Invitamos a los matrimonios y a personas interesadas en una familia feliz, a leer y asimilar pasajes de la Exhortación pontifical 'Amoris laetitia' del Papa Francisco.
Tus hijos como brotes de olivo II
16.
La Biblia considera también a la familia como la sede de la catequesis de los
hijos. Eso brilla en la descripción de la celebración pascual (cf. Ex 12,26-27; Dt 6,20-25),
y luego fue explicitado en la haggadah judía, o sea, en la
narración dialógica que acompaña el rito de la cena pascual. Más aún, un Salmo
exalta el anuncio familiar de la fe: «Lo que oímos y aprendimos, lo que
nuestros padres nos contaron, no lo ocultaremos a sus hijos, lo contaremos a la
futura generación: las alabanzas del Señor, su poder, las maravillas que
realizó. Porque él estableció una norma para Jacob, dio una ley a Israel: él
mandó a nuestros padres que lo enseñaran a sus hijos, para que lo supiera la
generación siguiente, y los hijos que nacieran después. Que surjan y lo cuenten
a sus hijos» (Sal 78,3-6). Por lo tanto, la familia es el lugar
donde los padres se convierten en los primeros maestros de la fe para sus
hijos. Es una tarea artesanal, de persona a persona: «Cuando el día de mañana
tu hijo te pregunte [...] le responderás…» (Ex 13,14). Así, las
distintas generaciones entonarán su canto al Señor, «los jóvenes y también las
doncellas, los viejos junto con los niños» (Sal 148,12).
17.
Los padres tienen el deber de cumplir con seriedad su misión educadora, como
enseñan a menudo los sabios bíblicos (cf. Pr 3,11-12; 6,20-22;
13,1; 29,17). Los hijos están llamados a acoger y practicar el mandamiento:
«Honra a tu padre y a tu madre» (Ex 20,12), donde el verbo «honrar»
indica el cumplimiento de los compromisos familiares y sociales en su plenitud,
sin descuidarlos con excusas religiosas (cf. Mc 7,11-13). En
efecto, «el que honra a su padre expía sus pecados, el que respeta a su madre
acumula tesoros» (Si 3,3-4).
18.
El Evangelio nos recuerda también que los hijos no son una propiedad de la
familia, sino que tienen por delante su propio camino de vida. Si es verdad que
Jesús se presenta como modelo de obediencia a sus padres terrenos, sometiéndose
a ellos (cf. Lc 2,51), también es cierto que él muestra que la
elección de vida del hijo y su misma vocación cristiana pueden exigir una
separación para cumplir con su propia entrega al Reino de Dios (cf. Mt 10,34-37; Lc 9,59-62).
Es más, él mismo a los doce años responde a María y a José que tiene otra
misión más alta que cumplir más allá de su familia histórica (cf. Lc 2,48-50).
Por eso exalta la necesidad de otros lazos, muy profundos también dentro de las
relaciones familiares: «Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la
Palabra de Dios y la ponen por obra» (Lc 8,21). Por otra parte, en
la atención que él presta a los niños —considerados en la sociedad del antiguo
Oriente próximo como sujetos sin particulares derechos e incluso como objeto de
posesión familiar— Jesús llega al punto de presentarlos a los adultos casi como
maestros, por su confianza simple y espontánea ante los demás: «En verdad os
digo que si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de
los cielos. Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, ese es el más
grande en el reino de los cielos» (Mt 18,3-4).
De la Exhortación ‘Sobre el Amor en la
Familia (Capítulo primero)
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