Purificar es una palabra ambigua cuando se trata del corazón. En esta época en la que están de moda los detox -procedimientos para eliminar toxinas del cuerpo- bien podemos concentrarnos, más bien, en el alma para eliminar los elementos que la dañan.
La Biblia y la purificación
La Palabra de Dios es viva y eficaz, y siempre tendrá un mensaje nuevo y personal. Por eso, para hablar de purificación interior, no hay nada más acertado que consultar la sagrada Escritura:
1Limpios de corazón
En el Evangelio de san Mateo, Jesús habla de las bienaventuranzas para animar a los oyentes a confiar en Dios, sin importar las circunstancias. Y claramente se refiere a los de corazón puro:
"Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios”.
(Mt 5,8)
2Confiar solo en Dios
Solo Dios puede salvar, por eso, la promesa de salvación es para el que rechaza todo lo que le aleja del Señor:
El hombre de manos inocentes,
y puro corazón,
que no confía en los ídolos
ni jura contra el prójimo en falso.
Ese recibirá la bendición del Señor,
le hará justicia el Dios de salvación.(Sal 23, 4)
3Purificar el cuerpo y el espíritu
San Pablo ama a los corintios y le preocupa que se mantengan dignos de las promesas que habían recibido, las mismas que se nos han dado a nosotros desde del día de nuestro bautismo:
"Ya que poseemos estas promesas, queridos hermanos, purifiquémonos de todo lo que mancha el cuerpo o el espíritu, llevando a término la obra de nuestra santificación en el temor de Dios".
(2 Cor 7, 1)
4Creer y ser puros
La claridad con la que habla san Pablo no deja lugar a dudas: el pecado mancha y contamina, así como la incredulidad:
"Todo es puro para los puros. En cambio, para los que están contaminados y para los incrédulos, nada es puro. Su espíritu y su conciencia están manchados".
(Tit 1, 15)
5La pureza de los niños
En varias ocasiones, Jesús puso como ejemplo a los niños por su inocencia, humildad y confianza, y por supuesto, por la pureza de su corazón. Por eso, san Pedro hace esta analogía:
"Renuncien a toda maldad y a todo engaño, a la hipocresía, a la envidia y a toda clase de maledicencia. Como niños recién nacidos, deseen la leche pura de la Palabra, que los haré crecer para la salvación, ya que han gustado qué bueno es el Señor".
(1 Pe 2, 1-3)
Mónica Munoz, Aleteia
Vea también El problema del mal y el sufrimiento - San Juan Pablo II
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