¿Aún estás esperando a que un familiar tuyo cambie? Y peor aún ¿tu afecto está condicionado a que cambie, y si no lo hace, de plano ya no lo quieres?
Eso de querer cambiar a los demás, o estar a la espera de que algún día van a cambiar, es algo que estresa mucho y suele causar constantes frustraciones.
¿Aún estás esperando a que un familiar tuyo cambie? Y peor aún ¿tu afecto está condicionado a que cambie, y si no lo hace, de plano ya no lo quieres?
El valor tan grande que tiene el principio de aceptación, es uno de los más significativos avances en el crecimiento y la madurez.
Aceptar a las personas como son, es un acto de caridad, es practicar el amor incondicional. Te quiero tal y como eres; desde luego que habrá algo que no me agrade de ti pero lo puedo pasar por alto, porque mi amor a ti es mayor que mi intolerancia.
Aceptar, es no querer corregir o buscar los defectos y las fallas de alguien, y reconocer que así como están, son aceptables.
Uno de los principales dramas de las relaciones intra familiares, es el hecho de estar supervisando y vigilando el comportamiento de los seres queridos, para corregirlos y señalarles los errores que están cometiendo. Es una manera inadecuada de mostrar aceptación al otro, porque más bien se está haciendo evidente que los estamos observando con una mirada llena de críticas y juicios, sobre lo que son o están haciendo.
Se agrava el asunto, cuando además de vigilar, nos molestamos y nos altera, hasta el punto del enojo o la desesperación, por lo que nuestro ser querido está haciendo que no nos parece. Y además, nos damos el permiso de regañar, querer dar lecciones y sermones. Lo que conlleva a que las relaciones se deterioren y compliquen aún más.
Amar es aceptar
En cambio, cuando llegas a a la feliz conclusión de aceptar, con cariño y determinación, que lo quieres a pesar de sus defectos. Entonces si estás recibiendo los beneficios directos de amar incondicionalmente y aceptar que las cosas están bien, como son, aunque a ti no te parezcan.
Finalmente, los desplantes de reclamo y regaño constante a tu pareja o hijos, acaban por ser un ejemplo, muy claro, de que no los aceptas. De que te molesta su manera de ser y de que quisieras que modificarán las cosas que a ti te incomodan.
Estás pensando en ti, en vez de en el otro. quieres que te den gusto a lo que tu esperas, y no toleras que no cumplan tus expectativas. Y, una actitud así, tiene tintes de egoísmo y de la necesidad de controlar a los demás y al no respetar su modo de ser. Lo que implica, que no los estás aceptando tal y como son.
Aceptar, es fluir con los demás, es que cada quien sea de la manera que quiere ser. Sin que se respire un aroma de intolerancia y supervisión.
Dice un sabio dicho popular, que el verdadero amor, es aceptar, plenamente la voluntad de Dios, que se haga la suya y no la nuestra. Pues pase lo que pase, los planes de Él son mucho mejores que los nuestros. Si realmente queremos estar en sus manos, pues lo que suceda, es su voluntad. Y aceptarlo, de un buen modo, es reconocer que su misericordia y gracia, son infinitamente superiores a cualquier cosas que a nosotros se nos pueda ocurrir.
Solo puedo cambiarme a mi mismo
Si acepto mi realidad y a mi persona, también he de hacerlo con la vida de los demás, y en eso consiste el sentido del respeto. Así también, de paso, cumplimos con la regla de oro al «hacer al otro, lo que nos gustaría que los demás nos hicieran». Si quiero que me quieran y acepten como soy, sin que me estén corrigiendo, pues tendré que hacer lo mismo con los otros.
El camino de la aceptación nos acerca más a la armonía con la vida, a vivir con mayor equilibrio y a descubrir la realidad, de que en vez de querer cambiar a los demás, sólo tengo el poder de cambiarme a mí mismo y tratar de ser mejor persona. Desde luego, aceptando tus errores y defectos y proponiéndote superarlos de una manera firme y decidida.
De ésta manera no caemos en la tentación de ser conformistas y de dejar de esmerarnos por mejorar. Lo que implica que, aceptar es también reconocer que nos equivocamos y que podemos corregirlo, pero en nosotros mismos y no en la vida de los demás. Que allí es donde empieza el conflicto en la relaciones humanas. Pues en «vez de querer ver la paja en el ojo ajeno, no miramos la viga que tenemos en nuestros propios ojos».
Así que hagamos un especial esfuerzo por aceptar a tus seres más cercanos, tal y como son, resulta un muy buen inicio para practicar, más conscientemente nuestra caridad.
Guillermo Dellamary, Aleteia
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