Desistir fue «como dejar un culto que sacrificaría a mi hijoen nombre de la liberación colectiva»
Llegaron a admitir que sus hijos no eran transgénero,
sino que ellas les habían inculcado esa creencia.
Cada vez con más frecuencia se observan padres y familias dispuestos a educar en sus hijos según las premisas de lo políticamente correcto. Tanto como para que, aunque sean recién nacidos, no tengan conciencia en ningún momento de su vida de que son hombres o mujeres o que consideren que ser niño o niña está totalmente desvinculado de su propio sexo biológico.
Es lo que le ocurrió a una pareja de lesbianas norteamericanas, quienes educaron a sus dos "hijos" de la "manera más neutral posible". En un transcurso de meses, pasarían de considerar los resultados como una contribución positiva para la humanidad a contemplar la experiencia como "un culto que estuvo cerca de sacrificar a mi hijo a los dioses de la ideología de género".
Como ha contado una de ellas en Pitt (Parents With Inconvenient Truths about Trans) se definía a sí misma como una fanática del movimiento de género, por cuya implantación luchó desde años atrás para "implantar la justicia social, el concepto de interseccionalidad"-un enfoque que subraya que el sexo, el género, la etnia, la clase o la orientación sexual están interrelacionadas.- , o, en definitiva, "cambiar el mundo".
De manera "neutral", sin niños ni niñas... solo con niñes
Como activista lesbiana y queer, pronto "tuvo" dos hijos con su pareja y ambas decidieron "asegurar su yo auténtico y su identidad", criándolos "de la manera más neutral posible en cuanto al género, con ropa, juguetes y lenguajes neutrales".
Admite que no tardó en percibir "las tensiones entre lo que sentía instintivamente como madre y lo que debería hacer como madre blanca antirracista -y con una ideología opuesta a la maternidad-".
La educación de los niños no pudo ser más neutral: ni si quiera decían "niños" o "niñas", modificaron los idiomas para que resultaran neutros e incluso sustituían las palabras "hombre" o "mujer" al hablar por "gente".
Los primeros resultados no tardaron en hacerse visibles: "A una edad temprana, notamos que nuestro primer hijo era un poco diferente, muy sensible. A los tres años comenzó a relacionarse e identificarse más con las mujeres y cómo no hablaba bien aún decía que le gustaban las mamás".
Convencidas de que eran suficientes síntomas de una disforia de género con tan solo cuatro años, su hijo comenzó a preguntar si era un niño o una niña. "Puedes elegir, puedes nacer con cuerpo de chico y seguir siendo una niña por dentro… Todo depende de lo que tu sientas", le respondió.
Lo que su madre aún no sabía pero estaría cerca de experimentar es que estaba llevando a su hijo "inocente y sensible por un camino de mentiras que era una vía de acceso libre a un daño psicológico y a una intervención médica irreversibles de por vida".
Pero aquella respuesta no le valió al pequeño de cuatro años, que unilateralmente decidió que era una niña y sus madres le dieron permiso para continuar con aquella fantasía.
Cuando todo deja de ser un juego: dolor, miedo y amenazas
"Saltaba arriba y abajo en la cama, feliz, diciendo ¡Soy una niña!´, `¡Soy una niña!´… Nosotras, y no él, iniciamos su transición social. El dolor y la conmoción de lo que hicimos es tan profundo, grave, agudo y penetrante… ¿Cómo podría hacerle algo así una madre a su hijo?", expresa su madre arrepentida.
Sin embargo, hasta ahora, su pequeño hijo no había mostrado signos de disforia real. Más bien habían fomentado una ausencia artificial de adscripción sexual y hecho caso a terapeutas que remarcaban la importancia "de eliminar el contacto con cualquier familiar o amigo que no refuerce su identidad trans" o de usar los pronombres y nombres escogidos por el niño.
Lo "grave" comenzó cuando su hijo pequeño de tres años comenzó a decir que era una niña. Pronto comprendieron que el motivo de su actuación "era un deseo de ser como su hermano mayor", pero "se volvió cada vez más insistente mientras nos angustiábamos más y más".
Preocupadas, asistieron nuevamente al terapeuta con la intención de descubrir si las nuevas ideas del menor podían deberse a ser el único no considerado como una mujer en casa.
"Para nuestra sorpresa comenzó a referirse al pequeño como `ella´, mientras decía que cualquier pronombre que un niño quiera usar como pronombre propio debe ser el que se use. Expresó que era transfóbico creer que había algo malo en que nuestro hijo menor quisiera ser como su hermano transgénero mayor", mencionan.
Pese a no estar convencidas, la pareja le dio el visto bueno al pequeño y le anticiparon que le hablarían de "ella"
Durante los siguientes años, la pareja observaba como todo lo que creían saber se desmoronaba por completo: "Decidimos no hacer la transición social a nuestro hijo menor, porque empezamos a ver caramente que no solo nuestro hijo menor no era transgénero, sino que nuestro hijo mayor tampoco lo era".
"No era trasgénero, solo autista y sensible"
Recuerdan aquel periodo como "profundamente angustioso, marcado por una desesperación increíble. Cada vez tenía más claro no solo que mi hijo mayor no era trans, sino que nosotros éramos los responsables de llevarle al error por ese camino. En realidad no era una niña transgénero, sino un niño altamente sensible y probablemente autista".
La única solución para evitar la transición social y médica irreversibles era iniciar la "detransición" sobre los aspectos que ya habían sido aplicados: "Hablé con él sobre volver a llamarle según su nombre de nacimiento, que nos equivocamos al decir que podía ser una niña y que los hombres no pueden ser mujeres. Al principio se enfadó pero luego… alivio y descanso, fue como verle desprenderse de una gran carga que nunca debió llevar".
Desde entonces, los dos hermanos luchan por recuperarse del trauma y las consecuencias de su periodo trans. El mayor es ahora feliz, está en paz y cada día que pasa crece más como siempre ha sido. En cuanto al menor, una vez su hermano volvió a ser el de siempre, casi de inmediato volvió a considerarse un niño.
La pareja advierte a los lectores de los peligros que implica educar a los niños no ya como transgénero, sino también en la neutralidad: "Para mí, esta experiencia ha sido como dejar un culto, un culto que sacrificaría a mi hijo a los dioses de la ideología de género, en nombre de la liberación colectiva. He dejado este culto, y nunca voy a volver atrás".
ReL
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