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domingo, 17 de noviembre de 2019

Las formas más eficaces de evitar las tentaciones

Cada día, los malos deseos, pensamientos, reflejos e inclinaciones se manifiestan en nosotros y quieren imponernos su ley. Tratamos de luchar de la mejor manera posible, pero no siempre tenemos éxito. ¿Somos realmente capaces de resistir la tentación? ¿Existe una receta milagrosa para derrotarla?



Ataques de violencia, excesos de celos feroces, deseos sensuales, reflejos de egoísmo salvaje… La lista es larga de estas fuerzas que habitan el corazón del hombre. Tan larga que los Antiguos habían decidido compararlas con caballos furiosos que se excitan y llevan a la diligencia y a sus pasajeros en una carrera mortal. ¿Quién podría detenerlos?
El héroe valiente que los persigue, que se lanza a su cabeza y los retiene, obviamente sólo existe en las películas. La realidad es muy diferente. Los poderes nos habitan y quieren dominarnos. Podemos ver la amenaza que representan.
Y nos preguntamos si alguna vez seremos capaces de controlarlos. Un pensamiento viene a la mente: “¡Es más fuerte que yo! ¡Nunca seré capaz de controlarme!”.

Las reglas de oro a seguir 

Quien descubra en él la manifestación de estas fuerzas oscuras debe recordar ante todo que no tiene nada de excepcional. Esta es una situación común a todos los hombres, y más aún a los que tienen exigencias de vida.
Todos los santos han sido sometidos a la tentación. Ellos resistieron heroicamente. El autocontrol es la meta de toda buena educación.
El “educado” no es tanto el que respeta desde fuera las convenciones sociales que está obligado a aceptar, sino el que ha aprendido a controlarse (porque eso se aprende).
Y esta educación comienza diciendo que no hay fuerza dentro de nosotros que sea más fuerte que nosotros. Ni nuestros apetitos, ni nuestras pasiones, ni nuestros afectos, ni nuestros deseos pueden imponernos su ley, si no lo queremos.


Roman Zaiets | Shutterstock

En primer lugar, debemos estar decididos a defendernos de estos ataques, que son aún más furtivos ya que vienen de dentro.
Para defenderse, hay que conocerse a uno mismo. No todos están expuestos en el mismo ámbito. Uno estará más enojado, el otro más sensual, el otro muy susceptible o rencoroso. El que se conoce bien a sí mismo siempre será el más fuerte.
Otra regla de autocontrol es estar alerta. El vigilante ve venir el impulso, el deseo o la envidia, que poco a poco tratará de imponerse. Él debe saber que el que cede al principio tendrá dificultades para no ceder hasta el final.
El vigilante hace sonar la alarma apenas comienza el ataque. Si siente que viene, podrá crear una distracción, para evitar el ataque frontal, que siempre es el peor. Nunca se diga a sí mismo: “No puedo evitarlo, no resistiré”. Eso no es cierto, los que lo dicen han capitulado antes de tiempo. Debemos recuperar el valor, no ceder terreno.

El poder de la oración

Aquí es donde la oración juega un papel decisivo. No pedirle al Señor que actúe milagrosamente en nosotros sin que tengamos que hacer nada – ¡eso sería burlarse de Él y de nosotros! – sino para ponerse a su escuela, a Aquel que es el verdadero maestro, y pedirle que nos ayude en esta lucha, especialmente cuando está en el límite de lo que podemos soportar.
Hay batallas que sólo la fuerza de Dios puede ganar. ¿Y no nos manda Jesús que le pidamos al Padre que se asegure de que esa tentación nunca nos someta?

Por Fray Alain Quilici, Edifam

Después de caer reza esta oración de arrepentimiento

Vivir una vida pura y casta no siempre es fácil. Incluso cuando tratamos de resistir ciertas tentaciones, nuestra fuerza de voluntad a menudo no es suficiente y caemos.
Si bien es fácil abandonar la lucha y abrazar nuestros pecados, la mejor respuesta es clamar a Dios en arrepentimiento. Puede que tengas que hacer esto una o 99 veces antes de que tu corazón esté completamente abierto a la gracia de Dios. De cualquier manera, reza esta oración de David, quien luchó con la pureza.
“Tenme piedad, oh Dios,
según tu amor, por tu inmensa ternura borra mi delito,
lávame a fondo de mi culpa, y de mi pecado purifícame.
Pues mi delito yo lo reconozco, mi pecado sin cesar está ante mí;
contra ti, contra ti solo he pecado, lo malo a tus ojos cometí.
Por que aparezca tu justicia cuando hablas y tu victoria cuando juzgas.
Mira que en culpa ya nací, pecador me concibió mi madre.
Mas tú amas la verdad en lo íntimo del ser, y en lo secreto me enseñas la sabiduría.
Rocíame con el hisopo, y seré limpio, lávame, y quedaré más blanco que la nieve.
Devuélveme el son del gozo y la alegría, exulten los huesos que machacaste tú”. 

Philip Kosloski, Aleteia



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