32. Prédica del
Acólito.
(Lavatorio de manos y Orad, hermanos)
Ha llegado la Navidad. Estamos en Roma donde vive el Papa. Estamos un poco
tristes y desilusionados. Allí no hay regalos en Navidad. Recién llegan en
Epifanía, la fiesta de los reyes magos. El nombre grecolatino de esta fiesta
tan grande "Epifanía" suena en la lengua italiana como
"Befana". Es para esa fecha que en Roma se hacen las compras y cuando
se entregan los regalos. Por eso los niños italianos piensan más en
"Befana" que en Navidad.
Acudimos a una antigua Iglesia dedicada a la Virgen María, "Aracoeli".
Esto quiere decir "Altar del Cielo". Nos han contado que allí hacen
la prédica los niños. ¿Los niños predican? Esto no lo hemos visto nunca. ¿Quién
no quiere ver tal cosa? El camino lleva a una plaza con mucho tráfico
"Piazza Venezia". Allí está, como una torta gigantesca de mazapán el
monumento nacional. Unos pasos más y llegamos a la escalera que lleva al
municipio que se llama "El Capitolio". Luego unas escaleras con cien
gradas que conducen hasta Aracoeli. En la antigüedad se encontraron allí el templo
del dios capitolino, Júpiter, donde solían terminar las marchas de triunfo.
La Iglesia está llena de niños. Se reúnen alrededor del nacimiento. El
nacimiento se ha armado sobre un altar lateral. Junto a la próxima columna se
ha construido un ambón, más pequeño que los púlpitos grandes que utilizan los
sacerdotes. Hacia este ambón los niños forman una cola larga, larga.
Justo en esto momento un muchacho italiano baja del púlpito. ¿Qué digo? Corre y
salta hacia abajo hasta los brazos de su mamá. Enseguida otro trepa hacia
arriba. Su cabeza llena de rizos apenas se asoma porque el borde es muy alto.
Pero hay solución para ello. Allí hay un banquito. Se para encima y así es
visible a todos los que se encuentran abajo. Una venia hacia el Niño del
pesebre y luego comienza la prédica. Su voz clara permite que se escuche todo.
Cuando dice algo importante hace un movimiento elegante con la mano derecha.
Cuando habla del niño Jesús lo indica con el dedo. Lo que dice tiene cierta
semejanza a nuestras poesías de NAVIDAD, La gente, esencialmente los padres y
los abuelos escuchan con suma atención. Al final no dice "Amén" sino
le sopla un beso alegremente al Niño Jesús. Contenta lo abraza luego la abuela:
"Has predicado muy bien".
¿Habría que introducir esta costumbre también entre nosotros? No es necesario.
Solamente necesitamos conservar la costumbre. No sólo en Navidad - todos los
días el acólito le dice una predica al párroco. ¡Sí señor! El acólito, aunque
sólo tuviera siete años le da una homilía al señor párroco.
Se realiza de la siguiente manera: Se han pronunciado las oraciones del
ofertorio. Luego viene el acólito hacia el altar. En su mano izquierda lleva un
pequeño plato, en la derecha una jarra y colgado del brazo una pequeña toalla.
Por si acaso, debe ser una jarra y no sólo una vinajera que no se ve! El
sacerdote extiende sus manos y el acólito le echa agua en las manos - esto es
una prédica. Sin palabras, sino pronunciar largas oraciones le dice al que
celebra: "Lo que sucederá ahora en el altar, lo tienes que hacer con un
corazón puro y límpido". A lo mejor esta es la predica más potente que se
ofrece en la Santa Misa.
En cierto lugar un sacerdote desconocido celebraba la misa dominical. Le tocó
acolitar al pequeño Valentín. Cuando luego del ofertorio se acercó con jarra,
plato y toalla, el sacerdote lo rechazó disgustado: "Hoy en la mañana me
he lavado las manos". Tristemente Valentín tenía que regresar con todo. El
sacerdote estaba en un error. No sabía que no se trataba de sus manos sino de
su corazón. Menos aun sabía que el acólito le estaba hablando y quería
despertar en él la súplica: "Señor, lava mi culpa. Límpiame de mis
pecados".
Con ocasión de la prédica sin palabras el acólito podría rezar quizás así:
"El Señor te conceda ti y a mí y a todos nosotros un corazón puro".
Esto es una súplica para la consagración y la comunión que luego se celebran.
Pero el párroco no puede permitir que el acólito lo supere. Él debe tener la
última palabra. Dice también una homilía cortísima: "Orad, hermanos, para
que este sacrificio, mío y vuestro, sea agradable a Dios Padre
todopoderoso". Esta homilía breve hubiera podido ser más corta aún,
quizás: "Oremos". Esta homilía es un poco como el director de
orquesta que levanta la batuta y dice: "¡Atención! ¡Esforzaos!" Es
que comienza ahora el gran cántico de la acción de gracias. La
respuesta-oración de los fieles puede omitirse pero también se puede dar con la
frase: "El Señor reciba este sacrifico de tus manos para gloria y alabanza
suya, para nuestro bien y el de toda su Iglesia santa".
La pequeña predica muestra que el párroco en su interior no está tan seguro
como pueda parecer exteriormente. Busca la ayuda de sus fieles. Preocupado
pregunta si Dios le aceptará esta santa Misa. Siente una responsabilidad por la
salvación del mundo entero. Entonces no importa si hablamos en voz alta o baja,
si contestamos con palabras o sólo con el corazón, lo que importa es que
ayudemos, que oremos todos los que estamos juntos al sacerdote.
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