PAPA LEÓN XIV
ÁNGELUS
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Queridos hermanos y hermanas: ¡buenos días!
Hoy, cuarto domingo de Adviento, la liturgia nos
invita a meditar sobre la figura de san José. Nos lo presenta, en particular,
en el momento en el que Dios le revela su misión en sueños (cf. Mt 1,18-24).
De ese modo, nos propone una página muy hermosa de la historia de la salvación,
cuyo protagonista es un hombre frágil y falible —como nosotros— y, al mismo
tiempo, valiente y fuerte en la fe.
El evangelista Mateo lo llama “hombre justo”
(cf. Mt 1,19), y esto lo describe como un israelita piadoso,
que observa la Ley y frecuenta la sinagoga. Pero, además de eso, José de
Nazaret se nos muestra también como una persona extremadamente sensible y
humana.
Lo vemos cuando, aun antes de que el Ángel le revele
el misterio que se está cumpliendo en María, frente a una situación difícil de
comprender y de aceptar, él no elige la vía del escándalo y de la condena
pública a su futura esposa, sino el camino discreto y benévolo del repudio en
secreto (cf. ibíd.). De esa manera, demuestra que ha captado el
sentido más profundo de su propia observancia religiosa: el de la misericordia.
La pureza y la nobleza de sus sentimientos se vuelven
aún más evidentes cuando el Señor, en sueños, le revela su plan de salvación,
indicándole el rol inesperado que deberá asumir: ser el esposo de la Virgen
Madre del Mesías. Aquí, en efecto, José, con un gran acto de fe, deja también
la última orilla de sus seguridades y navega mar adentro hacia un futuro que ya
está totalmente en las manos de Dios. San Agustín describe así su
consentimiento: «A la piedad y caridad de José le nació de la Virgen María un
hijo, Hijo a la vez de Dios» (Sermón 51, 30).
Piedad y caridad, misericordia y abandono; estas son
las virtudes del hombre de Nazaret que la liturgia nos propone hoy, para que
nos acompañen en estos últimos días de Adviento, hacia la santa Navidad. Son
actitudes importantes, que educan el corazón al encuentro con Cristo y con los
hermanos, y que nos pueden ayudar a ser, los unos para los otros, pesebre
acogedor, casa confortable, signo de la presencia de Dios. En este tiempo de
gracia, no perdamos ocasión para practicarlas: perdonando, animando, dando un
poco de esperanza a las personas con las que vivimos y a aquellas que
encontramos; y renovando en la oración nuestro abandono filial al Señor y a su
Providencia, encomendándole todo con confianza.
Que nos ayuden en esto la Virgen María y san José, que
fueron los primeros en acoger a Jesús, el Salvador del mundo, con gran fe y
amor.
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Después del ángelus
Queridos hermanos y hermanas:
Los saludo con afecto a todos ustedes, romanos y
peregrinos de Italia y de otras partes del mundo, en particular a los que han
venido desde Jumilla, en España, y al grupo de docentes del Our Lady
College, de Hong Kong. Saludo además a los fieles de Chieti Scalo y de
Voghera, a los profesores y a los alumnos del Liceo Científico “Banzi Bazoli”
de Lecce, y a los miembros de la “Fundación Agustinos en el Mundo”, con motivo
de su aniversario.
Hoy también deseo dirigir un saludo especial a los
niños y adolescentes de Roma. Queridos amigos, han venido con sus familiares y
con los catequistas para la bendición de las imágenes del Niño Jesús, que
colocarán en el pesebre de sus casas, de las escuelas y de los oratorios.
Agradezco al Centro de Oratorios Romanos que ha organizado este evento y
bendigo de corazón todas las imágenes del Niño Dios. Queridos chicos, ante el
pesebre, recen a Jesús también por las intenciones del Papa. En particular, recemos
juntos para que todos los niños del mundo puedan vivir en paz. ¡Les agradezco
de corazón!
Y con las imágenes del Niño Dios y con todas las
expresiones de nuestra fe en Él los bendiga siempre el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo.
A todos les deseo un feliz domingo y una santa y
serena Navidad.
(vatican.va)
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