La carta de su hijo de 7 años puso en evidencia el mal ambiente que se vivía en casa.
Un caso extraído de la experiencia del consultorio familiar y matrimonial de Aleteia.
Un caso extraído de la experiencia del consultorio familiar y matrimonial de Aleteia.
En consultoría, el joven matrimonio manifestaba la preocupación y tristeza que les produjo leer la carta que su hijo de siete años había puesto en el árbol de navidad. En ella, en esforzada caligrafía, pedía sus anhelados regalos, aclarando que no le importaría no recibirlos, si en vez de ello, sus papás dejaban de pelear, pues eso le daba mucho miedo y tristeza.
Al leerla quedaron desolados, pues no sabían lo que sus constantes discusiones estaban afectando emocionalmente a su hijo, que al no ser capaz de manifestarlo verbalmente, lo comenzaba a hacer a través de ciertas actitudes de infantil rebeldía.
Tenía ya cierto daño emocional.
Decidieron entonces dialogar para llegar a propósitos concretos, que les ayudaran a superar el triste y preocupante relieve de su crisis, a favor de su hijo, mas pronto comenzaron los primeros posicionamientos… y discusiones.
Decidieron entonces no comprar los regalos, sin antes recibir ayuda especializada.
Partían del error de suponer de que aun amándose, “sus caracteres eran incompatibles”, cuando en realidad era “falta de verdadero carácter”, pues este se forma por la adquisición voluntaria de virtudes, y, siendo así, tal incompatibilidad no es un diagnóstico válido para problemas conyugales.
Gracias a su amor y a su rectitud de intención comprendieron que el trasfondo de su incapacidad para crear el ambiente de comunidad de vida y amor, propio de una familia, era ante todo la ausencia en ambos de la virtud de la mansedumbre ( la virtud que modera la ira y sus efectos desordenados).
Así que se hicieron un propósito: trabajar para adquirir esta virtud. Ese sería el mejor regalo de navidad para su pequeño hijo, y para ellos también.
Fuertes y mansos
La mansedumbre es propia de los fuertes de espíritu, por ello el ejercicio de la virtud, requiere de continuos actos de fortaleza interior de quien es capaz de morir a sí, poniendo la otra mejilla para hacer más feliz al amado, mientras lo ayuda a superarse.
Una actitud que se opone a las estériles manifestaciones del mal carácter, que no son más que signos de debilidad ante enfados que no tienen razón de ser, y que no se presentarían ante la fortaleza de una sonrisa o un silencio.
Por ello, admitiendo circunstancias en que la convivencia les resulta especialmente dificultosa, se les propuso partir de tres premisas:
- El mal carácter que los rebasaba en las ocasiones y circunstancias que ellos bien conocían, no se explicaba por los defectos y limitaciones del otro; o dicho de otro modo, la paz de espíritu que cada uno debía conquistar, no podía depender del buen carácter o benevolencia del otro, pues siendo así, no sería virtud.
- La bondad del temperamento, el carácter, la benevolencia del cónyuge, no están sometidos al poder o al arbitrio del otro, de ninguna manera, lo cual sería absurdo.
- Las manifestaciones de la falta de verdadero carácter, como la ira, arrebatos y otras desafortunadas reacciones, no deben tomar como rehenes la paz del corazón y la tan necesaria comunicación del amor.
Luego concretamos en algunas formas de vivir la virtud de la mansedumbre, y hacer agradable la vida en familia, como:
- No pretender tener siempre la razón.
- Pedir perdón aun sin tener culpa, para evitar cerrarnos en el orgullo de quien tiene la razón.
- Pasar por alto los roces de la convivencia, sin conceder espacio a las explosiones de mal humor, que van corroyendo poco a poco el amor entre los esposos.
- No tener inconveniente en repetir los argumentos, ante las incomprensiones o distracciones de quien debe escuchar.
- Pasar por alto las malas maneras y faltas de correspondencia, a los propios actos de generosidad.
- Sobre todo, soportar y perdonar rápido las heridas recibidas en el amor propio.
Y más…
Ante el esfuerzo que en ciertos momentos tales actitudes pueden costar, considerar siempre lo que el otro nos habrá a su vez soportado, y, poco a poco, por este camino se irían convenciendo que el poder de superar su mal carácter, no dependerá ya de las virtudes del otro, sino de las propias.
Como la experiencia dice que cuando se descuida o no se lucha en la formación del buen carácter, puede más el falso orgullo de un errado amor propio, que provoca graves problemas y rupturas matrimoniales.
No es suficiente con que los esposos se amen, es preciso además que entiendan y respeten, para consolidar su amor y extenderlo hacia los hijos.
Por fortuna los consultantes estaban a tiempo de enmendar.
En el matrimonio, la ayuda mutua, la procreación y educación de los hijos, son bienes que en los esposos hacen posibles la adquisición de virtudes, para no tener más que un corazón y un alma al servicio del amor.
Por Orfa Astorga de Lira. Aleteia
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