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lunes, 6 de junio de 2022

Evangelio del día


 

Evangelio según San Juan 19,25-34.

Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: "Mujer, aquí tienes a tu hijo".
Luego dijo al discípulo: "Aquí tienes a tu madre". Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: "Todo se ha cumplido". E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.
Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas,
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.


Extraído de la Biblia: Libro del Pueblo de Dios.

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Bulle

Concilio Vaticano II
Constitución sobre la Iglesia “Lumen Gentium”, § 63,65


María en la luz del Verbo hecho hombre

La Virgen Santísima, por el don y la prerrogativa de la maternidad divina, que la une con el Hijo Redentor, y por sus gracias y dones singulares, está también íntimamente unida con la Iglesia. La Madre de Dios es tipo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad  y de la unión perfecta con Cristo. Pues en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, precedió la Santísima Virgen, presentándose de forma eminente  y singular como modelo tanto de la virgen como de la madre. Creyendo y obedeciendo, engendró en la tierra al mismo Hijo del Padre, y sin conocer varón, cubierta con la sombra del Espíritu Santo, como una nueva Eva, que presta su fe exenta de toda duda, no a la antigua serpiente, sino al mensajero de Dios. Dio a luz al Hijo, a quien Dios constituyó “primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8,29), esto es, los fieles, a cuya generación y educación coopera con amor materno…
Mientras la Iglesia ha alcanzado en la Santísima Virgen la perfección, en virtud de la cual no tiene “mancha ni arruga” (Ef 5,27), los fieles luchan todavía por crecer en santidad, venciendo enteramente al pecado, y por eso levantan sus ojos a María, que resplandece como modelo de virtudes para toda la comunidad de elegidos. La Iglesia, meditando piadosamente sobre ella y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de reverencia, entra más a fondo en el soberano misterio de la encarnación y se asemeja cada día más a su Esposo. Pues María, que por su íntima participación en el misterio de la salvación reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe, cuando es anunciada y venerada, atrae a los creyentes a su Hijo, a su sacrificio y al amor del Padre. La Iglesia, a su vez, glorificando a Cristo, se hace más semejante a su excelso Modelo, progresando continuamente en la fe, en la esperanza y en la caridad, y buscando y obedeciendo en todo a la voluntad divina. (EED)

Oración

Oración para acogerse a la protección maternal de María

¡Ven Virgen pura y bendita!. ¡Ven, Virgen María, madre mía!. Guerrera poderosa contra Satanás y los espíritus inmundos que me desean atacar y vencer. Guerrera de oración, guerrera apoyada por la corte de ángeles celestiales, guerrera sostenida por el Espíritu de Dios. Por la santísima trinidad elevada a la victoria contra el mal. ¡Ven Virgen pura y bendita!, poderosa madre del universo, ven y guerrea junto a mi, que me siento débil y frágil.

Apoyo mío! Virgen reina del cielo, mira que me atacan, me persiguen y me sobresaltan las cosas de este mundo. Protégeme de mí mismo, de mis tendencias al pecado, a caer por las insidias del maligno.

¡Guerrea conmigo! Poderosa Virgen inmaculada, virgen pura y bendita. Colócate en cada esquina de mi casa, de mi trabajo, de mis lugares de estudio o descanso, donde me encuentre, protégeme, sé tú mi fuerte, mi muralla y refugio. Vela por mi alma y mi cuerpo, acúname y rodéame con tu Santo Rosario poderoso y vencedor.

Guerrea a mi lado por los que desean hacerme daño; que tu pecho virginal sea mi escudo, tus manos fuentes de agua pura detengan a mis enemigos, tus ojos luces poderosas los alejen, tus palabras amorosas paralicen cualquier obra maléfica contra mi y mi familia. Tu corazón inmaculado me sostenga, tus pies benditos derroten al enemigo que me acecha.

Por el día, por la tarde y por la noche, seas tú ¡Oh! María mi guerrera, mi protección; alza tu poderoso manto, ¡Madre mía! y envuélveme en él. Que ahí estoy en el centro del sí. En el centro de la encarnación, en tu corazón inmaculado.

Ahí no tendré miedo, ¡Oh! Reina del cielo, desde ahí envuelto me llevas a las manos de Jesús. Confío en que has escuchado mis plegarias, gran Intercesora, quédate conmigo guerrera de mi alma, quédate conmigo hasta que Dios me llame y acompáñame en ese trance, de tu mano no me sueltes y sonriendo me deleites. 

Madre aquí, madre allá, madre Infinita del verbo encarnado, que nunca me aparte de tu lado, siempre de tu mano sostenido, siempre de tu mano protegido. Madre amada de mi alma, te venero, velo purísimo del cielo, Oh! Virgen gloriosa y bendita! anhelo de los mortales, amorosa guerrera mía. Amén.

(hozana.org)





























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