59. El rey de España viene de visita.
(El buen comportamiento en la iglesia)
María Pía, que tenia cuatro años y medio, acompaña a su papá, al Dr. Müller a la Misa dominical. Se santigua con el agua bendita y corre hacia la tercera banca, la preferida de los Müller, dobla la rodilla y se sienta en la banca hojeando el libro de cantos. Cuando comienza la Misa tiene mucho que mirar y admirar. Pero cuando comienza el evangelio y la prédica para la cual el párroco "busca y no encuentra el Amén", la señorita Maria Pía Müller se levanta, se quita el abrigo, lo extiende en la banca, se echa encima y se duerme en el acto. Todos sonríen. Sólo la señorita profesora se indigna por la mala educación de la niña. El papá se da cuenta y piensa: "¡Dejémosla! A lo mejor el párroco se da cuenta y acorta la prédica".
La pequeña dama es aun muy joven para conocer el buen comportamiento en la iglesia.
Más tarde, antes de pasar a la banca, doblará profundamente la rodilla. Doblar la rodilla achica a la persona. Uno piensa en ese momento: Dios es infinitamente grande, yo soy tan pequeño, yo necesito de su ayuda.
Luego se arrodillará en la banca. Sólo gente mal educada se tumba enseguida en el asiento. Los que se arrodillan han pensado de alguna manera en los reyes magos del oriente: "Entraron en la casa y encontraron al niño. Se prosternaron y lo adoraron". Echarse de rodillas ante Dios significa glorificarlo, adorarlo. Eso es verdaderamente necesario cuando encontramos al "Niño", a Jesucristo que está presente en persona.
El momento de arrodillarse no dura mucho.. Uno se para porque quiere escuchar y cantar el gloria y la oración del día. Cuando en Inglaterra se entona el himno de la reina, cuando en una reunión solemne se entona el himno nacional, entonces todos se ponen de pie. Con eso se expresa el honor que se tributa a lo que canta el himno. Es por eso que nos ponemos de pie cuando más tarde viene el evangelio. Allí viene Jesucristo para hablar con nosotros.
Pronto viene la postura preferida, sentarse. Pero estar sentado no quiere dar oportunidad para descansar. Es como uno se sienta en la mesa para bendecirla. Sirve para recogerse. Antes del almuerzo han ido de una parte a otra. Ahora nos sentamos. Uno se calma. Así se puede rezar. De esta manera debería ser también en la Santa Misa. Comienza la proclamación de la lectura. Uno se siente y se recoge. El monje en la abadía se coloca la capucha en la cabeza para que nada le distraiga, ni a la derecha ni a la izquierda. Uno está sentado y escucha la Palabra de Dios en la lectura y luego en la prédica.
Así varían la postura durante la celebración. Cada vez es adaptada al momento preciso. Todos la asumen porque en la celebración somos un solo corazón y una sola alma. Por supuesto, él que es inválido o enfermo hace lo que puede.
Terminó la liturgia. Uno no sale corriendo. El caminar también es distinto como es distinto el caminar en una procesión. El caminar se vuelve pausado. Uno ve que los acólitos están mal formados cuando vienen al altar medio corriendo, empujando como quien quiere llegar primero al reparto del chocolate. El caminar en la iglesia y en la procesión tiene un carácter propio. Es como si Cristo hubiera llamado: "Ven y sígueme", como si caminara delante de nosotros y nos guiara.
En fin, también en la vida diaria tenemos que comportarnos como si el rey de España llegara de visita en cualquier momento. ¿Y eso lo logramos cuando Dios está presente?"
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