Recibir un nombre es parte de la identidad de la persona, y no fue menos importante para los padres de la santísima Virgen cuando nació su pequeña, a quien, según la tradición, le pusieron el nombre de María, tan dulce que de solo escucharlo se enternece el corazón.
La presentación al templo y el nombre
En la costumbre judía, los bebes se presentan al templo cuando apenas han cumplido ocho días de nacidos. Con María santísima ocurrió lo mismo, sus padres la llevaron al templo y pusieron el nombre a su recién nacida, el cual designaba su misión, tal como lo hizo Jesús con Simón, al cambiar su nombre por Pedro:
"Y Jesús le dijo: 'Feliz de ti, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo ha revelado ni la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en el cielo. Y yo te digo: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y el poder de la muerte no prevalecerá contra ella. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos. Todo lo que ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y todo lo que desates en la tierra, quedará desatado en el cielo'".
(Mt 16, 17-18).
Y fue un nombre con gran significado, pues "María" -del hebreo "Miriam"-, quiere decir "Señora", Princesa" o "Soberana", el cual adquirió su verdadero sentido con su Asunción, porque es la Reina de cielos y tierra, dignidad que le ha conferido su Divino Hijo.
El origen de la devoción
Pero, ¿cuándo comenzó la devoción al Dulce Nombre de María? Se dice que en 1513, la Diócesis de Cuenca, España, solicitó la autorización a la Santa Sede para celebrar esta fiesta.
Sin embargo, en 1683 fue el Papa Inocencio XI la declaró oficial para toda la Iglesia, la cual se celebra el 12 de septiembre, ocho días después de la Natividad de la Santísima Virgen María.
Por eso, quienes llevan ese hermoso nombre, tiene dos fechas para festejarse: el 15 de agosto, día de la Asunción de la Virgen María, y el 12 de septiembre, día del Dulce Nombre de María.
Y sobre todo, pueden agradecer la especial protección de la Santa Madre de Dios, porque la honran llamándose igual que Ella, pues quien la invoca con amor y reverencia recibe numerosísimas gracias.
Mónica Muñoz, Aleteia
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