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jueves, 15 de diciembre de 2016

Al otro lado de la Gran Muralla: retos del cristianismo en China, análisis de un misionólogo chino

¿Cómo llevar a Cristo a este país, con un quinto de la población mundial?

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P.J. Ginés, ReL
Qué pasará con el cristianismo en China? No es una cuestión menor
 para la Iglesia ni para el devenir de la humanidad. El país tiene 1.300 millones de habitantes, uno de cada cinco habitantes del planeta es chino. Sin embargo, la inmensa mayoría de los chinos no ha hablado jamás con un católico ni sabe apenas nada de Jesucristo.

Kin Sheung Chiaretto Yan, de 58 años,  es un converso al catolicismo que vive en Shanghai y es doctor en Misionología por la Universidad Gregoriana de Roma. Colabora con el Instituto Universitario Sophia en Roma, del movimiento de los Focolares y acaba de publicar en la editorial Ciudad Nueva su libro Al otro lado de la Gran Muralla, 350 páginas ágiles que reflexionan sobre el pasado, presente y posible futuro del cristianismo en China.

“El primer obispo católico chino fue ordenado en 1685 pero los siguientes tuvieron que esperar a 241 años más tarde, cuando se consagró a un grupo de seis obispos en 1926, y luego alguno más en los años cuarenta”, recuerda. Después llegó el comunismo. Se impidió –aún no se permite- la presencia de órdenes religiosas "extranjeras", y la difusión de literatura católica fuera de los templos. Entre 1966 y 1979 la religión estuvo directamente prohibida y los templos cerrados o eran destruidos. Docenas de obispos han pasado décadas enteras en cárceles y campos de trabajos y hay varios que continúan desaparecidos o detenidos.

Cifras para un país inabarcable
Hoy el enorme país asiático prueba distintas fórmulas y niveles de tolerancia o control. Si se suman las cifras del clero oficial y el clandestino, se calcula que hay en el país un centenar de obispos, 3.400 sacerdotes, 5.400 religiosas y 630 seminaristas en diez seminarios mayores. Es una gota de agua en una nación gigantesca. 

¿Y cuántos fieles católicos hay, entre clandestinos y oficiales? En un artículo de 2014 el jesuita Michael Kelly escribía, con ironía: “Eran 12 millones en 1980, 12 millones en 1990, 12 millones en el 2000 y, sorpresa, sorpresa, 12 millones en 2010. Ninguna religión da cifras reales en China. Eso sólo atraería atención del Gobierno y persecución”.

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Una ruta no confrontacional
Kin Sheung –que, no lo olvidemos, escribe desde Shanghai- marca una hoja de ruta a la vez optimista y no confrontacional. Por un lado, anima a que la Iglesia clandestina y la oficial se traten con “buena fe” y a que piensen y hablen bien una de la otra: una tiene una función profética, la otra sacramental, ambas deberían complementarse.

Kin Sheung cree que la prensa occidental no ayuda al hablar de “persecución” y alimenta las reticencias del Gobierno chino, que siempre habla del cristianismo como una religión extranjera y trata de relacionarlo con la denostada época colonial.

Kin Sheung asegura en un par de ocasiones que no tiene sentido comparar la situación del cristianismo en China con su situación bajo los regímenes comunistas de Europa Oriental y la URSS, aunque no explica por qué no. Esta comparación la hace con cierta frecuencia el cardenal Zen, obispo emérito de Hong Kong.

El autor cree que las autoridades tienen dos obsesiones (u objetivos). La primera es la doctrina de “una sola China”, es decir, que el Vaticano reconozca que la isla de Taiwán debería formar parte de China. Admitir esto desde la diplomacia vaticana, señala Kin Sheung, no cambiaría la vida de nadie en la práctica, y en cambio ayudaría a la evangelización en el continente. Taiwán siempre será un puente hacia China, como pedía Juan Pablo II. 

