No es necesario rebautizarse
Henry Vargas Holguín, aleteia
Es propio de los seres humanos tomar constantemente decisiones que pueden conducir a la persona por muchos caminos. Algunas de estas decisiones son irrelevantes, otras no y otras son muy trascendentales. Son decisiones de todo tipo, decisiones que abarcan todo aspecto de la vida, decisiones que con el tiempo se revelarán acertadas o no.
Es propio de los seres humanos tomar constantemente decisiones que pueden conducir a la persona por muchos caminos. Algunas de estas decisiones son irrelevantes, otras no y otras son muy trascendentales. Son decisiones de todo tipo, decisiones que abarcan todo aspecto de la vida, decisiones que con el tiempo se revelarán acertadas o no.
Una de estas decisiones trascendentales tiene mucho que ver con la relación con Dios; y, en el caso de los católicos, dicha relación con Dios pasa por la Iglesia.
Para muchos esta relación ha sido constantemente feliz, serena y fructosa. En otros casos es una relación tibia y esporádica, para algunos se trata de una relación de constante y total indiferencia y, finalmente, para otros, de odio y de rechazo abierto.
Algunos de estos dos últimos grupos optan por “abandonar” todo vínculo con la Iglesia. Pongo la palabra abandonar entre comillas pues si estas personas han recibido válidamente el sacramento del bautismo, seguirán siendo miembros de la Iglesia.
No podrán por tanto dejar la Iglesia, pues siempre pertenecerán a ella por el principio canónico de que una vez católico, siempre se es católico; o sea si la persona fue bautizada y, por alguna razón, se aleja, aun así continúa siendo católica.
Recibir el sacramento del bautismo en la Iglesia vincula a la persona a la Iglesia por siempre. Y ser miembro de la Iglesia no es cuestión de una simple afiliación a la misma, como tampoco es como hacerse socio de un club en el que, con un carnet, me apunto y me desapunto cuantas veces y por cualquier motivo quiera.
Por eso, en caso de retorno a la Iglesia, incluso de un apóstata, la persona no tiene que ser rebautizada, porque el bautismo es uno de los sacramentos que imprime carácter.
La Iglesia no es una institución que mantenga ficheros de sus “afiliados”, pues la Iglesia es madre y como toda madre normal no lleva un archivo de sus hijos.
Y aunque un hijo podría renegar de su madre y abandonarla, la madre nunca renegará de su hijo; el hijo siempre será su hijo y la madre siempre será su madre. De la misma manera, la Iglesia lleva a sus hijos en lo profundo de su corazón aunque algunos de sus hijos decidan abandonarla.
Lo que en realidad pasa es que se abandona la práctica de la fe, la vivencia de los sacramentos, el crecimiento espiritual.
¿Por qué algunos católicos se marginan de la Iglesia?
Los fieles que han optado por abandonar la Iglesia han tenido diferentes motivaciones: unos han sido presa de la confusión al desconocer la auténtica identidad de la Iglesia, y han preferido frecuentar algunas propuestas de ‘fe’ muy humanas. Otros se han echado encima una carga tan pesada de pecados que piensan que todo está perdido, y no es así.
En otros casos los fieles creen que, por la ley de lo más fácil, mantenerse al margen de la Iglesia es lo mejor y más cómodo. Otros han crecido en un ambiente familiar en donde apenas existe alguna tímida vivencia de la fe y acaban por perder todo vínculo con la Iglesia.
También los hay que dejaron la Iglesia por dejadez. No ven el por qué de lo que la Iglesia enseña, pide y espera de sus miembros. Otros abandonan la Iglesia por enfado, por desilusión. Se cree que los pecados de los hijos de la Iglesia hacen a la Iglesia pecadora, pero no es así.
Muchos otros han dejado la Iglesia porque se les ha enfriado el amor y el interés por ella, se duda de su honestidad, se le juzga bajo la lupa de la sospecha y se han escandalizado de los pecados de algunos fieles de la misma, incluso de quienes deberían recibir un buen ejemplo de fe.
