La fe se fortalece dándola (aunque tú no tengas mucha)
Ojeando el libro Ven sé mi luz sobre las cartas de la Madre Teresa de Calcuta (una gran santa que todos ya conocemos), me llamaron la atención algunos puntos sobre la fe que me gustaría compartir con ustedes.
En este libro se revela su vida interior y la forma en la que Dios la invitó a participar muy de cerca en sus misterios, haciéndola pasar por una gran oscuridad espiritual; no durante un año, durante cinco o diez… sino ¡durante cincuenta años! A pesar de esto, ella se mantuvo alegre, llena de fe y de amor, pero en su interior sufría mucho:
“Hay tanta contradicción en mi alma: un profundo anhelo de Dios, tan profundo que hace daño; un sufrimiento continuo, y con ello el sentimiento de no ser querida por Dios, rechazada, vacía, sin fe, sin amor, sin celo… El cielo no significa nada para mí: ¡me parece un lugar vacío!“.
Estas palabras no tienen nada de sentido figurado, realmente la fe de la Madre Teresa estaba siendo probada. Durante esos años de oscuridad experimenta el vértigo que supone la posibilidad de negar a Dios:
“He estado a punto de decir no… Me siento como si algo se fuera a partir en mí en cualquier momento”.
Siente una soledad impresionante que parece hace tambalear incluso su fe:
“Señor, mi Dios, ¿quién soy yo para que me abandones? […] Llamo, me aferro, quiero, pero nadie responde, nadie a quien agarrarme, no, nadie. Sola, ¿dónde está mi fe? Incluso en lo más profundo no hay nada, excepto vacío y oscuridad, mi Dios”.
1. La oscuridad nos lleva a buscar con más fuerza la luz
Sabemos que la oscuridad nos lleva a buscar con más fuerza la luz. Esta fue la historia de la Madre Teresa. Su prueba de fe la hacía tener un deseo inmenso (hasta doloroso) de Dios. Ella no sabía cuándo iba a encontrar esa luz, pero era tan profundo su amor a Él, que con gran valentía y humildad, confía, le dice que sí en todo momento, se abandona y espera.
Muchas veces la espera nos desanima, nos frustra y nos hace dudar. Para la Madre Teresa, esperar significa tener la certeza de que Dios actúa siempre y para el bien de sus hijos.
Me quedo entonces con que la confianza es una opción y la pueden vivir aquellos que tienen fe y amor (aunque estos sean pequeños, más pequeños que un grano de mostaza).
2. No es lo mismo una prueba de fe que una crisis de fe
La Madre Teresa fue una mujer apasionadamente enamorada de Jesús. En los primeros años de su consagración había experimentado esa intimidad con Él. Luego todo desapareció, no porque ella quisiera, sino porque Jesús lo quiso así.
Lo que vivió no fue una crisis de su propia fe, fue una prueba. ¿En qué radica la diferencia? En que su deseo de estar con Jesús siempre fue el mismo.
Lo que ella más quería era amar a Jesús y Él quiso mostrarle que la mejor forma de hacerlo era seguir siendo su esposa, pero esposa de un Jesús crucificado. Un Jesús que está sediento y quiere que nosotros lo ayudemos a saciar su sed. Esta imagen expresa la intensidad del deseo y del anhelo que Jesús siente por nosotros.
Como respuesta a este intenso amor, la Madre Teresa quiso responder con todo su ser y se dedicó a “saciar la sed de Jesús en la Cruz por amor y por las almas”.
Algunos santos también experimentaron una noche oscura como parte de su unión mística (santa Teresita de Jesús, san Juan de la Cruz).
Este momento se les reveló como la forma de vivir la unión con Jesús; una unión contemplativa por medio de la consolación, el deseo de hacer su voluntad, la sequedad y un anhelo intenso y hondo de Dios.
Todas estas experiencias no significaron que la Madre Teresa perdiera su fe, sino que permitieron que aumentara por medio de la búsqueda y el deseo. Como decía ella, la hicieron tener “una fe ciega, una fe pura”: “No puedo decir que estoy distraída, porque mi mente y mi corazón, están continuamente con Dios”.
3. No hay nada más cierto que la fe se fortalece dándola (aunque tú no tengas mucha)
Me gustó mucho algo que la Madre Teresa le dijo a sus hermanas:
“Mis queridas hijas, sin sufrimiento, nuestro trabajo sería solo trabajo social, muy bueno y útil, pero no sería la obra de Jesucristo, no participaría de la redención. Jesús deseaba ayudarnos compartiendo nuestra vida, nuestra soledad, nuestra agonía y muerte. Todo esto Él lo asumió en sí mismo, y le llevó a la noche más oscura. Solo siendo uno de nosotros nos podía redimir. A nosotros se nos permite hacer lo mismo: toda la desolación de los pobres, no solo su pobreza material, sino también su profunda miseria espiritual deben ser redimidas y debemos compartirlas“.
Se trata no solo de conmovernos por lo que Dios hace por nosotros o por el sufrimiento del mundo. Se trata de compartirlo.
No siempre tendremos la mejor voluntad de ánimo para hacerlo, pero para Dios cuenta el que ofrezcamos vivirlo por amor a Él, para saciar su sed.
Luisa Restrepo, Aleteia
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