33. Hasta la corona.
(Oración sobre las ofrendas)
Santa Isabel fue una princesa real, hija del rey Andrés de Hungría. De niña con
cuatro años fue llevada desde Hungría a Eisenach. Ella debería llegar a ser
duquesa de Turingia como esposa del Landgrave Luis. Un día se celebraba la
fiesta de la Asunción de la Virgen María al cielo, el día 15 de agosto. La
anciana Sofía de Turingia, madre del landgrave, bajaba del castillo cerca de
Eisenach a la ciudad para visitar con sus hijos la Iglesia de Nuestra Señora de
los caballeros alemanes. Allí se celebraba la santa Misa con especial
solemnidad. Las princesas llevaban sus vestidos más hermosos. Adornaban su
cabello con sendas coronas de oro. Isabel llevaba una especialmente preciosa.
Las damas se arrodillaron en las bancas del coro. Allí se encontraba un enorme
crucifijo. Isabel contemplaba la cruz, Miraba y miraba. Luego se quitó la
corona, la colocaba a los pies de la cruz y se prosternaban ante el Señor de
dolores. La madre del landgrave le susurró: "La gente se está
riendo". Isabel dijo: "El buen Jesús es coronado de espinas agudas.
Me burlo de Él si llevo una corona de oro". Lloraba tanto que tenía que
secar las lágrimas con el borde de su manto real.
Santa Isabel ya era viuda a los veinte años. Su esposo falleció de una epidemia
en Italia al preparar una cruzada hacia Jerusalén. Cuidaba de los enfermos. No
permitía que en el castillo ser servía buenas comidas mientras que los pobres
sufrían necesidad. Por eso abandonó el castillo y vivía en una casa
semi-derrumbada como los pobres. En un pequeño hospital servía como enfermera a
la gente pobre y enferma. Se arrodilló delante de ellos y les lavaba los pies,
y les vendaba las heridas.
En la iglesia colocaba en el día de fiesta su corona de oro a los pies de la
cruz. Con esto ha dicho: "Todo lo quiero sacrificar, todo lo quiero dar
por mi Jesús crucificado". Lo ha llevado a la practica. Al quedar viuda
luego de la muerte de su esposo ha renunciado a su corona y a su dignidad de
princesa y no ha aceptado el gobierno de su comarca. Vivía como pobre
franciscana. Es allí donde se volvió princesa de verdad ante Dios, llegó a ser
santa.
Así debe ser también nuestra ofrenda ante Dios. En la oración sobre las
ofrendas expresamos nuestra entrega. Decimos: "Acéptalo". En la mano
de Dios colocamos nuestra propia voluntad, nuestro corazón. Sin embargo, es
fácil decir algo y rezar así. Difícil es llevarlo a la práctica. La verdadera
ofrenda se realiza no tanto en la iglesia sino en casa, al jugar y en las cosas
serias. Cuando nos despojamos del egoísmo y del empecinamiento, cuando
renunciamos, cuando no somos los primeros sino los últimos, entonces no sólo
hacemos un teatro de como despojarse de una corona sino lo hacemos de verdad.
Duele. Pero nos proporcionará bendición sobre bendición porque nos permite
llegar a ser santos.
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