Me has dado muchos escándalos, y sin embargo me has hecho entender la santidad:
Un precioso texto de Carlo Carretto
¡Qué cuestionable eres, Iglesia, y sin embargo te quiero!
¡Cuánto me has hecho sufrir, y sin embargo a ti me debo!
Quisiera verte destruida, y sin embargo necesito tu presencia.
Me has dado muchos escándalos, y sin embargo me has hecho entender la santidad.
No he visto nada más oscurantista en el mundo, más complejo, más falso y no he tocado nada más puro, más generoso, más bello.
Cuántas veces he querido cerrarte la puerta de mi alma en la cara, cuántas veces he rogado morirme entre tus brazos seguros.
No, no puedo liberarme de ti, porque soy tú, a pesar de no ser completamente tú.
Y luego, ¿a dónde iría?
¿A construirme otra?
No podía construirla más que con los mismos defectos, porque son los míos que llevo dentro. Y si la construyo, sería mi Iglesia, y no la de Cristo.
Estoy suficientemente viejo para entender que no soy mejor que los demás.
El otro día un amigo escribió una carta en un periódico: “Dejo la Iglesia porque, con su compromiso con los ricos, ya no es creíble”. Me da pena. O es un sentimental que no tiene experiencia, y lo disculpo; o es un orgulloso que cree que es mejor que los demás.
Ninguno de nosotros es creíble mientras esté sobre esta tierra…
La credibilidad no es de los hombres, es sólo de Dios y del Cristo.
¿Quizá la Iglesia de ayer era mejor que la de hoy? ¿Quizá la Iglesia de Jerusalén era más creíble que la de Roma?
¿Cuando Pablo llegó a Jerusalén llevando en el corazón su sed de universalidad, quizá que los discursos de Santiago sobre cortar el prepucio o la debilidad de Pedro que estaba con los ricos de entonces y que escandalizaba al comer sólo con los puros, podrían crearle dudas sobre la veracidad de la Iglesia, que Cristo había fundando fresca, y hacerle venir ganas de ir a fundar otra en Antioquía o en Tarso?
¿Quizá a santa Catalina de Siena, al ver al Papa que hacía una política sucia contra su ciudad, podía ocurrírsele la idea de ir a las colinas sieneses, transparentes como el cielo, y hacer otra Iglesia más transparente que la de Roma tan espesa, tan llena de pecados y politicastro?
…La Iglesia tiene el poder de darme la santidad y está hecha completamente, desde el primero hasta el último, de puros pecadores, y ¡qué pecadores!
Tiene la fe omnipotente e invencible de renovar el misterio eucarístico, y está compuesta por hombres débiles que andan a tientas en la oscuridad y se baten cada día contra la tentación de perder la fe.
Lleva un mensaje de pura transparencia y está encarnada en una pasta sucia, como sucio es el mundo.
Habla de la dulzura de los Maestros, de su no violencia, y en la historia ha mandado ejércitos a destripar infieles y torturar heresiarcas.
Transmite un mensaje de pobreza evangélica, y sólo busca dinero y alianzas con los poderosos.
Aquellos que sueñan cosas distintas a esta realidad sólo pierden tiempo y empiezan siempre desde cero. Y además demuestran que no han entendido al hombre.
Porque eso es el hombre, tal como lo ve la Iglesia visible, en su maldad y, al mismo tiempo en su valentía invencible que la fe en Cristo le ha dado y la caridad de Cristo le hace vivir.
Cuando era joven no entendía porque Jesús, a pesar de la negación de Pedro, lo quiso líder, su sucesor, el primer papa.
Ahora ya no me sorprende y comprendo cada vez mejor que haber fundado la Iglesia sobre la tumba de un traidor, de un hombre que se asusta por las habladurías de una sierva, era una advertencia continua para mantener a cada uno de nosotros en la humildad y en la conciencia de la propia fragilidad.
No, no me voy de la Iglesia fundada sobre una roca tan débil, porque fundaría otra sobre una piedra aún más débil que soy yo.
…Y si las amenazas son tantas y la violencia del castigo tan grande, más son las palabras de amor y más grande es su misericordia. Diría, al pensar en la Iglesia y en mi pobre alma, que Dios es más grande que nuestra debilidad.
Y luego ¿cuánto cuentan las piedras? Lo que cuenta es la promesa de Cristo, lo que cuenta es el cemento que une a las piedras, que es el Espíritu Santo. Sólo el Espíritu Santo es capaz de hacer la Iglesia con piedras que no han sido cortadas como nosotros…
Y el misterio está aquí.
Este amasijo de bien y mal, de grandeza y de miseria, de santidad y de pecado que es la Iglesia, en el fondo soy yo…
Cada uno de nosotros puede sentir con estremecimiento y con infinita alegría que lo que pasa en la relación Dios-Iglesia es algo que nos pertenece íntimamente.
En cada uno de nosotros repercuten las amenazas y la dulzura con la que Dios trata a su pueblo de Israel, la Iglesia. A cada uno de nosotros.
Dios le dice cómo a la Iglesia: “Yo te desposaré conmigo para siempre” (Os 2,21), pero al mismo tiempo nos recuerda nuestra realidad: “De la impureza de tu inmoralidad he querido purificarte, pero tú no te has dejado purificar de tu impureza. No serás, pues, purificada hasta que yo no desahogue mi furor en ti” (Ez 24,23).
Pero quizá existe todavía una cosa más bella. El Espíritu Santo, que es el Amor, es capaz de vernos santos, inmaculados, bellos, aunque estemos disfrazados de bribones y adúlteros.
El perdón de Dios, cuando nos toca, vuelve transparente a Zaqueo, el publicano, e inmaculada a Magdalena, la pecadora.
Es como si el mal no hubiera podido tocar la profundidad más íntima del hombre. Es como si el Amor hubiera impedido dejar pudrirse el alma lejana del amor.
“Halló gracia en el desierto el pueblo que se libró de la espada”, nos dice Dios a cada uno de nosotros y continúa: “Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti. Volveré a edificarte y serás reedificada, virgen de Israel” (Jer 31, 3-4).
Nos llama “vírgenes” aunque estemos de regreso de la enésima prostitución del cuerpo, del espíritu y del corazón.
En esto, Dios es verdaderamente Dios, es decir, el único capaz de hacer las “cosas nuevas”.
Porque no importa que Él haga los cielos y la tierra nuevos, es más necesario que haga “nuevos” nuestros corazones.
Y este es el trabajo de Cristo.
Y este es el ambiente divino de la Iglesia…
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