Poco después de saber que estaba embarazada, la madre de Lynda Swayn fue víctima del pánico ante la posibilidad de que su familia supiese que tendría un hijo con un hombre casado. Recurrió al metotrexato, un potente medicamento que acabaría con la vida de Lynda casi de inmediato. Contra todo pronóstico, sobrevivió.
Al recibir el alta hospitalaria en Rotorua (Nueva Zelanda), Lynda tenía un año y medio de vida, había sido abandonada por su madre y era totalmente dependiente.
El aborto fallido le dejó graves secuelas de por vida. Solo tenía dos dedos en cada pie, no podía caminar, tenía la vista casi anulada por completo y dos grandes agujeros hacían de su cerebro algo parecido a lo que considera "una fontanela que nunca se cerró".
Sin embargo, gracias al cuidado de las Hermanas de la Compasión, orden fundada por Suzanne Aubert para cuidar a bebés y niños "no deseados", pudo crecer casi como cualquier otra niña.
Una infancia alegre, feliz y de fe
Lynda iba a la escuela, tenía amigos y, pese a su nacimiento, recuerda una infancia feliz con las religiosas que eran como la madre que no tuvo: "Mi vida estuvo llena de alegría, mis necesidades médicas y quirúrgicas fueron atendidas, y también las escolares y sociales: había tantos niños que nunca estabas sola".
En su conversación con el capellán de las hermanas, James Lyons, sobresale la hermana Leola, que le ayudó a bautizarse en su cumpleaños y a confeccionar su vestido de comunión. También recuerda a la hermana Sheila y la hermana Jude, quienes le enseñaron la cultura indígena maorí, cuna de las Hermanas de la Compasión.
Las dificultades originadas por su nacimiento no le impidieron tomar ejemplo de las hermanas y hacer su misión de la ayuda y educación de niños abandonados tras el parto.
La caridad, su objetivo "cueste lo que cueste"
Y para ello debía acceder a la universidad. Allí fue víctima de numerosos ataques debido a sus secuelas. Lejos de reducirse a lo verbal recibió varias agresiones de estudiantes y peatones, pero nada le hizo desistir en sus estudios.
"Sé que soy diferente, y que todos los días salir de mi casa es un gran reto, pero cuando tengo un buen día doy gracias a Dios por ello", explica, consciente de que quienes la conocen ven en ella "una persona con sentido del humor, expresiva y que se preocupa por los demás".
Fue esa preocupación la que llevó a Lynda a entregarse por entero a la educación y la caridad con los más necesitados.
La superviviente a su aborto Lynda Swayn perdonó a su madre gracias al mensaje de Suzzane Aubert: "Veía a Cristo en todos, también en las madres de los niños no deseados".
"Veía que algunos de los niños del barrio en el que crecí necesitaban ayuda para deletrear su nombre, el alfabeto o con los números, así que solía enseñarles y ayudarles", explica.
Muchas de las hermanas eran maestras, y aún hoy recuerda con agradecimiento que potenciasen su vocación docente: "Sentí que yo también podía tener esa habilidad y hacer lo mismo".
Amiga de santas y devota de venerables
Al acabar sus estudios de magisterio, Swayn impulsó la creación de la Asociación de Educación Especial de Nueva Zelanda, que trabaja con los padres de niños con necesidades especiales en colegios de integración.
Poco después, la maestra conoció personalmente a la madre Teresa de Calcuta, a quien acompañó en la India durante tres meses dedicándose a los más necesitados, especialmente a niños y bebés. "Aprendí que nunca debo quejarme de lo que no tengas, a aceptar lo que tienes y no quejarte de lo que no puedes hacer", explica.
Junto con la madre Teresa, Swayn confiesa su especial admiración por la fundadora de las Hermanas de la Compasión, Suzzane Aubert. "Significa mucho para mí en el sentido de que veía a Cristo en todos, también en las madres de los niños abandonados sin juzgarlas y a aceptar a todos cualquiera que fuese su origen o pasado", menciona.
Felicitada por el Papa
Pasados los años, admite no guardar ningún rencor hacia su madre. "La he perdonado, y no creo que pueda juzgarla. [Suzzane] habría tenido compasión de ella, la habría aceptado a ella y sus circunstancias sin juzgarla", expresa.
Actualmente, la maestra se dedica al cuidado y enseñanza de niños discapacitados y con necesidades especiales y acude semanalmente al Hogar de la Compasión de las hermanas, donde enseña a los visitantes la historia de su fundadora.
Lynda Swayn, recibiendo de manos del cardenal de Wellington (Nueva Zelanda) John Dew la medalla y felicitación papal.
Por esta labor recibió una medalla y el reconocimiento papal en 2018. "Sé sin lugar a dudas que si las Hermanas no me hubieran acogido, no estaría aquí hoy. Es un milagro que esté aquí hoy, contra todo pronóstico, dado que los médicos me dijeron que no viviría por mucho tiempo", expresó.
"Por eso me apasiona Suzanne Aubert y el Hogar de las Hermanas de la Compasión. Mi corazón siempre estará agradecido con ellas por darme una vida tan plena", concluye: "El mayor regalo que he recibido es la vida, y doy gracias a Dios por todo lo que ha hecho y está haciendo por nosotros".
ReL
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