Invitamos a los matrimonios y a personas interesadas en una familia feliz, a leer y asimilar pasajes de la Exhortación pontifical 'Amoris laetitia' del Papa Francisco.
Casarse
por amor
131. Quiero decir a los jóvenes que nada de todo esto se ve
perjudicado cuando el amor asume el cauce de la institución matrimonial. La
unión encuentra en esa institución el modo de encauzar su estabilidad y su
crecimiento real y concreto. Es verdad que el amor es mucho más que un
consentimiento externo o que una especie de contrato matrimonial, pero también
es cierto que la decisión de dar al matrimonio una configuración visible en la
sociedad, con unos determinados compromisos, manifiesta su relevancia: muestra
la seriedad de la identificación con el otro, indica una superación del
individualismo adolescente, y expresa la firme opción de pertenecerse el uno al
otro. Casarse es un modo de expresar que realmente se ha abandonado el nido
materno para tejer otros lazos fuertes y asumir una nueva responsabilidad ante
otra persona. Esto vale mucho más que una mera asociación espontánea para la
gratificación mutua, que sería una privatización del matrimonio. El matrimonio
como institución social es protección y cauce para el compromiso mutuo, para la
maduración del amor, para que la opción por el otro crezca en solidez,
concretización y profundidad, y a su vez para que pueda cumplir su misión en la
sociedad. Por eso, el matrimonio va más allá de toda moda pasajera y persiste.
Su esencia está arraigada en la naturaleza misma de la persona humana y de su
carácter social. Implica una serie de obligaciones, pero que brotan del mismo
amor, de un amor tan decidido y generoso que es capaz de arriesgar el futuro.
132. Optar por el matrimonio de esta manera, expresa la
decisión real y efectiva de convertir dos caminos en un único camino, pase lo
que pase y a pesar de cualquier desafío. Por la seriedad que tiene este
compromiso público de amor, no puede ser una decisión apresurada, pero por esa
misma razón tampoco se la puede postergar indefinidamente. Comprometerse con
otro de un modo exclusivo y definitivo siempre tiene una cuota de riesgo y de
osada apuesta. El rechazo de asumir este compromiso es egoísta, interesado,
mezquino, no acaba de reconocer los derechos del otro y no termina de
presentarlo a la sociedad como digno de ser amado incondicionalmente. Por otro
lado, quienes están verdaderamente enamorados tienden a manifestar a los otros
su amor. El amor concretizado en un matrimonio contraído ante los demás, con
todos los compromisos que se derivan de esta institucionalización, es
manifestación y resguardo de un «sí» que se da sin reservas y sin
restricciones. Ese sí es decirle al otro que siempre podrá confiar, que no será
abandonado cuando pierda atractivo, cuando haya dificultades o cuando se
ofrezcan nuevas opciones de placer o de intereses egoístas.
De la Exhortación ‘Sobre el Amor en la Familia’ (Capítulo IV: Vocación de
la Familia)
Vea también El Corazón de Cristo Centro del Misterio Cristiano
y Clave del Universo
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