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miércoles, 18 de diciembre de 2019

«El islam me hizo cristiana»: la confesión de una periodista y su desengaño de la Europa decadente



Musulmanes en Roma. Alessandra percibió enseguida, de regreso a casa, la pérdida del sentido de comunidad y trascendencia que ofrece la religión.
Musulmanes en Roma. Alessandra percibió enseguida, de regreso a casa, la pérdida del sentido de comunidad y trascendencia que ofrece la religión.
Alessandra Bocchi es una joven periodista italiana especializada en política internacional y con una actitud ante la religión muy común en los países de tradición católica. Fue una estancia en Túnez lo que empezó a marcar un cambio en su vida, según cuenta ella misma en First Things:
Alessandra Bocchi, con una máscara anti-gas en Hong Kong, donde ha estado para cubrir la rebelión social contra el gobierno y contra Pekín. Alessandra viaja por todo el mundo para cubrir in situ los acontecimientos como periodista freelance.
El islam me hizo cristiana
Crecí en el norte de Italia, en un hogar católico. Para nosotros, como para muchas familias italianas, ser católico era una cuestión de educación más que de fe. Cuando era joven iba a catequesis en Milán, recibí los sacramentos y creía en Dios. Pero mis padres no me enseñaron a llevar una vida católica. Ellos mismos no la llevaban, y se divorciaron cuando yo era muy pequeña. Íbamos a misa sólo en Navidad y Pascua, según la tradición italiana.
Durante mi adolescencia pasé por una montaña rusa emocional. Era rebelde como lo son los adolescentes, lo que significa conformarse al mundo, el mundo de la Europa post-cristiana. Empecé pasando de la religión para acabar rechazándola activamente. Me mudé de Milán a Londres para ir a la universidad y durante esos años mi actitud y comportamiento hacia la religión siguieron siendo los mismos.
Mi rechazo a la fe era debido en parte a la formación que había recibido en el colegio. A partir de la adolescencia me apasioné por la filosofía y la literatura. Y aunque estudié a escritores cristianos como Dante, mi currículo se centró en pensadores que cuestionaban el cristianismo. Me inscribí a un curso llamado Filosofía de la Religión impartido por un profesor que sentía un total desprecio por la fe en Dios, hasta el punto de que uno de mis amigos religiosos salió un día llorando de clase. En ese momento pensé que su reacción había sido desmesurada ante una argumentación razonable.
Terminé mi licenciatura en ciencias políticas en el King's College de Londres y mi posgrado en filosofía política en el University College de Londres. Los modelos que estudiábamos partían de  la Ilustración en adelante: HobbesLocke, ­RousseauMontesquieu, etc. No nos enseñaron ni la filosofía clásica ni la filosofía cristiana. Después pasamos a estudiar el post-modernismo, y me atrajeron pensadores como Michel Foucault. Al vivir en Londres, una ciudad alienada y atomizada, se despertó en mí una aversión hacia la modernidad, por lo que la crítica de Foucault de la modernidad como sistema de control del individuo tenía sentido para mí. Hasta un cierto punto sigo estando de acuerdo con esa crítica. Pero entonces mi aversión a la modernidad era progresista, ahora es religiosa.
El University College de Londres. Foto: GoÜni. La mayor parte de las instituciones académicas públicas europeas prescinden de enseñar y transmitir mil años de cultura cristiana o la reducen al mínimo.
Acabé un programa intenso de formación en periodismo en la agencia de noticias más importante de Londres y mi primer trabajo me llevó al norte de África. Fui sin prejuicios de ningún tipo sobre la fe islámica o la sociedad musulmana. Viví un año en Túnez, donde trabajé para cinco periódicos árabes, por lo que tuve la ocasión de observar a la sociedad musulmana muy de cerca.
Desde el principio me irritaron los aspectos conservadores de la sociedad tunecina. Mi primera entrevista fue con un ex detenido de la bahía de Guantánamo que se negó a darme la mano por ser mujer. La mayoría de los tunecinos no se comportan así, pero aplican otras restricciones. No podía salir sola por la noche a no ser que fuera acompañada por un hombre. En una ocasión en que estaba haciendo jogging sola, tuve que amenazar con llamar a la policía porque un grupo de jóvenes empezó a molestarme. Fue una forma de acoso que no había experimentado nunca antes.
