¿Cómo es que a veces muere el amor habiendo sido un día tan fuerte?
Me da miedo perder las lágrimas, endurecer el corazón, tomar distancia de la vida. Me asusta aislarme en mi dolor, perder la mirada comprensiva, olvidar las caricias y los abrazos.
Me preocupa el peligro constante que corre mi alma de vivir en las teorías y los sueños. Alejándose totalmente de la vida. Me preocupa el sol que surge sin que yo lo vea y muere haciendo que me olvide de sus rayos.
Me duelen la indiferencia y el olvido, el desprecio y la ironía, la sospecha y la desconfianza. Como clavos que rompen mi piel sin darme casi cuenta.
Quiero levantar el sol con mis manos pobres. Siempre lo he querido. Y en el intento he fracasado muchas veces. Y otras muchas, no sé bien cómo, se ha alzado el sol altivo.
Quiero soñar con imposibles que mi alma añora. Y retener entre mis dedos pedazos de piel y alma. No sé cómo hacerlo. Quiero despertar en un horizonte lleno de esperanza y bañarme en recuerdos que acaricien mi alma.
No le tengo miedo al tiempo que corre como arena entre mis dedos. Ni al agua que se escapa sin que logre retenerla. No me asustan las noches sin estrellas. Porque es mentira, están ocultas, no importa tanto que yo las vea.
Decía Raquel Aldana: “El Amor durará tanto como lo cuides. Y lo cuidarás tanto como lo quieres”. He decidido entonces cuidar el amor que toco.
Respetar sus tiempos.
La muerte de la semilla en el surco es lenta. Y el despliegue de los tallos y las hojas. Y yo apuro el correr de la vida. Como queriendo llegar antes de tiempo a algún sitio.
Para no sufrir…
Sé que el amor que no se cuida se muere. Deberé ser cuidadoso si quiero conservarlo. Y sé que lo que sí quiero lo cuido, como un niño deseoso de guardar sus tesoros.
¿Cómo es que a veces muere el amor habiendo sido un día tan fuerte? No lo entiendo muy bien, pero sucede. Como un viento en ráfagas que todo lo trasforma.
El amor profundo de un día muda, se torna indiferencia. No quiero yo ser culpable de descuidar lo que amo. Caer en la tentación de olvidar regarlo. Pasar de largo por la vida conteniendo al llanto. Sufrir por lo que es y por lo que aún no ha sido.
Me da miedo pensar que los sueños a veces no se cumplan. Y lo que parecía firme como una catedral de rocas ungidas, se desmorone sin que influyan el viento, o la tormenta, sólo el olvido que sí tiene más peso.
La Biblia pide: “No endurezcáis vuestro corazón”. Y yo me endurezco. Al sentir el olvido, o el rechazo, o la falta de respeto, o el dolor que lacera mi piel en palabras hirientes.
Y me endurezco. Para no sufrir, para que no me duela. Y siento que mi piel se vuelve roca, hierro. Y mi amor se entumece entre paredes frías. Para no sufrir más, me digo convencido. Porque duele amar y no ser correspondido. Respetar y encontrar el rechazo. Amar y escuchar el olvido.
Lo que quiero lo cuido, me digo a mí mismo. Para no endurecerme cuando el viento sea fuerte. Quiero aprender a amar respetando, agradeciendo, obviando lo que me incomoda y turba. Pasando por alto defectos y caídas. Perdonando y volviendo a abrazar la vida. Comenta el Papa Francisco hablando del matrimonio:
“Se puede estar plenamente presente ante el otro si uno se entrega ‘porque sí’, olvidando todo lo que hay alrededor. Allí recordamos que esa persona que vive con nosotros lo merece todo, ya que posee una dignidad infinita por ser objeto del amor inmenso del Padre. Así brota la ternura, capaz de suscitar en el otro el gozo de sentirse amado. Se expresa, en particular, al dirigirse con atención exquisita a los límites del otro, especialmente cuando se presentan de manera evidente”.
Quiero ser tierno, sin corazón endurecido. Y llorar al perder o al tener lejos. Y volver a empezar, aunque dude de mis fuerzas. Y pasar por alto lo que me duele volviendo a soñar con imposibles.
Tengo el alma llena de agradecimiento. No me endurezco, y no olvido. Porque el olvido duele en las entrañas como un frío capaz de acabar con las sonrisas.
Quiero cuidar lo que amo. Y amar con toda el alma lo que cuido. No olvidarme que soy de barro, aunque pretenda conseguirlo todo. Eso no importa porque no soy yo.
Mi corazón se endurece si me olvido de tocar el amor de Dios en mi alma. Y sentir su abrazo noche tras noche. Y vivir atado a la vida sin dejar pasar un instante.
Tengo ante mí el sueño de toda mi existencia. Escribo en mi cuaderno los recuerdos que me dan vida. Releo palabras de esperanza. Retengo imágenes que el tiempo no difumina.
Agradecido el corazón del que ama siempre. Agradecido y paciente con la vida que Dios me ha confiado.
No tengo claro si podré alcanzar las estrellas con pies humanos, sin alas y sin vientos. Pero al menos podré guardar su reflejo en lo más hondo de mi mirada. Allí donde descansa Dios despertando la vida dormida.
No dejo de cuidar lo que me han confiado. La confianza dada. La sonrisa prestada. La palabra que acaricia. Y el silencio que acompaña.
Retengo en un abrazo los síes de toda una vida. Y vuelvo a levantarme dispuesto a sostener el mundo entre mis dedos. No dejo de cuidar todo lo que he amado. No dejo de agradecer todo lo que me han amado.
Carlos Padilla Esteban, Aleteia
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