La segunda obsesión es la de que la política china la definirán los chinos (más en concreto el Partido Comunista, pero con su infinidad de entes tecnócratas interpuestos) y no entidades extranjeras. Por eso, el Vaticano debería buscar fórmulas mixtas creativas para que los obispos designados cuenten con el aval vaticano tanto como con el estatal. Eso, piensa, bastará para mejorar el trato con el Estado y facilitar la evangelización de esta quinta parte de la humanidad. En China recuerdan que Estados Unidos necesitó 102 años para llegar a un acuerdo con el Vaticano sobre los nombramientos de obispos.


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Centrarse en evangelizar... y formar bien católicos
El autor anima a la Iglesia a no enfrascarse en debates sobre la forma de gobierno en China, las libertades o la democracia. Cree que la Iglesia ha de centrarse en su función básica: anunciar el Evangelio –es un primer anuncio a paganos, una misión ad gentes- y construir comunidades cristianas vivas.

Aunque las obras de caridad o sociales ayudan a evangelizar con un testimonio vivo y cercano, en el entorno burocrático del país, y dada la debilidad de la Iglesia local, no deberían ser prioritarios. El Estado no va a dejar que se hagan escuelas católicas, apenas permitirá algunas ONGs, orfanatos para bebés enfermos, algún dispensario rural, etc... Es mejor centrarse en evangelizar y formar bien a los católicos en doctrina, moral, espiritualidad y vida comunitaria.

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Kin Sheung Yan, autor del libro,
es doctor en Misionología por la Gregoriana
y vive en Shanghai


Kin Sheung cree que las verdaderas dificultades para evangelizar china son internas y sociales. Por un lado, mucho clero está poco formado, y muchos laicos son de entornos rurales, se aferran a una religiosidad de oraciones repetidas y rituales, con poco conocimiento de la Biblia, poco sentido de pueblo de Dios y sin capacidad de evangelizar fuera de su entorno. A las religiosas, que son muchas y tienen bastante margen de maniobra, se les debería formar más y mejor y capacitar para diversas tareas de liderazgo y animación.

Además, el materialismo consumista está golpeando con fuerza en China.  Ya se nota en las vocaciones. Dos de los mayores seminarios, el de Sheshan y el de Zhongnan, que tenían unos 180 y 140 seminaristas respectivamente hacia el año 2000, hoy tienen menos de 70 y de 40. “En términos generales, las vocaciones se han reducido a la mitad”, en menos de dos décadas.

Un país más permeable de lo que parece 
Kin Sheung insiste en que China debe encontrar su propio camino social y político, que no será el de Occidente y que no puede compararse con el de Occidente. El país es muy grande y mucho más permeable de lo que puede parecer, con espacio a propuestas creativas.

Decenas de miles de taiwaneses van y vienen de su isla a la China continental y hacen negocios o estudios o son simples turistas. Cientos de miles de chinos viajan a Europa y a otros países a estudiar y comerciar. En un país tan grande se están experimentando distintas formas de gobierno local y de participación popular.

A nivel académico, hay en el país ejércitos enteros de sociólogos y politólogos cuya única función es observar el mundo y observar China y reflexionar sobre cómo obtener la mejor síntesis. En este entorno muy amplio, la Iglesia tiene también espacios para crecer y hacerse presente. La clave, insiste el autor, está en pasar de una iglesia pasiva, de laicos acostumbrados a replegarse en lo devocional, a convertirse ahora en una Iglesia activa, evangelizadora, cada vez mejor formada y más dinámica.

Al otro lado de la Gran Muralla, retos y perspectivas del cristianismo en China, es un libro de lectura ágil, visión amplia de la situación, con un buen resumen de la historia del cristianismo en China, sus fallos y aciertos, y sus diferencias con Occidente, y con una serie de recomendaciones misioneras y evangelizadoras que, como mínimo, hacen pensar y animan a ir más allá de la pasividad, no solo para anunciar el Evangelio en Oriente, sino también para hacerlo en nuestros entornos occidentales.

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