Estos incidentes despertaron mi deseo de querer trabajar con las mujeres del país, para arrojar luz sobre la opresión y las prácticas sexuales denigrantes a las que se tienen que enfrentar en sus vidas, como los humillantes test de virginidad. Para ser consideradas esposas dignas, las mujeres tienen que demostrar su castidad y virginidad mostrando a su familia la sangre en las sábanas después de la noche de bodas. Me contaron historias de mujeres o de sus esposos cortándose a sí mismos o usando vino para proporcionar esta "prueba". Otras historias hablaban de mujeres sometiéndose a cirugía reconstructiva del himen. Oír estos relatos hizo que me resintiera de la hipocresía de ciertas prácticas islámicas.
También trabajé con las minorías cristianas del país. Renunciar al islam no es posible, según establecen sus textos sagrados. Me pasé semanas investigando para un artículo en el que expuse que el proselitismo sigue siendo ilegal en un Túnez supuestamente progresista después de la Primavera Árabe, que se supone fue una revolución para defender los derechos humanos de todos; también explicaba que la apostasía conlleva el riesgo de una gran vergüenza social, incluso violencia. Hablé con personas que se habían convertido del islam al cristianismo y que me hablaron de su miedo a decir abiertamente que eran cristianos. Entrevisté a líderes religiosos e islámicos. Los cristianos necesitan ser protegidos por la policía cuando van a misa los domingos. Fui a misa en la catedral más importante de Túnez, sólo con fines periodísticos. Mas al hacerlo, me invadió un sentimiento de pertenencia que no había sentido nunca.
Profanación del cementerio cristiano de Sfax (Túnez), en 2017. Foto: Tunisie Numérique.
Sentí que esos hombres y esas mujeres que profesaban la fe en medio de la persecución eran mis hermanos y hermanas. Su hospitalidad hacia una forastera como yo y la fuerza de su fe a pesar de los problemas a los que se enfrentan hizo que me sintiera uno de ellos, una cristiana. Nunca me había definido como tal, pero entre los cristianos perseguidos en el extranjero empecé a verme en esos términos.
Tuve largas conversaciones con algunos tunecinos cristianos sobre sus conversiones, y una historia de un antiguo simpatizante de Al-Qaeda me tocó especialmente. Me dijo: "Estaba lleno de odio, pero cuando empecé a creer en el cristianismo, sentí una paz de espíritu que nunca había sentido antes". La fe que yo había dado por descontada al crecer en una cultura post-cristiana empezó a revivir.
Cuando volví a Italia, mi país natal me era extraño. Empecé a comprender las palabras de un pastor anglicano al que había entrevistado en el norte de África: "Prefiero vivir en un país musulmán, a pesar de las persecuciones, que en Europa, donde la religión es objeto de burla. Por lo menos ahora estoy rodeado de gente que también cree en Dios". Pude comprender por qué los musulmanes y los cristianos tienen más en común entre ellos que con los ateos de Occidente que desprecian todos los credos religiosos.
Y aprecié haber vivido en una sociedad que, a pesar de sus faltas, me proporcionó un sentimiento de comunidad, amistad y transcendencia que falta en Europa. Me dí cuenta de que estas cualidades existen no sólo en los grupos de cristianos perseguidos con los que me identificaba, sino en toda la sociedad. La sociedad musulmana que yo pensaba que despreciaba -y que sigo despreciando cuando se habla de la opresión de las mujeres y los cristianos- me parecía superior a la mía si consideraba el sentimiento de finalidad, de propósito, que proporciona a su gente. Veía bajo una luz distinta a los amigos con los que había crecido entre bebidas, fiestas y todo tipo de actividades sexuales superficiales.
En mi juventud me había insensibilizado a la decadencia, y ahora me era imposible ignorarla. Empecé a aislarme de mis coetáneos para centrarme en mi trabajo y en la práctica de mi fe. Mi antigua frustración con el convencionalismo empezó a tomar la dirección adecuada, y me di cuenta de que no había nada realmente rebelde en conformarme al estilo de vida de la mayoría de la gente que me rodeaba. Fui consciente de que el verdadero inconformismo era distanciarme del mundo en el que había sido educada.
Cuando vivía en el mundo islámico pensaba que la sociedad europea estaba amenazada por el tradicionalismo moral del islam. Cuando volví a Europa, me di cuenta de que el islam es una amenaza menor si la comparamos con la amenaza que somos nosotros para nosotros mismos. No queda mucho por salvar en la sociedad occidental; nuestra tarea es recuperar lo que hemos perdido. Estoy agradecida al islam por ayudarme a ver esto. Aunque sigo rechazando muchos elementos de la sociedad musulmana, admiro su sentimiento de fe, que me hizo volver a la mía. Seguiré luchando en una sociedad que rechaza mis creencias y en la que el aislamiento o la cesión parecen ser las únicas opciones. Al menos ahora tengo una orientación espiritual y un camino que seguir.
ReL

Traducido por Elena Faccia Serrano.


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