En otros casos son las preocupaciones de la vida cotidiana las que absorben toda la atención y a las que se les da prioridad; se cree que Dios no tiene nada que decir o hacer.
Otros han recibido, con culpa o sin culpa, duros golpes en la vida que han sido una tentación para enfadarse con Dios y por tanto dejan toda práctica religiosa en la Iglesia. En otras personas hay alguna razón que a veces ni los mismos fieles pueden explicar con exactitud.
En fin, razones para dejar la Iglesia no faltan. Pero las motivaciones para volver a la Iglesia son también muchas, más numerosas y de mucho peso. En todo caso las personas que quieren volver no tendrán las puertas de la Iglesia -y de la iglesia parroquial- cerradas.
No importa por cuánto tiempo el fiel haya estado alejado de la Iglesia, siempre puede volver a casa. No importa por qué se fue o por qué dejó de ir a misa, siempre puede volver a la fe católica y practicar los sacramentos. No importa la causa, todos son bienvenidos de nuevo a la Iglesia y algo siempre habrá que hacer.
La Iglesia, como Jesucristo mismo, exulta de gozo cuando un fiel regresa. Recordemos las parábolas de la oveja perdida, del hijo prodigo. “Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por 99 justos que no tengan necesidad de conversión” (Lc 15, 7).
Y, efectivamente, algunos de estos fieles que han “abandonado” la Iglesia regresan al descubrir tarde o temprano lo equivocada que fue la decisión personal de abandonarla.
En el fondo del corazón descubrieron que, si se mira sin prejuicios la esencia de la Iglesia, la plenitud de la verdad y de la gracia está en ella.
Como también se da el caso de quienes, no conociendo la Iglesia o que nunca habían sido católicos, han descubierto su riqueza insondable y quieren conocerla a fondo e, incluso, después de un camino de formación, incorporarse en plenitud a la misma.
Una persona que regresa al seno de la Iglesia es porque se ha dado cuenta del valor que ella tiene. Es una persona que abraza realmente la Iglesia a conciencia y quiere formar parte de ella no por tradición, costumbre o por inercia sino por convicción, y con la convicción de que la Iglesia que Jesucristo fundó es la católica.
Una persona que quiere volver puede ir a ver al sacerdote de la parroquia a la cual se pertenezca en razón del domicilio o ir a una comunidad religiosa que más le llame la atención e iniciar un diálogo con algún sacerdote, religioso o religiosa. Si es el caso, el sacerdote o el(la) religioso(a) podrá derivar el caso al obispo de su diócesis acompañando a dicho fiel.
El diálogo es importante, pues sin diálogo no existe familia ni fraternidad. Por eso el fiel es invitado a venir y hablar y dar así el primer paso de regreso.
El párroco o los religiosos le indicarán a la persona qué hacer. Si tras ser bautizado no ha recibido los sacramentos de iniciación cristiana (comunión y confirmación) pues será preparado para ello pasando primero por el sacramento de la confesión.
Una vez recibidos estos sacramentos, el fiel podrá contar con un seguimiento junto a algún cursillo personalizado de formación en la fe.
Si el fiel reingresa con los sacramentos de iniciación cristiana pues se mirará qué más habrá que hacer; incluyendo, en muchos casos, la preparación al sacramento del matrimonio.
La Iglesia siempre acoge a sus hijos como lo hace Cristo pues los dos son una única e indisoluble unidad y realidad, la Iglesia es el cuerpo místico de Cristo. Y Cristo, como la Iglesia, está para acoger a los pecadores; Cristo la fundó para acoger y servir a pecadores.
Cristo, cuando hablaba con las personas, no hablaba solo con sus discípulos, hablaba con ladrones, publicanos, prostitutas, etc. De manera pues que la Iglesia (una, santa, católica y apostólica) es el lugar de encuentro con Cristo, y allí es donde todos nos encontramos con Él como el médico que sana.
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