Invitamos a los matrimonios y a personas interesadas en una familia feliz, a leer y asimilar pasajes de la Exhortación pontifical 'Amoris laetitia' del Papa Francisco.
232. La historia de una familia está surcada por crisis de
todo tipo, que también son parte de su dramática belleza. Hay que ayudar a
descubrir que una crisis superada no lleva a una relación con menor intensidad
sino a mejorar, asentar y madurar el vino de la unión. No se convive para ser
cada vez menos felices, sino para aprender a ser felices de un modo nuevo, a
partir de las posibilidades que abre una nueva etapa. Cada crisis implica un
aprendizaje que permite incrementar la intensidad de la vida compartida, o al
menos encontrar un nuevo sentido a la experiencia matrimonial. De ningún modo
hay que resignarse a una curva descendente, a un deterioro inevitable, a una
soportable mediocridad. Al contrario, cuando el matrimonio se asume como una
tarea, que implica también superar obstáculos, cada crisis se percibe como la
ocasión para llegar a beber juntos el mejor vino. Es bueno acompañar a los
cónyuges para que puedan aceptar las crisis que lleguen, tomar el guante y
hacerles un lugar en la vida familiar. Los matrimonios experimentados y
formados deben estar dispuestos a acompañar a otros en este descubrimiento, de
manera que las crisis no los asusten ni los lleven a tomar decisiones
apresuradas. Cada crisis esconde una buena noticia que hay que saber escuchar afinando
el oído del corazón.
233. La reacción inmediata es resistirse ante el desafío de
una crisis, ponerse a la defensiva por sentir que escapa al propio control,
porque muestra la insuficiencia de la propia manera de vivir, y eso incomoda.
Entonces se usa el recurso de negar los problemas, esconderlos, relativizar su
importancia, apostar sólo al paso del tiempo. Pero eso retarda la solución y
lleva a consumir mucha energía en un ocultamiento inútil que complicará todavía
más las cosas. Los vínculos se van deteriorando y se va consolidando un
aislamiento que daña la intimidad. En una crisis no asumida, lo que más se
perjudica es la comunicación. De ese modo, poco a poco, alguien que era «la
persona que amo» pasa a ser «quien me acompaña siempre en la vida», luego sólo
«el padre o la madre de mis hijos», y, al final, «un extraño».
Capítulo VI De la
Exhortación ‘Sobre el Amor en la Familia’ (Algunas Perspectivas Pastorales)
Recemos La entrega de Jesús
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