La Biblia tiene más de 72 versículos que hablan sobre la humildad, pero hay uno en particular que lo resume todo
«Desplegó la fuerza de su brazo, dispersó a los que son soberbios en su propio corazón. Derribó a los potentados de sus tronos y exaltó a los humildes.»
Lucas 1, 51-52
La humildad agrada a Dios, los humildes lo complacen. Me parece que era san Agustín quien aseguraba:
“Si quieres ser santo, sé humilde. Si quieres ser muy santo, sé muy humilde. Si quieres ser más santo, sé más humilde”.
Santa Teresa de Ávila como muchos otros santos, reflexionó sobre la humildad:
“El corazón humilde desea sinceramente ser tenido en poco y desea ser perseguido y condenado sin culpa, aun en cosas graves. Pues el verdadero humilde, al compararse con Jesús que fue condenado sin culpa, ve claramente que personalmente merece todo eso y mucho más”.
La Biblia tiene más de 72 versículos que hablan sobre la humildad, pero hay uno en particular que lo resume todo:
«Humíllense ante el Señor y él los ensalzará»
Santiago 4
El ejemplo de san José
Hace poco leí en Twitter a una joven cuya cuenta sigo. Ella contaba la maravillosa homilía del sacerdote en la Misa, hablando de san José cuando les notificaron por el censo.
«Sucedió que por aquellos días salió un edicto de César Augusto ordenando que se empadronase todo el mundo»
Lucas 2, 1
Él sabía que custodiaba al Hijo del Dios Vivo, bien pudo decir: “mi esposa es la Madre de Dios, no iré al censo”. En lugar de eso, guardó humilde silencio, y obedeció con mansedumbre y serenidad.
Emprendió una travesía larga, sabiendo que no sería fácil, y con la Virgen María encinta, a punto de dar a luz, cansada, viajando sobre un asno. Ya puedes imaginar las incomodidades que vivieron.
Humilde hasta en lo pequeño
Llegó a Belén y no exigió posada, humildemente la pidió. Y cuando todos se la negaron no enfureció, como habría hecho yo y quién sabe cuántos más. Es una reacción natural de desesperación y molestia.
Él siguió adelante sabiendo que todo lo que estaba viviendo era la voluntad de Dios. Y aceptó guarecerse en un pequeño pesebre, donde nacería nuestro Salvador.
Aprenderé de la humildad del buen san José.
Ahora haré contigo esta breve oración que me brota del alma, adolorido por mis ofensas a un Dios tan bueno y tierno, que no merece lo que le hacemos.
Oración
Señor, sabes que soy orgulloso.
Perdóname.
Sabes que no he hecho todo lo que me has pedido.
Perdóname.
Sabes que no soy todo lo bueno que podría.
Perdóname.
Ayúdame a ser mejor cada día.
Muéstrame tus caminos.
Enséñame lo que quieres de mí.
Hazme humilde, Señor.
Hazme santo y misericordioso.
Que todos mis actos sean conforme a tu voluntad,
que es Santa y perfecta.
Amén
Claudio de Castro, Aleteia
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