Invitamos a
los matrimonios y a personas interesadas en una familia feliz, a leer y
asimilar pasajes de la Exhortación pontifical 'Amoris laetitia' del Papa
Francisco.
Amor que se manifiesta y crece
133. El amor de amistad unifica todos los aspectos de la
vida matrimonial, y ayuda a los miembros de la familia a seguir adelante en
todas las etapas. Por eso, los gestos que expresan ese amor deben ser
constantemente cultivados, sin mezquindad, llenos de palabras generosas. En la
familia «es necesario usar tres palabras. Quisiera repetirlo. Tres palabras:
permiso, gracias, perdón. ¡Tres palabras clave!»[132]. «Cuando en una familia no se es entrometido
y se pide “permiso”, cuando en una familia no se es egoísta y se aprende a
decir “gracias”, y cuando en una familia uno se da cuenta que hizo algo malo y
sabe pedir “perdón”, en esa familia hay paz y hay alegría»[133]. No seamos mezquinos en el uso de estas
palabras, seamos generosos para repetirlas día a día, porque «algunos silencios
pesan, a veces incluso en la familia, entre marido y mujer, entre padres e
hijos, entre hermanos»[134]. En cambio, las palabras adecuadas, dichas
en el momento justo, protegen y alimentan el amor día tras día.
134. Todo esto se realiza en un camino de permanente
crecimiento. Esta forma tan particular de amor que es el matrimonio, está
llamada a una constante maduración, porque hay que aplicarle siempre aquello
que santo Tomás de Aquino decía de la caridad: «La caridad, en razón de su
naturaleza, no tiene límite de aumento, ya que es una participación de la
infinita caridad, que es el Espíritu Santo [...] Tampoco por parte del sujeto
se le puede prefijar un límite, porque al crecer la caridad, sobrecrece también
la capacidad para un aumento superior»[135]. San Pablo exhortaba con fuerza: «Que el
Señor os haga progresar y sobreabundar en el amor de unos con otros» (1 Ts 3,12);
y añade: «En cuanto al amor mutuo [...] os exhortamos, hermanos, a que sigáis
progresando más y más» (1 Ts 4,9-10). Más y más. El amor
matrimonial no se cuida ante todo hablando de la indisolubilidad como una
obligación, o repitiendo una doctrina, sino afianzándolo gracias a un
crecimiento constante bajo el impulso de la gracia. El amor que no crece
comienza a correr riesgos, y sólo podemos crecer respondiendo a la gracia
divina con más actos de amor, con actos de cariño más frecuentes, más intensos,
más generosos, más tiernos, más alegres. El marido y la mujer «experimentando
el sentido de su unidad y lográndola más plenamente cada día»[136]. El don del amor divino que se derrama en
los esposos es al mismo tiempo un llamado a un constante desarrollo de ese
regalo de la gracia.
135. No hacen bien algunas fantasías sobre un amor idílico y
perfecto, privado así de todo estímulo para crecer. Una idea celestial del amor
terreno olvida que lo mejor es lo que todavía no ha sido alcanzado, el vino
madurado con el tiempo. Como recordaron los Obispos de Chile, «no existen las
familias perfectas que nos propone la propaganda falaz y consumista. En ellas
no pasan los años, no existe la enfermedad, el dolor ni la muerte [...] La
propaganda consumista muestra una fantasía que nada tiene que ver con la
realidad que deben afrontar, en el día a día, los jefes y jefas de hogar»[137]. Es más sano aceptar con realismo los
límites, los desafíos o la imperfección, y escuchar el llamado a crecer juntos,
a madurar el amor y a cultivar la solidez de la unión, pase lo que pase.
De la Exhortación ‘Sobre el Amor en la Familia’ (Capítulo IV: Vocación de
la Familia)
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