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viernes, 12 de diciembre de 2025

Los bautismos masivos tras Guadalupe según una experta en indígenas: «No podían resistir su mensaje»

Ana Rita Valero de García, estudiosa de los códices y arqueología indígena mesoamericana, abunda en la mentalidad indígena que finalmente abrazaría la fe en el marco de un nuevo aniversario de las apariciones de la Virgen de Guadalupe. 

Fotograma de

Fotograma de "Guadalupe. Madre de la Humanidad".

Ana Rita Valero de García es una de las historiadoras y estudiosas de códices indígenas más prestigiosas de México.

Entre su amplia trayectoria, destaca su labor investigadora vinculada al Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología -CONACYT-, así como a la Real Academia Hispanoamericana de Ciencias, Artes y Letras. Destacan sus escritos sobre el Códice "Cozcatzin" o la Virgen de Guadalupe, que la han llevado a protagonizar uno de los episodios relacionados a la novena de la icónica St. Michael's Abbey.

La serie de entrevistas, elaborada por la abadía californiana de norbertinos, surge con motivo de una nueva conmemoración de las apariciones en el cerro Tepeyac al indio Juan Diego, entre el 9 y el 12 de diciembre de 1931, que llevan preparando durante días con una novena y eventos culturales.

Durante su entrega, la profesora Valero de García se ha adentrado en la mentalidad y cosmovisión indígena de Mesoamérica, buscando explicar el impacto y asimilación masivo por parte de los mexicas del mensaje transmitido por la Virgen de Guadalupe en sus apariciones.

Habla, por ejemplo, del periplo que llevó a los mexicas a vagar durante 200 años por Mesoamérica, mientras eran continuamente expulsados hasta su asentamiento definitivo en el Valle de México, en el primer tercio del siglo XIV.

“Los poemas dicen que nadie conocía su cara. Ese `nadie conocía su cara´ es una metáfora para decir que eran unos desconocidos, que no los querían allí. Entonces, precisamente porque no los querían en ninguna parte, el único lugar que encontraron en donde pudieron sentar sus bases fue Tenochtitlán”, explica.

Parte determinante de la identidad mexica no solo fue el idioma compartido por los indígenas mesoamericanos, el náhuatl, sino también el carácter belicoso. Mientras que sus vecinos texcocanos cultivaron el arte, la filosofía y la poesía, los tenochcas -mexicas- se dedicaron a la guerra. Llegaron a desarrollar un arte bélico muy señalado y se convirtieron en un señorío conquistador, explica.

El sentido del sacrificio 

Un expansionismo de cuyas conquistas se obtenían “importantes tributos, materias primas, comidas y bienes suntuarios como oro y plumas preciosas”, si bien buena parte de las conquistas tenían otro objetivo.

“Parte de ese expansionismo era para obtener prisioneros de guerra que se iban a dedicar al sacrificio”, comenta. La especialista invita a contemplar dichas prácticas que hoy duelen e impresionan en el marco de “una religión muy compleja que en el momento de la conquista tenía un panteón de 140 dioses”.

Explica que los sacrificios tenían un componente fundamentalmente propiciatorio.

“Les preocupaba mantener el universo funcionando, era su gran angustia existencial y su gran sentido teológico, tener contentos a los dioses para que les protegieran”, detalla. Así se entiende que, de las muchas ofrendas que dedicaban a los dioses, “lo más valioso que podían ofrecer era el corazón, la sangre”.

Una religiosidad profunda y arraigada

Desde un análisis objetivo, la historiadora alude a la vivencia de una religiosidad muy intensa que no buscaría tanto una política de terror entre la población, “un afán de maldad”, sino más bien “un afán místico”.

Sin embargo, al margen de unos sacrificios generalmente practicados por las castas sacerdotales dirigentes, la historiadora observa que la población también era profundamente religiosa.

“Una madre tenochca rezaba mucho. En cada casa de Tenochtitlán tenían un pequeño oratorio donde ofrecían cada mañana antes de salir. Tenían un pensamiento muy ligado [a la divinidad], su móvil y deseo de riqueza y bienes eran completamente místicos”, explica la historiadora.

Nican mopohua, detonante de la historia guadalupana

Valero de García también menciona los múltiples poemas y cantares mexicas, dominados a partes iguales por dramas o temas alegres y bellos. De esta forma, se puede deducir que la profunda religiosidad del pueblo llano y su costumbre de plasmar sus ideas por escrito allanarían el camino a la recepción del mensaje de Guadalupe, plasmado en el icónico Nican mopohua, que se traduce como “Aquí se dice”.

Cuenta que, en torno a las apariciones, un indígena acostumbrado a desenvolverse en náhuatl, español y latín percibió la importancia de lo que estaba sucediendo en el Tepeyac y lo plasmó por escrito.

Tanto las apariciones como el documento escrito por el indígena serían “el detonante y pista de despegue de la historia guadalupana” que, según la historiadora, no solo “nunca ha parado”, sino que ha ido “in crescendo” desde entonces.

"La fe no se impuso, al contrario: ellos la abrazaron"

Los historiadores cifran en millones las conversiones que siguieron a las apariciones de Guadalupe. Buscando explicar lo masivo del fenómeno, Valero de García considera que la razón última se encuentra en el consuelo transmitido por la Virgen sobre un pueblo que había visto alteradas sus estructuras hacía tan solo una década, y que quedó plasmado en el conocido “¿No estoy aquí yo, que soy tu madre?”.

La Virgen los abrazó y los bendijo. Y el pueblo la abrazó también, plenamente, con gran fervor, entusiasmo y sinceridad. No era una fe impuesta. La fe no se impuso, al contrario: ellos la abrazaron”, remarca.

Preguntada por cómo el mensaje de Guadalupe caló entre los indígenas, explica que lejos de ser algo mágico, fue un proceso gradual, pero favorecido por una semilla plantada por los evangelizadores y una religiosidad previa que “ya estaba allí”.

“La evangelización no estaba partiendo de una tierra árida, sino que ya estaban las semillas que era necesario que brotaran”, explica.

Un mensaje sabio, empático y compasivo 

Poco después de las apariciones, “se empezó a correr la voz de los milagros y así siguió”, según ella, hasta el presente. “El contenido del mensaje es tan sabio, tan compasivo y tan empático que no se puede uno resistir”, agrega la historiadora, que define la devoción guadalupana como masiva e innegable entre los mexicanos.

No es posible ser mexicano y no ser guadalupano. Ni siquiera el día de nuestra independencia, que tanto festejamos y gritamos, llega a tener esa capacidad de vínculo. Aunque uno no tenga fe, es un fenómeno antropológico y sociológico innegable”, concluye Ana Rita Valero.

José María Carrera Hurtado, ReL

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