegres. Dos experiencias milagrosas le harían saber que para él, no estaba perdido.
Invitado al canal El rosario de las 11 pm, Guzmán relata que probó el alcohol con tan solo ocho años: "No deseaba ser alcohólico", pero mientras cuidaba al ganado en los campos de Bolivia vio como los vaqueros comenzaban a beber dulces licores y, "por curiosidad", empezó a consumir con ellos cada noche durante tres meses.
Al volver a la ciudad tres meses después, se sintió perdido. "En cada fiesta o cumpleaños, cogía una botella de ron y comenzaba a beber hasta que quedaba atontado. Creé un vicio no por gusto personal, sino por el gusto de lo dulce e imitar lo que otros hacían", explica.
Pero pronto quedó atrapado en la "euforia y enajenación" que le producía y con 14 años estaba completamente adicto. Bebía al antes, durante y después del colegio y cuando no bebía, "no entendía por qué comenzaba a sudar, a temblar y a sentirme perdido. Necesitaba hacerlo".
Sin control, no le importaba nada
Comenzó a meterse en peleas, sus resultados escolares eran desastrosos y cuando comenzó a ser consciente trató de dejarlo por sus propios medios, pero no pudo. Explica que llegó un punto que perdió todo control sobre sus capacidades motrices y su propia voluntad.
De pronto, su madre cayó gravemente enferma. "No sabían lo que tenía, la operaron, la ingresaron y por último la devolvieron a casa sin saber qué hacer", en medio de "fiebres muy altas" y sin sensibilidad en brazos y piernas, explica.
Pero en aquel tiempo, la poca voluntad que le quedaba la destinaba por completo al alcohol: "Pensaba que mi madre lo hacía a propósito para que yo no saliese de noche. Creía que mentía y comencé a desearle la muerte mientras se deterioraba".
La salud de su madre acaparó todos los gastos, muchas veces no tenían "ni para comer" y el alcohol empezó a ser difícil de conseguir. "Caminaba como loco, sin dinero, caminando sin rumbo kilómetros y kilómetro hasta que oscurecía y volvía a casa, pero no aguantaba el vacío que sentía", menciona.
En un retiro, pero alejado de un Dios "castigador"
Una noche de Semana Santa, un conocido le invitó a un retiro de oración pero lo único que conocía de la fe era la imagen "vieja, arisca y castigadora" de Dios que le presentaron las religiosas en la escuela. "Algo en mi corazón hacía que le rechazase y prefería no creer", explica.
No quiso saber nada del retiro hasta que al día siguiente, su amigo consiguió que le rebajasen el precio a la mitad.
"Con tal de no ver tus mentiras, me voy a un retiro", le dijo a su madre enferma. El mismo Rafael cuenta que sus intenciones no eran buenas, pues creía que iban "a beber pasarlo bien en el sentido mundano con mujeres".
La realidad fue bien distinta y quedó sorprendido ante la oración, los cánticos de alabanza y el fervor con que los jóvenes adoraban al Señor animados por el sacerdote.
"¿Qué es todo esto?", se preguntó. Especialmente al ver una larga fila de personas que esperaba a ver al sacerdote. "Vamos a confesar nuestros pecados", le dijeron.
Su sorpresa allegó al extremo cuando veía que no pocos entraban llorando y salían con una sonrisa en la cara. "Ya sé por qué la gente es así en este lugar, el sacerdote reparte marihuana a los muchachos y por eso salen riendo", pensaba.
El poder sanador de Dios
El último día de retiro, el joven comenzó a sentir de nuevo como su cuerpo se revolvía y demandaba el alcohol cuando un joven cogió el micrófono y comenzó a hablar.
"El Señor tiene poder para sanar tu vida, para rescatarte, para sanar a tu familia, a tu madre…" comenzó. En ese momento había captado su atención y sin saber por qué, comenzó a llorar sin poder controlarlo. "No sabía qué me pasaba, se rompió algo dentro de mí, fui sacudido de una manera tan fuerte que me quedé en silencio sin saber lo que ocurría", explica.
"Cuando volví a casa y vi a mi madre temblando, me di cuenta de que realmente yo la estaba matando con mi vida", recuerda.
Desde aquel momento, una serie de extraños sucesos comenzaron a perseguirle. El primero fue el siguiente fin de semana, cuando comenzó a beber sin control, como en una especie de "venganza" por no haber podido hacerlo durante el retiro. "Fue como si hubiese tomado agua, no me afectó", recuerda.
"¿Qué me han hecho en ese retiro?", se preguntó durante días. Poco tiempo después, su amigo le invitó nuevamente a unas jornadas de oración y testimonios, donde escuchó multitud de sanaciones de padres, madres e hijos… y también de alcohólicos.
El "adiós" milagroso a una adicción
"Llegué a casa, me encerré en el baño y, sin saber rezar, dije: `Señor, si es verdad lo que dijo la gente, no quiero beber más´", rezó. Durante un mes no pudo dormir, temblaba histérico y se encerraba toda la noche en el baño de rodillas, pidiendo ayuda para evitar el alcohol. Desde entonces, son 21 años los que lleva sin beber: "El Señor me lo arrancó".
El joven no entendía nada, pero continuó yendo a los retiros "ansioso por saber qué había pasado". Guzmán iba a contar su testimonio cuando el sacerdote dijo: "No quiero nada de hablar de cómo has dejado de fumar, de beber… ¡Eso es fácil! Quiero que des testimonio de lo que Dios ha hecho en tu vida".
Entonces comprendió que él no había sido el único salvado por el Señor: "Lo que los médicos, el hombre, el dinero o la medicina no pudieron hacer lo hizo el Señor. Mi madre estaba totalmente sana y también la relación en mi familia, los estudios… me dijeron que no servía para nada y terminé mi carrera de ingeniería ambiental, un grado superior y trabajando en una empresa de importaciones", relata.
"El Señor me transformó, se lo debía todo y se lo sigo debiendo, y nunca voy a poder pagarle lo que ha hecho en mi vida. Por eso me hice sacerdote. Y eso es lo que también quiere hacer en tu vida, si tienes el valor. Depende de ti"; concluye.
J.M.C., ReL
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