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domingo, 29 de diciembre de 2019

Drogada y maltratada, miró a su hijo asustado y sintió la «necesidad inexplicable» de un crucifijo

Alexandra no se lo ha quitado desde entonces

De alguna forma, Alexandra sabía que en su vida destruida solo podía encontrar protección en la cruz que desde entonces siempre rodea su cuello.
De alguna forma, Alexandra sabía que en su vida destruida sólo podía
encontrar protección en la cruz que desde entonces siempre rodea su cuello.

La cruz como protección: Alexandra se aferró a ella en el momento más dramático de su descenso a los infiernos, y sintió enseguida el amor del Crucificado. Lo cuenta ella misma en L'1visible:
"Con esa cruz sabría que estaría protegida"
No llegué a conocer a mi padre, y perdí a mi madre muy pronto. Ella sucumbió a su adicción al alcohol y a los fármacos. Yo buscaba respuestas y hallé refugio en las noches makineras. Salía mucho y caí también en la droga. Durante mucho tiempo busqué una escapatoria, comprender la razón de todo ello. No lo conseguí.
Conocí al padre de mi hijo durante una de esas noches. Tras el nacimiento del niño, empezó a pegarme. Leí en los ojos de mi hijo: "¡Mamá, sálvanos, sálvanos!" A partir de ese momento, me escapé, y sentí una necesidad muy fuerte, más fuerte que cualquier otra cosa, una necesidad inexplicable, de comprar la pequeña cruz que llevo ahora al cuello. Tenía la íntima convicción de que esa cruz me protegería.
Empecé a refugiarme en las iglesias, en muchas iglesias. En una de ellas en particular, en mi parroquia, la iglesia más cercana al lugar donde vivía: Santie-Marie-des-Batignolles, sentí mucho, mucho amor. Mucha comprensión. Sentí todo el amor que había en el interior de esa iglesia. Me sentí en brazos de Alguien. Me derrumbé, lloré todas las lágrimas que podía hacer brotar mi cuerpo, todas las lágrimas que podía llorar, y quedé consolada.
Interior de la iglesia de Sainte-Marie-des-Batignolles, en París.
Todo el peso que llevaba sobre mis hombros se lo confié a Jesús, porque solo Él podía comprenderlo, acompañarme y tranquilizarme. Cuando me refugié en sus brazos, al fin comprendí y me sentí comprendida. Finalmente había encontrado alguien que podía ayudarme a avanzar, había encontrado a Dios. Al fin podía avanzar.
Esto me transformó completamente, esta experiencia liberó e hizo surgir la persona que había en mi interior. Una persona que no había recibido el amor que le era debido, el amor que esperaba recibir de sus padres.
Hoy quiero compartir todo ese amor que me habría gustado recibir y del que Jesús me ha colmado, quiero dárselo a todos. He encontrado la paz y la serenidad, me he reconciliado conmigo misma. Este amor me ha quitado mucha amargura y todo el odio que llevaba dentro de mí.
Actualmente, cada mañana, cuando rezo y cuando escucho y participo en la alabanza, recibo una fuerza enorme. Puedo comenzar la jornada con mucho amor, con un sol en mi existencia, con alegría, con compasión, y me digo que mi jornada discurrirá bajo el signo de ese amor inmenso.



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