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martes, 7 de junio de 2022

Evangelio del día


Evangelio según San Mateo 5,13-16.

Jesús dijo a sus discípulos:
Ustedes son la sal de la tierra. Pero si la sal pierde su sabor, ¿con qué se la volverá a salar? Ya no sirve para nada, sino para ser tirada y pisada por los hombres.
Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad situada en la cima de una montaña.
Y no se enciende una lámpara para meterla debajo de un cajón, sino que se la pone sobre el candelero para que ilumine a todos los que están en la casa.
Así debe brillar ante los ojos de los hombres la luz que hay en ustedes, a fin de que ellos vean sus buenas obras y glorifiquen al Padre que está en el cielo.


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

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Bulle

Concilio Vaticano II
Decreto sobre el apostolado de los laicos « Apostolicam actuositatem », § 5-6


«Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo»

La obra de la redención de Cristo, que de suyo tiende a salvar a los hombres, comprende también la restauración incluso de todo el orden temporal. Por tanto, la misión de la Iglesia no es sólo anunciar el mensaje de Cristo y su gracia a los hombres, sino también el impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico. Por consiguiente, los laicos, siguiendo esta misión, ejercitan su apostolado tanto en el mundo como en la Iglesia, lo mismo en el orden espiritual que en el temporal: órdenes que, por más que sean distintos, se compenetran de tal forma en el único designio de Dios, que el mismo Dios tiende a reasumir, en Cristo, todo el mundo en la nueva creación, (2Co 15,17) incoacti¬vamente en la tierra, plenamente en el último día. El laico, que es a un tiempo fiel y ciudadano, debe comportarse siempre en ambos órdenes con una conciencia cristiana.
La misión de la Iglesia tiende a la santificación de los hombres, que hay que conseguir con la fe en Cristo y con su gracia. El apostolado, pues, de la Iglesia y de todos sus miembros se ordena, ante todo, al mensaje de Cristo, que hay que revelar al mundo con las palabras y con las obras, y a comunicar su gracia. Esto se realiza principalmente por el ministerio de la palabra y de los Sacramentos, encomendado especialmente al clero, en el que los laicos tienen que desempeñar también un papel importante, para ser "cooperadores de la verdad" incoactivamente aquí en la tierra, plenamente en el cielo (3 Jn., 8). En este orden sobre todo se completan mutuamente el apostolado de los laicos y el ministerio pastoral. A los laicos se les presentan innumerables ocasiones para el ejercicio del apostolado de la evangelización y de la santificación. El mismo testimonio de la vida cristiana y las obras buenas, realizadas con espíritu sobrenatural, tienen efica¬cia para atraer a los hombres hacia la fe y hacia Dios, pues dice el Señor: "Así ha de lucir vuestra luz ante los hombres, para que viendo vuestras buenas obras glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mt., 5,16). (EED)

Oración

Otro día más respondo a tu llamada y me siento a tu lado para escucharte. ¿Qué cosas me enseñará tu palabra hoy? A mí me encanta cuando me explicas las cosas a través de ejemplos, de parábolas. Así lo entiendo todo mucho mejor. Porque reconozco que a veces me cuesta un poco. Con ejemplos todo es más sencillo.

La lectura es una adaptación del evangelio de Mateo (Mt 5, 13-16):

Lo bueno de Jesús es que hablaba con ejemplos que todos podían entender. Como cuando les dijo: «Vosotros sois la sal de la tierra. Imaginad que la sal pierde el sabor; entonces ¿cómo iba a servir para cocinar? Pues vosotros igual. Tenéis que ser sal que de sabor al mundo».

También les puso el ejemplo de la luz. Les decía: «Vosotros sois la luz del mundo. Para que todo se vea bien. Si tienes una linterna en la oscuridad, no es para dejarla apagada, sino para encenderla, porque así, con ella encendida, ves y te puedes mover. Pues vosotros, igual. Tenéis que ser luz». Claro, no significaba que fueran a brillar, sino que la luz eran las palabras buenas, las buenas obras, y la fe de cada uno.

Jesús no trae hoy dos ejemplos de la vida cotidiana. La sal y la luz. Pero, ¿qué tendrán en común estos dos elementos? Piénsalo por unos instantes y toma nota si es necesario.

¿Sabías que la sal era un bien caro y escaso en tiempos de Jesús? A muchas personas se les pagaba con sal en vez de dinero. De ahí proviene la palabra “salario”. Hoy en día todos tenemos sal en casa y es algo barato y cotidiano. Pero cuando Jesús dijo a sus amigos que eran la sal de la tierra, estaba pensando en esas cualidades extraordinarias de la sal. Única, preciada, exclusiva. Así eres tú para Jesús. Eres único y maravilloso.

La sal, además, es lo que da sabor. Da ese toque a los platos. Sin la sal las cosas son insípidas, sosas, sin encanto. Tú das sabor a la vida de los demás. Piensa qué harían tus amigos, tu familia, tus compañeros sin ti. Sus vidas no tendrían gracia. Jesús, que yo dé sabor a la vida de los que me rodean.

Ahora, cierra los ojos. piensa por unos instantes cómo sería vivir todo el tiempo así. A oscuras. Sin ver a nuestros seres queridos. Sin disfrutar del cielo azul. Todo sería mucho más triste. ¿verdad? Además seguramente te sentirías asustado, desorientado. Porque sin luz no sabemos hacia donde ir.

Por eso Jesús nos dice que somos la luz del mundo. Porque nos da la tarea de alegrar y guiar la vida de los demás. Jesús que mis obras y mis palabras iluminen mi camino y el de los que me acompañan.

Eso es, seguro que lo has pensado. La sal y la luz tienen algo en común. Y es que ambas pueden producir un gran cambio. Tan sólo unos granitos de sal vuelven sabrosa una comida. Y con tan sólo encender una linterna, todo se ve más claro. Jesús, haz que seamos capaces de cambiar las vidas de quienes me rodean con pequeños gestos. Que seamos capaces de alegrar al triste. De enseñar a quien no sabe. De acompañar a quien está solo. Y así estar, cada día, más cerca de ti.

Quisiera un corazón bueno con el sabor del buen pan,
que esté en la mesa de todos, que solo sepa a fraternidad.

Dámelo, dame un nuevo corazón
y en la palma de tu mano guárdalo y repártelo.

Quisiera un corazón limpio como un pozo de verdad,
que ni se cierre ni aturda, que no pretenda nunca engañar.

Quisiera un corazón libre sin atarse y sin atar,
que deje atrás lo que pesa, que nunca busque hacerse notar.

Quisiera un corazón pobre que no intente acumular,
que luche y tenga esperanza, que esté dispuesto siempre a arriesgar.

Dame un nuevo corazón interpretado por Al-Haraca, «Palabras de vida.»

Sé Tú mi luz, Jesús, sé Tú mi sal

Cuando todo a mi alrededor parezca oscuro,
Cuando me falten las ganas de brillar,
Cuando sin guía ni faro pierda el rumbo,
Sé Tú mi luz, Jesús, sé Tú mi sal…

Cuando los días, tristes, no tengan sabor,
Cuando la gente ya no sepa disfrutar,
Cuando nos falten el cariño y el amor,
Sé Tú mi luz, Jesús, sé Tú mi sal…

Y sabré al final, Señor, que eres Tú
Quien todo con su amor puede cambiar,
Quien cambia la noche por el día con su luz,
Quien da sabor y sentido a nuestra vida con su sal.

Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo,
como era en un principio, ahora y siempre,
por los siglos de los siglos. Amén.

(alforjasdepastoral)
























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