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jueves, 12 de diciembre de 2019

¿Cuánto hablas de lo que arde en tu alma?

Despierta para escuchar la voz que clama en tu desierto


Hay palabras que se elevan en mi desierto y no tienen poder. Palabras que se apagan con el tiempo. No tienen eco. No transforman el entorno. No es fácil cambiar la realidad sólo con palabras. ¿Quién se convierte con la fuerza de una sola palabra?
Las palabras encienden y los ejemplos arrastran. La coherencia entre lo que digo y lo que hago. Mi pretensión de ser fiel a lo que prometo.
La palabra puede cambiar la realidad sólo si antes ha cambiado al que la grita.
Juan Bautista es solo la voz. Jesús es la palabra que se hace vida en él. Uno y otro están unidos para siempre. Desde el seno de sus madres. Hasta el día en que se encuentran en el Jordán. Y desde ese momento en adelante.
La voz de Juan sólo cesa cuando le cortan la cabeza. La palabra que es Jesús permanece hasta derramar la sangre en el madero de la cruz.
Es importante la voz. Pero mucho más importante es la palabra que da vida. Es importante que grite. Más importante aún que no olvide lo que tengo que decir.
Puedo gritar sin palabras. Puedo callar lo que de verdad importa. Callo lo que me pasa, lo que ocurre en mi corazón. No me lo preguntan.
¿Cuántas veces me han preguntado qué siento, cómo estoy, qué me está pasando? ¿Cuántas veces se lo he preguntado yo a los que están conmigo?
Me gusta preguntar de vez en cuando. ¿Cómo está tu alma? Me gusta preguntármelo de vez en cuando. Para que no me suceda lo que leía:
“Un volcán interno es la voz de una sensación sentida que no ha sido escuchada, que ha sido postergada y no atendida. La agitación comienza cuando un volcán interno se despierta y comienza a insistir en ser escuchado, esa es nuestra sensación sentida que necesita de nuestra atención para seguir el curso del acontecer”.
Quiero escuchar las voces de mi alma. Que me hablan de lo que de verdad siento. Y entre esas voces está la voz de Dios que clama en el desierto de mi corazón.
Quizás el Adviento logre desentumecer mis oídos para escuchar estas voces que a menudo acallo. Quiero despertar para escuchar la voz que clama en mi desierto. La voz que pretende que salga de mi letargo, de mi tristeza, de mi vida perdida.
Y al mismo tiempo el Adviento me invita a gritar como Juan. Gritar, denunciar, alentar, encender. Tengo un fuego en el alma que no puedo dejar de entregar. Tengo un don oculto en mi interior que necesito regalar. Tengo algo que decir porque Dios lo ha sembrado antes como palabra en mi corazón.
No quiero callarme para no pecar de omisión. Quiero anunciar que Jesús es el que viene a salvar al hombre. Que no me angustie temiendo el futuro que no controlo. Que tenga paz para dar la vida aquí y ahora. Que es cuando realmente Dios me lo pide.
No quiero quedarme mudo, como Zacarías que no creyó. Dudó del poder de Dios. Yo no quiero temer.
Alzo mi voz al cielo para que me oiga. Me pongo ante el mundo y comienzo a gritar para que sepan que Jesús está vivo. Quiero anunciar un nuevo tiempo de esperanza. Jesús viene a hacerse carne para que nunca más sienta que estoy solo.
No temo. Su voz grita en mi corazón pidiéndome que confíe. Jesús hace nuevas todas las cosas en mí. Puede darme una voz potente. Y poner en mis labios las palabras oportunas.
No temo. No me defiendo. Jesús me defiende a mí que soy su instrumento. La voz y la palabra van unidas. Mi voz grita en el desierto. La palabra ha sido sembrada en mi corazón. Levanto los ojos y confío en Dios que lo hace todo nuevo.
¿Qué palabras son las que digo con más frecuencia? ¿Cuáles son mis conversaciones? ¿Son profundas, hablo de lo importante? Mi voz y mis palabras.
La voz del alma que no quiero dejar de oír. Y las palabras que Jesús ha puesto en mí. No temo. Confío en ese poder de Dios que puede hacer todas las cosas nuevas.
Carlos Padilla Esteban, Aleteia

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