"Tu sacrificio en la cruz puso fin a toda la vergüenza paralizante que me ha mantenido encerrado en mí mismo, deprimido y en oscuridad. Tu muerte me ha liberado"
La compulsión humana de ofrecer sacrificios a Dios se remonta al principio de los tiempos. Abel «trajo uno de los mejores primogénitos de su rebaño» (Gn 4, 4) y lo ofreció a Dios en sacrificio. Una vez que las aguas del diluvio se retiraron y el arca descansó en tierra firme, Noé «construyó un altar al Señor y ofreció holocaustos en el altar» (Gn 8, 20).
Abraham era tan devoto de Dios que estaba dispuesto a sacrificar incluso a su propio hijo amado en obediencia a Dios (Gn 23, 9-14). Cuando el arca de la alianza regresó a Jerusalén y «fue colocada en su lugar, David ofreció holocaustos y ofrendas de paz ante el Señor» (2 Samuel 6, 17).
El valor de la suprema ofrenda
Lo que mueve a todas estas personas santas a ofrecer sacrificios, es su conciencia de las grandes obras de Dios realizadas en su favor. Pero Dios nos ha dado algo que no se puede comparar con lo que dio a Abel, Noé, Abraham y David. Dios nos ha amado tanto que nos envió a su Hijo único. Y ese Hijo, Jesús, murió en una cruz por nosotros. ¿Cómo podemos honrar eso? ¿Qué podría ser suficiente?
La única respuesta adecuada a la suprema generosidad de Dios con nosotros es hacerle un don de lo que nos ha dado. La Eucaristía es un sacrificio: la «respuesta humana al acto creador de misericordia de Dios» (P. Colman O’Neill, O.P.).
La ofrenda litúrgica de la Eucaristía es nuestro acto sacrificial de agradecimiento. Por nuestra unión con Cristo en la Misa, nuestro sacrificio de agradecimiento se une al sacrificio que Jesús hizo de sí mismo al Padre.
Un sublime sacrificio
La maravilla del amor que irradia la Eucaristía nos mueve a exclamar: gracias, Jesús, por morir por mí. Tu sacrificio en la cruz puso fin a toda la vergüenza paralizante que me ha mantenido encerrado en mí mismo, deprimido y en la oscuridad.
Tu muerte me ha liberado, me ha levantado, me ha llenado de alegría, me ha bendecido con esperanza, me ha dado energía, me ha animado, me ha dado una pasión por la vida que no podría encontrar de otra manera. Te amo, Jesús. Te doy las gracias, Jesús. Tu sacrificio me hace querer hacer de mi vida un sacrificio sin fin para ti.
Peter Cameron, OP,Aleteia
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