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domingo, 17 de abril de 2016

¿Has escuchado ya la voz del Buen Pastor? ¿La reconoces? (comentario al Evangelio)


Evangelio según San Juan 10, 27-30
«En aquel tiempo, dijo Jesús: “Mis ovejas escuchan mi voz, y Yo las conozco, y ellas me siguen, y Yo les doy la vida eterna; no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. Mi Padre, que me las ha dado, es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre. El Padre y yo somos uno”».



P. Juan José Paniagua, catholic-link

Con elementos sencillos, tomados de la vida cotidiana de sus contemporáneos, Jesús expresó dimensiones profundísimas de la relación que Él tiene con sus seguidores. Desde los primeros años de la vida de la Iglesia la imagen del Buen Pastor cautivó a los cristianos. No en vano una de las figuras más antiguas que se tienen de Cristo es justamente aquella en la que se le representa como el Buen Pastor.
El pastor y sus ovejas; el temor a que alguien arrebate a las ovejas del establo, sea un lobo o un ladrón; el valor enorme que tenían las ovejas para un grupo humano que vivía fundamentalmente de lo que el mar, la tierra y los animales les proveían… estos y otro tantos elementos eran parte de la cultura pastoril en la que Jesús pronuncia las palabras que recoge el Evangelio de Juan. Son, pues, figuras sencillas que encierran un profundo significado para la vida cristiana de los que lo oyeron entonces y de los cristianos de todas las generaciones.

Si hacemos el esfuerzo por «experimentarnos ovejas», ¿qué podemos aprender? Un elemento es la relativa impotencia e inseguridad que la oveja sentiría —si tuviese conciencia— frente a los peligros que quizá sin saberlo enfrenta. Toda su seguridad depende de su pastor. Si el pastor se descuida, se duerme o simplemente no hace bien su trabajo, la posibilidad de que un predador o un salteador le haga daño a la oveja es muy alta. Y frente a ello la oveja está prácticamente indefensa.
Se genera así una relación entre las ovejas y el pastor. Las ovejas aprenden a reconocer el silbido o el llamado del pastor. Cuando éste las lleva a pastar y luego debe reunirlas para regresar al corral es fundamental que las ovejas identifiquen su señal. De lo contrario alguna podría quedar rezagada y expuesta a cualquier peligro.

ovejaA partir de estos sencillos elementos, las palabras de Jesús despiertan en nuestro corazón una inmensa paz y serenidad. En pocas palabras Él nos asegura que como Pastor nunca nos abandonará ni nos dejará expuestos a peligros que nos puedan dañar. Es más, con esa seguridad divina, que sólo Él puede tener, nos dice: «Yo las conozco… no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano». No deja lugar a dudas. Él es el Pastor que hace su trabajo no por la paga que podría recibir sino por el amor que tiene por cada una de sus ovejas, por cada uno de nosotros.
«Yo las conozco» nos dice. Sopesemos estas palabras. Jesús te dice: Yo te conozco; con nombre propio. Para Él no somos uno o una en el montón. Cada uno es único para Él. ¿Cómo así? Porque así es el amor. ¿Acaso es posible amar a un “montón”? Lo que sí es posible es amarnos un montón a cada uno, y Él lo ha hecho hasta el infinito: ¡ha muerto por nosotros y ha resucitado!
Profundizando en esto, el Papa Juan Pablo tiene unas palabras muy profundas que conviene meditar:
«Cristo es el Buen Pastor porque conoce al hombre: a cada uno y a todos. Lo conoce con este conocimiento único pascual. Nos conoce, porque nos ha redimido. Nos conoce porque “ha pagado por nosotros”: hemos sido rescatados a gran precio. Nos conoce con el conocimiento y con la ciencia más “interior”, con el mismo conocimiento con que Él, Hijo, conoce y abraza al Padre y, en el Padre, abraza la verdad infinita y el amor. Y, mediante la participación en esta verdad y en este amor, El hace nuevamente de nosotros, en Sí mismo, los hijos de su Eterno Padre; obtiene, de una vez para siempre, la salvación del hombre: de cada uno de los hombres y de todos, de aquellos que nadie arrebatará de su mano».
¿Quién podrá, pues, arrebatarnos de su mano? Nada ni nadie, como dice San Pablo. De por medio está el poder y el amor de Dios mismo. Si nos experimentamos ovejas de este Pastor Bueno, no tenemos nada que temer. Por el contrario, ¡qué paz y serenidad interior! ¡Qué experiencia indescriptible el “saberse conocido” por Él hasta la médula! ¡Saberse reconciliado! ¡Saberse amado!
Hoy es un día para dejarnos cargar en los hombros del Buen Pastor. No importando cuán grande sea nuestro pecado, o cuán perdidos nos podamos sentir, Él nos busca y nos encuentra, nos rescata y cura nuestras heridas. Dejemos de lado toda forma de soberbia, autoengaño y autosuficiencia, y dejémonos perdonar y amar por Aquel que nos conoce mejor que nosotros mismos.

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