y hoy es la que cuida a los pequeños
Hace 60 años, un hombre y una mujer llegaron al orfanato de la Divina Providencia e Hijas de María, en la colonia Agrícola Oriental, en México. Traían un niño de dos años y una bebé casi recién nacida, de apenas 15 días. Los dejaron a las religiosas con la promesa de que un día volverían a por ellos.
Esa bebé es hoy la hermana Mayín, la superiora de la comunidad desde hace tres años. Ella fue acogida y ahora ella es la acogedora. Esperó encontrar algún día a sus padres y sabe lo que sienten muchas de las niñas que atiende hoy. Ha contado su historia Vladimir Alcántara Flores en Desde la Fe, el semanario de la arquidiócesis de México.
Una infancia muy feliz aunque austera
La hermana Mayín recuerda que su infancia con su hermanito y las religiosas fue muy feliz.
“Tenía yo unos 8 años cuando empecé a darme cuenta de la manera en que las madres se desvivían por nosotros y por todos los demás niños; y a cobrar conciencia de que también existía un mundo allá afuera. No era que no saliera. Era que empezaba a entender la realidad”, recuerda.
Más adelante su hermano creció y tuvo que ir a otra casa hogar para chicos algo mayores. Ella se quedó. Miraba a las religiosas a su alrededor y le llamaba la atención el reto de ser como ellas.
Aún no tenía 10 años y ya sentía un deseo de ser religiosa de la Divina Providencia e Hija de María. Esta comunidad, fundada por la hermana María de los Ángeles Ybellez, siempre se esfuerza por preparar a las niñas para el futuro, hablándoles del matrimonio y de la vida religiosa.
“El matrimonio me sonaba bien. Yo tenía suerte con los muchachos y me hicieron varias propuestas de noviazgo. Y, además, crecía en mí un deseo imposible de cumplir dentro de la comunidad por la pobreza en la que vivíamos: ir a Disneylandia”, recuerda de su adolescencia.
Vocación clara... y preguntas sobre su origen
A los 15 años dejó a un lado su sueño de ir a Disneylandia, cerró la puerta al matrimonio y decidió pedir formalmente su ingreso en la comunidad religiosa. La norma exigía tener al menos 17 años, pero el entonces Vicario para la Vida Religiosa le otorgó un permiso especial
Así empezó su vida de religiosa, que vivía con alegría y plenitud. Pero en su interior se mantenía la pregunta sobre su origen.
"Siempre me preguntaba por mis papás. ¿Quiénes eran? ¿Cuáles serían mis raíces? ¿De dónde vendría yo? ¿Por qué me habrían dejado?"
Toda su vida la había pasado en la casa de acogida, y sabía bien las razones que llevaban a algunos padres a dejar a sus hijos. A veces, lo sabía, era la pobreza absoluta: que el niño al menos tuviera alimento asegurado. Sospechaba que por eso la dejaron a ella y su hermano y no sentía rencor por ello.
“Y si algo habría que perdonarles, yo desde el principio perdoné a los dos. No les podría guardar rencor. Me dejaron al inicio de un camino en el que siempre está Dios, y en el que encontré la alegría que hay en el servir”, explica.
Un día llegó un matrimonio...
Cuando la hermana Mayín tenía 40 años, llegó a la casa hogar una señora con su marido. Preguntaban por unos niños que habían dejado hace mucho tiempo: un niño de dos años y una más pequeñita, detallaron.
“Sentí una emoción que no puedo describir. Sólo atinaba a pensar: ‘¡Dios bendito!’. ‘¡Me vienen a buscar!’. Yo quería decirles: ‘¡Soy yo! ¡Soy yo!’. Quería levantar la mano, que me vieran. Les preguntaron: ‘Hace cuánto los dejaron’. ‘Pues hace como 38 años’, dijeron los señores’. Y mi corazón se seguía llenando de emoción.
Entonces el matrimonio reveló el nombre de los niños: Margarita y Leonardo. Y la hermana Mayín supo que no se trataba de ella y de su hermano, sino de otros que habían sido recibidos de forma similar. Las religiosas pusieron en contacto a este matrimonio con Margarita y Leonardo, ya adultos en el mundo.
"Fue muy conmovedor verlos nuevamente juntos. Fue algo muy bonito. Esto me sucede cada vez que los niños se reencuentran con sus familias”, explica.
Ella no ha encontrado a sus padres terrenales, pero se alegra viendo familias que se reencuentran y cuidando a gran cantidad de niños que van pasando por su vida.
“Mis papás dijeron que regresarían. Yo a veces digo en broma: ‘A lo mejor no les ha dado tiempo’. Ya no creo que vengan. Eso sí, le pido a Dios me conceda encontrármelos en el cielo, y darles las gracias de todo corazón por haberme dejado aquí, en un lugar en el que pude poner mi vida al servicio de Dios y de los niños.
Servir a Dios... y alguna sorpresa
Hoy la casa hogar de las Religiosas de la Divina Providencia e Hijas de María alberga a 85 niños. Les atienden entre 5 religiosas. “Cinco son los dedos de una mano: cada dedo es diferente al otro, cada dedo cumple una función distinta, pero al cerrarse la mano se hace mucha fuerza y se pueden lograr muchas cosas”, señala la hermana Mayín.
A los niños les anima a no renunciar a sus sueños y confiar en que Dios puede enviar regalos inesperados y sorpresas. Y tiene un ejemplo que anima a muchos.
Cuando tenía 21 años, la mandaron a Tijuana una semana junto con otras hermanas para participar en un congreso de Pastoral Vocacional. Un señor con dinero era el patrocinador y se encargaba de los gastos. Acabado el congreso, el señor las animó a quedarse un día más para llevarlas a un sitio apartado que quería enseñarles, saliendo muy pronto por la mañana.
“Apenas subí al coche, me quedé dormida. Cuando llegamos, el señor nos dijo que despertáramos. Abrí los ojos y vi una cosa maravillosa que me hizo llorar de alegría: ¡Estábamos en Disneylandia! No podía dejar de llorar. El señor nos dio dinero para comprar lo que quisiéramos. Compramos recuerdos para nuestras hermanas. Y a mí que me encanta sacar fotos, me regaló seis rollos para tomar cuantas quisiera”.
Así que su sueño de Disneylandia se cumplió. Y así lo cuenta a los niños de la casa. “Si tenemos un sueño, si lo deseamos con todo el corazón y se lo pedimos a Dios, un día, en el momento más inesperado, Él nos da la oportunidad para alcanzarlo”, propone.
ReL
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