Invitamos a los matrimonios y a personas interesadas en una familia feliz, a leer y asimilar pasajes de la Exhortación pontifical 'Amoris laetitia' del Papa Francisco.
27.
Cristo ha introducido como emblema de sus discípulos sobre todo la ley del amor
y del don de sí a los demás (cf. Mt 22,39; Jn 13,34),
y lo hizo a través de un principio que un padre o una madre suelen testimoniar
en su propia existencia: «Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por
sus amigos» (Jn 15,13). Fruto del amor son también la misericordia
y el perdón. En esta línea, es muy emblemática la escena que muestra a una
adúltera en la explanada del templo de Jerusalén, rodeada de sus acusadores, y
luego sola con Jesús que no la condena y la invita a una vida más digna
(cf. Jn 8,1-11).
28.
En el horizonte del amor, central en la experiencia cristiana del matrimonio y
de la familia, se destaca también otra virtud, algo ignorada en estos tiempos
de relaciones frenéticas y superficiales: la ternura. Acudamos al dulce e
intenso Salmo 131. Como se advierte también en otros textos (cf. Ex 4,22; Is 49,15; Sal 27,10),
la unión entre el fiel y su Señor se expresa con rasgos del amor paterno o
materno. Aquí aparece la delicada y tierna intimidad que existe entre la madre
y su niño, un recién nacido que duerme en los brazos de su madre después de
haber sido amamantado. Se trata —como lo expresa la palabra hebrea gamul—
de un niño ya destetado, que se aferra conscientemente a la madre que lo lleva
en su pecho. Es entonces una intimidad consciente y no meramente biológica. Por
eso el salmista canta: «Tengo mi interior en paz y en silencio, como un niño
destetado en el regazo de su madre» (Sal 131,2). De modo paralelo,
podemos acudir a otra escena, donde el profeta Oseas coloca en boca de Dios
como padre estas palabras conmovedoras: «Cuando Israel era joven, lo amé [...]
Yo enseñe a andar a Efraín, lo alzaba en brazos [...] Con cuerdas humanas, con
correas de amor lo atraía; era para ellos como el que levanta a un niño contra
su mejilla, me inclinaba y le daba de comer» (11,1.3-4).
29.
Con esta mirada, hecha de fe y de amor, de gracia y de compromiso, de familia
humana y de Trinidad divina, contemplamos la familia que la Palabra de Dios
confía en las manos del varón, de la mujer y de los hijos para que conformen
una comunión de personas que sea imagen de la unión entre el Padre, el Hijo y
el Espíritu Santo. La actividad generativa y educativa es, a su vez, un reflejo
de la obra creadora del Padre. La familia está llamada a compartir la oración
cotidiana, la lectura de la Palabra de Dios y la comunión eucarística para
hacer crecer el amor y convertirse cada vez más en templo donde habita el
Espíritu.
30.
Ante cada familia se presenta el icono de la familia de Nazaret, con su
cotidianeidad hecha de cansancios y hasta de pesadillas, como cuando tuvo que
sufrir la incomprensible violencia de Herodes, experiencia que se repite
trágicamente todavía hoy en tantas familias de prófugos desechados e inermes.
Como los magos, las familias son invitadas a contemplar al Niño y a la Madre, a
postrarse y a adorarlo (cf. Mt 2,11). Como María, son
exhortadas a vivir con coraje y serenidad sus desafíos familiares, tristes y
entusiasmantes, y a custodiar y meditar en el corazón las maravillas de Dios
(cf. Lc 2,19.51). En el tesoro del corazón de María están
también todos los acontecimientos de cada una de nuestras familias, que ella
conserva cuidadosamente. Por eso puede ayudarnos a interpretarlos para
reconocer en la historia familiar el mensaje de Dios.
De la Exhortación ‘Sobre el Amor en la
Familia (Capítulo primero)
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