Una esperanza que da fuerzas para vivir la vida en el mundo presente
Ahora me detengo a mirar al cielo. Pienso en esa vida que anhelo, porque mi corazón está hecho para la eternidad. Y mis sueños son infinitos. Y mi nostalgia es de paraíso. Eso lo sé. Por eso pienso en el cielo.
Pienso en María. Sé que Ella me espera al final de mi camino. Me animan por eso las palabras del santo Cura de Ars:
“No se entra en una casa sin hablar antes con el portero. La Virgen será la portera del cielo”.
María me cuida en cada paso y además me estará esperando. Dice la Biblia:
“Al despertar me saciaré de tu semblante, Señor. Mis pies estuvieron firmes en tus caminos y no vacilaron mis pasos. Yo te invoco porque Tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras. Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme”.
Al final de mi camino descansaré. Mientras, en la tierra me dejaré la vida hecha jirones en el corazón de los hombres. No temeré el cansancio, ni la pérdida, ni el fracaso. Porque mi vida está hecha para Dios. Y allí María me espera para consolarme y saciarme. Esa confianza es la que me da alas para vivir el presente.
No quiero que llegue el cielo ahora. Pero sé que cuando llegue descansaré en su regazo. No tengo miedo de su mirada. Sabe lo que hay en mi corazón. Conoce mi verdad, mi fragilidad. Sabe de mis miserias, se las he entregado ya tantas veces…
Y me promete una felicidad sin límites. Aquí en la tierra experimento las deficiencias de mi carne humana. En el cielo todo será pleno. Este domingo Jesús quiere que mire mi vida con esperanza:
“En este mundo los hombres se casan y las mujeres toman esposo, pero los que sean juzgados dignos de tomar parte en el mundo futuro y en la resurrección de entre los muertos no se casarán ni ellas serán dadas en matrimonio. Pues ya no pueden morir, ya que son como ángeles; y son hijos de Dios, porque son hijos de la resurrección. No es Dios de muertos, sino de vivos: porque para Él todos están vivos”.
Soy hijo de la resurrección. Y sé que un día todo aquello a lo que me ha tocado renunciar en la tierra Dios me lo dará para siempre, plenamente. Entonces seré yo, con todos mis deseos colmados, con todos mis anhelos.
Creo que para cada uno el cielo será según sus sueños. Dios es así. Estaré con aquellos a los que amo. Y serán del todo ellos conmigo. Y los abrazaré, y descansaré en ellos como aquí lo hago.
Y allí pasearé por los campos que me recordarán los campos aquí hollados. Y amaré la vida tanto como ya la amaba aquí, pero más todavía. Allí no sufriré, tampoco aquellos a los que amo.
Seré abrazado como un niño, en el regazo de María. Y reiré, como aquí en la tierra, pero más, a carcajadas y siempre. Veré la luz sin sombras.
Creo también que la misión que Dios me ha dado seguirá de otra forma en el cielo. Seguiré cuidando a mis hijos, a los que Dios me ha confiado. No sé bien cómo será, pero creo en ello.
Cuidaré desde allí a todos los que amo. Porque creo que el amor que he dado y recibido estará más vivo que nunca allí, entre mis dedos.
Cada uno de los momentos bonitos vividos, allí no pasarán, aquí sé que son caducos. Y las cosas que me han costado, herido, dolido, estarán perdonadas y amadas para siempre.
Cuando llegue al cielo, la Virgen, Jesús y mis seres queridos saldrán a recibirme. Todos mis sueños serán allí verdad en un abrazo. No sé bien cómo, pero lo creo. Eso nadie me lo puede quitar.
Y aun así, sé bien que todo será todavía mejor que mis palabras. Dios se dedica a prepararme el mejor cielo para mí. Quiere que sea feliz.
Pienso en cada momento bueno que he vivido. En cada cosa que he soñado. Todo eso en el cielo lo viviré con los que amo. En intimidad. Para siempre.
El cielo para mí se vuelve más cercano cuando sé que están allí las personas que amo y me han amado. Se viste mi cielo de rostros concretos, de recuerdos guardados, de historias sagradas.
Sé que la vida ahora en la tierra es para darla. Tengo aún mucho por delante, mucho que dar. No temo que sea largo mi camino.
Sé que aquí entre los hombres viviré el desgarro, el dolor y el vacío. Y también viviré la alegría, el amor verdadero y la paz honda. Y en el cielo será todo pleno.
No me lo puedo ni imaginar. Allí el amor no conocerá el odio. Y la presencia no sabrá de la ausencia. Allí la risa no se mezclará con el llanto. Y la paz será plena, sin atisbo de guerra.
Allí seré quien de verdad soy plenamente. No tendré miedos y abrazaré el presente eterno sin turbarme. Allí mi vida será totalmente cielo.
Carlos Padilla Esteban, Aleteia
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