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sábado, 6 de agosto de 2022

Volver a la confesión


Para que renazca la vida cristiana es imprescindible que lo haga la costumbre de la confesión, haciéndola disponible en las parroquias.

En una gran parte de parroquias españolas y en las de muchos países de Europa Occidental, la celebración del sacramento de la Penitencia ha desaparecido.

Con la crisis del posconcilio y el desbarajuste doctrinal de aquellos años se vendieron, destruyeron o tiraron a la basura los confesionarios. No solo estos muebles dejaron de existir y sus formas pasaron al baúl de los recuerdos de las personas de cierta edad, sino, lo más grave, en modo alguno se realizan confesiones en muchos templos, aunque se prescindiera del armatoste físico del confesionario.

En algunas parroquias, a lo más, tiene lugar una vez al año una celebración penitencial colectiva en período de Cuaresma, pero no seguida de confesiones individuales como está previsto por la Iglesia, puesto que la celebración penitencial colectiva puede servir como preparación para la confesión individual y secreta, pero no la sustituye.

A pesar de haber quedado orillado en muchos lugares, el sacramento de la Penitencia tiene el gran valor que le dio Cristo, el de ser la forma ordinaria de perdón de los pecados. "A quienes les perdonéis los pecados les serán perdonados, y a quienes se los retuviereis les serán retenidos" (Jn 20, 23). Cristo quiso que la Iglesia continuara su labor de curación y de salvación mediante este sacramento

Por su lado, el Papa Francisco ha insistido en su importancia, recordando que el perdón es un don del Espíritu Santo y que no basta pedir perdón a Dios, sino confesarse ante un sacerdote. Él mismo lo hace, dando ejemplo.

La exigencia mínima de la Iglesia para los cristianos es una confesión al año, pero se ha aconsejado siempre la confesión frecuente, ya que todos somos pecadores.

No hace falta haber caído en pecado mortal, sino que es bueno ir al sacerdote para obtener el perdón de pecados veniales o faltas. La confesión da fuerzas, gracia, para la vida espiritual porque es camino de encuentro con Dios. San Juan María Vianney, que administró miles y miles de confesiones y a quien acudían gran número de personas desde muy lejos para que les confesara, llegó a decir: "No es el pecador que el que vuelve a Dios para pedirle perdón, sino que es Dios mismo quien va tras el pecador y lo hace volver a Él".

La pérdida de la práctica de la confesión deriva de la desaparición del sentido del pecado y, a la vez, contribuye a que tal sentido se pierda, para avanzar luego hacia la pérdida de la creencia en Dios mismo.

Como un efecto colateral, la desaparición o mantenimiento de la confesión es uno de aquellos parámetros indicativos de la marcha de una parroquia, grupo, o movimiento.

Los que "funcionan" siguen teniendo una alta práctica de la confesión. Donde hay rebrotes espirituales, la confesión está presente como un aspecto fundamental y los sacerdotes están en los confesionarios. Y a la inversa, en los lugares en que ha desaparecido, el abandono de la práctica religiosa y de la vivencia cristiana siguen bajando por la pendiente.

Afortunadamente, hay focos en los que la confesión es un ingrediente básico. Ahí están algunos lugares de peregrinación masiva, entre los que destacaría Medjugorje, donde un gran número de sacerdotes administra el sacramento a miles de fieles de lenguas y procedencias diversas. Horas y horas de confesiones. Algunos templos y basílicas ponen también el énfasis en ello, como el santuario de Torreciudad, con cuarenta confesionarios.

El fundador del Opus Dei, San Josemaría, por cuya iniciativa se fundó, deseaba que los milagros que allí se realizaran fueran los de miles de confesiones, con personas que dieran un vuelco a su vida espiritual. Asimismo, en las iglesias regidas por sacerdotes de dicha Prelatura hay siempre confesores. San Josemaría decía que su deseo es que "se mataran" los sacerdotes de tanto confesar.

Diversos movimientos cristianos, por su lado, insisten también en la práctica de la confesión. Porque es una realidad que para revitalizar la vida cristiana es imprescindible que la práctica de la confesión vuelva a los templos. Para ello los párrocos habrán de hablar de ella, recordar a los fieles su importancia, indicar las horas habituales para hacerlo aunque indicando que están siempre disponibles, y que las personas que entren en una iglesia vean que hay sacerdotes en los confesionarios o lugares destinados a ello, a disponibilidad de los penitentes.

Daniel Arasa, ReL

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