Irrumpe de repente, se queda para siempre
Carlos Padilla Esteban, Aleteia
Me gusta vivir este tiempo de Pascua. Es como si quisiera retener esos momentos de luz junto a Jesús en mi vida.
Me gusta vivir este tiempo de Pascua. Es como si quisiera retener esos momentos de luz junto a Jesús en mi vida.
Pienso en el lago y en la pesca. Pienso en un camino que llega hasta ese pan que se parte. Pienso en una mano tocando la herida abierta. En un abrazo. En unas pocas palabras. En una mirada de luz y esperanza.
Me gusta imaginar esos momentos de Jesús con sus discípulos. Me imagino la ansiedad por querer apurar rápidamente la copa de su presencia. Retener sus pocas palabras. Absorber sus silencios. Súbitamente vuelve a sus vidas. Y ellos retienen con rapidez toda la vida que desprende. Toda esa luz que acaba con las sombras.
La Pascua me habla de un paso fugaz pero verdadero. El paso de Dios por mi vida. Irrumpe de repente. Se queda para siempre. Pienso en ese paso de Dios que quiere cambiarme el corazón. Yo me resisto tantas veces.
La Pascua llena la vida de luz y de flores. De árboles que comienzan a dar vida en sus brotes. De un jardín que se tiñe de nuevos colores. La Pascua y la primavera van tan unidas. Acaba el frío del invierno.
Y lentamente se abre paso por la tierra una nueva vida. Un brote de esperanza. Un nuevo resurgir en ese páramo en el que todo parecía muerto. Pero estaba dormido.
A veces en mi vida presiento el invierno. Como un halo gris que lo cubre todo y me lleva a hacer las cosas de forma mecánica. Y de repente una fuerza desconocida cambia la dinámica. Lo veo todo con más luz. Algo ha cambiado.
Una persona rezaba: “Sé que la vida es eterna y yo sólo tejo unos pocos días en medio de este mundo. Quiero. Amo. Deseo. Y toco con mis manos la frescura de la piel. Y una tierra nueva que se abre ante mis ojos. Y quiero empezar a vivir. Y quiero morir de repente. Y quiero lo que no tengo. Y quiero lo que poseo. Y no quiero perder nada de cuanto me has dado. Y mis manos abrazan, retienen, tocan. Quiero abrir las compuertas que dejan salir toda el agua que llevo dentro. Y doy luz. Y me oculto. Y las sombras a veces parecen desdibujar el sentido de mi vida. Pero entonces te encuentro ti, Jesús, junto a mí, conmigo. Y me miras. Y te miro. Y me acerco para alzarme en tus brazos caídos. Y quiero tocar tus heridas. Y quiero gritar como Juan: -Es el Señor, y correr a tu encuentro. Tengo el alma llena y vacía. Tengo el corazón pequeño y lleno de ansia de infinito Y sé que si te abrazo me abrazas. Y sé que si te tengo me tienes. Y sé que si corro a tu lado Tú corres. Y si me callo me hablas. Y si te hablo te callas. Callamos juntos en un abrazo fuerte comprimido con las manos en tu espalda. Y tus manos en mi espalda. Y corro delante de ti. Y te espero. Y me esperas”.
Me gustan esas palabras que hablan de un encuentro eterno. Porque la Pascua es luz y encuentro. Es conocerme a mí mismo hasta las más hondas entrañas.
Porque sé que si no me conozco apenas podré dar lo que tiene el alma. Pretenderé ser como otros. Buscaré parecerme a los que admiro. Y desconoceré la fuente de la que brota mi verdadera paz, mi auténtica felicidad.
Creo que los discípulos aprendieron su nombre verdadero esos días junto al resucitado. En su luz les fue más claro saber quiénes eran. Su valor, su belleza. Se miraron en Jesús como en un espejo.
Quizás son los otros los que reflejan en su alma como en un espejo cómo es mi vida. Es en otros, en los que me aman, donde aprendo de verdad todo lo que valgo. Y me acepto. Y me quiero. Y comprendo que hay cosas que no están bien. O descubro las sombras. Y veo los sueños.
Y desvelo los deseos más auténticos. Incluso esos deseos que me asustan. Porque me hablan de un mundo interior que yo mismo desconozco. Y me abrazo al deseo más escondido en el corazón de Jesús. Cuando le miro a los ojos. En sus ojos mis ojos. En su corazón lo más verdadero de mi vida. Quiero guardar en el alma mis encuentros de Pascua. ¿Cuántos tengo? ¿Dónde están esas historias de mi vida en las que puedo narrar sin miedo a equivocarme cómo Jesús un día llegó a mi vida y lo cambió todo, se quedó para siempre?
¿Puedo dibujar en un cuadro imperfecto un camino de dos, o de tres, o de varios en los que Jesús me hizo ver el sentido de mi vida?
Quiero avanzar por la senda de la luz de estas semanas de Pascua. Cada semana algo más de luz, de paz, de vida. Cada semana una oportunidad nueva para volver a nacer. Para ser hecho de nuevo en esas manos llagadas que me traen una vida verdadera.
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