No pueden sonar con más vigor los enunciados sobre la
misión de la Iglesia. «La Iglesia peregrinante es, por su naturaleza,
misionera, porque toma su origen de la misión del Hijo y de la misión del
Espíritu Santo, según el propósito de Dios Padre». Si se refleja en su
rostro la gloria (el amor) de Cristo, es porque se le ha encomendado una
tarea, idéntica con su propio ser. La Iglesia tiene que ir al encuentro de
todos los hombres, incluso de los no bautizados, de suerte que «irradie
también para ellos el amor de Jesucristo».
Esto «no puede hacerse sin la conversión interior».
«Como la Iglesia es toda ella misionera y la obra de la evangelización es
deber fundamental del Pueblo de Dios, el Concilio invita a todos a una
profunda renovación interior». «Todos los cristianos, dondequiera que
vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de la vida y el
testimonio de la palabra el hombre nuevo de que se revistieron en el
bautismo». Sobre todo, con «el amor gratuito», preocupándose por el
hombre mismo, «amándole con el mismo movimiento con que Dios nos buscó».
«La vocación cristiana es esencialmente vocación al apostolado» y, si «en
la Iglesia hay ministerios diversos, la misión es una» y «ningún miembro
está eximido de compartir la misión de todo el cuerpo».
«Lo propio del estado seglar es vivir en medio del mundo y de los negocios temporales. Dios llama a los seglares a que con el fervor del espíritu cristiano ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento». No necesitan para ello de una misión eclesiástica propiamente dicha. Por el bautismo y la confirmación «les envía el mismo Señor» y «el Espíritu Santo les dota con gracias especiales». Los laicos son «la luz del mundo». Por su «carácter secular» y su «vocación peculiar» están llamados a entablar «la estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión, que muchos de nuestros contemporáneos parecen temer», porque «la transformación del mundo entra en el mandamiento nuevo del amor» mediante la entrega generosa a la creación de los presupuestos sociales, políticos y económicos con que «se prepara el material del reino de los cielos». Por eso, todos los cristianos en general, y especialmente los seglares, no deben «despreciar la vida corporal, sino, por el contrario..., la propia dignidad humana pide que [el cristiano] glorifique a Dios en su cuerpo».
Lejos de apartar al hombre «del esfuerzo por levantar la ciudad temporal», la «religión» impulsa a los cristianos a comprometerse seriamente en ello. La encarnación de Cristo y toda su vida fue un compromiso de este género que dio al trabajo una nueva y definitiva dignidad , Hemos de trabajar «imitándole con un amor actuoso».
Ahora bien, con todo esto se desplaza el centro de gravedad sobre los seglares, que ocupan la vertiente donde el mensaje
comunicado por el clero tiene que arraigar y realizarse en la entraña del
mundo. Hoy más que nunca. «Nada ni nadie puede suplir a los laicos». «La
Iglesia no está verdaderamente formada, no vive plenamente, no es señal
perfecta de Cristo entre los hombres, en tanto no exista y trabaje con la
jerarquía un laicado propiamente dicho. Porque el Evangelio no puede
penetrar profundamente en las conciencias, en la vida y en el trabajo de un
pueblo sin la presencia activa de los seglares»..., pues «pertenecen
plenamente al mismo tiempo al Pueblo de Dios y a la sociedad civil». Por
esto precisamente, «sólo a ellos les está abierto una gran parte» del campo
del apostolado.
«Lo propio del estado seglar es vivir en medio del mundo y de los negocios temporales. Dios llama a los seglares a que con el fervor del espíritu cristiano ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento». No necesitan para ello de una misión eclesiástica propiamente dicha. Por el bautismo y la confirmación «les envía el mismo Señor» y «el Espíritu Santo les dota con gracias especiales». Los laicos son «la luz del mundo». Por su «carácter secular» y su «vocación peculiar» están llamados a entablar «la estrecha vinculación entre la actividad humana y la religión, que muchos de nuestros contemporáneos parecen temer», porque «la transformación del mundo entra en el mandamiento nuevo del amor» mediante la entrega generosa a la creación de los presupuestos sociales, políticos y económicos con que «se prepara el material del reino de los cielos». Por eso, todos los cristianos en general, y especialmente los seglares, no deben «despreciar la vida corporal, sino, por el contrario..., la propia dignidad humana pide que [el cristiano] glorifique a Dios en su cuerpo».
Lejos de apartar al hombre «del esfuerzo por levantar la ciudad temporal», la «religión» impulsa a los cristianos a comprometerse seriamente en ello. La encarnación de Cristo y toda su vida fue un compromiso de este género que dio al trabajo una nueva y definitiva dignidad , Hemos de trabajar «imitándole con un amor actuoso».
(cfr. Hans Urs von Balthasar)
Nota: Las frases marcadas con « » son citas directas de los documentos conciliares
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