61. El hombre como altar
(Cáliz y Altar)
En la ciudad de Essen - Werden (Alemania) en la capilla de una antiguo claustro se conserva el cáliz más antiguo de Alemania. Se utiliza desde hace mil doscientos años. San Ludgero de Münster y Werden lo ha utilizado primero.
Al lado opuesto de la región del habla alemana existe del cáliz de Tassilo en el convento de Kremsmünster. Es casi tan antiguo como el cáliz de San Ludgero. Se lo utilizó por primera vez en la celebración de las bodas del duque Tassilo.
El cáliz más antiguo en Colonia es el cáliz de Eriberto de la basílica de los Santos Apóstoles. Aunque tenga quinientos años menos que los cálices de Werden y Kremsmünster es tan bello que uno no acaba de contemplar todo lo que cuenta.
En los museos o tesoros de las grandes catedrales existen cálices de tanto valor que te corta la respiración sólo el mirarlos.
Sin embargo, el Papa Pió XI que anteriormente había ordenado antiguas bibliotecas y tesoros (murió en 1939) solía decir: "El Cáliz más precioso es aquel que me regaló el obispo Sloskans". - La historia es la siguiente.
En Rusia no se permitía que haya obispos católicos. En el año 1925 el Papa envió secretamente un arzobispo a Rusia. Este ordenó en secreto a nuevos obispos católicos, a uno en un sótano, a otro en una casa solitaria. Los nuevos obispos podían ordenar nuevos sacerdotes, podían administrar el sacramento de la confirmación, podían confirmar a los fieles en la fe. Pero hubo un traidor. Duró sólo un año o dos y la GPU, la policía secreta de Rusia, había capturado a todos los nuevos obispos y los había encarcelado. Uno de los nuevos obispos se llamaba Sloskans. A él se le envió a un campo de concentración en el norte de Rusia, cerca del mar del polo norte. El poeta Solchenizyn ha descrito en detalle la realidad de estos campos de concentración de manera tan sobrecogedora que los que eran comunistas se alejaron del comunismo.
En ese campo de concentración el obispo Sloskans fue llevado a una súper-cárcel. Era un pequeño sótano en una torre fortificada que estaba destinado para prisioneros especialmente odiados. El cuarto estaba húmedo, lleno de bichos. Las veinte personas a los que juntaron allí, tenían suficiente lugar solamente para pararse, tan pequeño era ese sótano. Día y noche tenían que estar de pie. Entonces reflexionaban y se juntaron apretándose uno contra otro para que siquiera uno tuviera suficiente lugar para echarse. Por turno podían así descansar por una hora.
En la conversación se vio que algunos de los prisioneros eran católicos. Otros eran ortodoxos llenos de fe y piedad. Así la prisión se convirtió en una iglesia. Día y noche rezaban unos con otros. Un día uno de los prisioneros dijo un día: "Ojalá el señor obispo pudiese celebrar la Misa". Esto lo escuchó uno de los guardianes que estaba allí por breve tiempo de reemplazo. En la oscuridad, con mucho secreto, consiguió pan blanco y un poquito de vino. Uno de los prisioneros tenía la base de un vaso. Tenía mal aspecto, peor como si lo hubieran sacado de la basura. El obispo se acostó en el único lugar donde se podía descansar. Encima de su pecho, sobre el sucio saco del uniforme de la prisión puso el pan y la base del vaso con el vino. Dijo las palabras de la Santa Misa que sabia de memoria, especialmente la anáfora con las palabras de la última cena y la consagración. A cada uno le dio la comunión. Gruesas lagrimas en los rostros y barbas evidenciaban la emoción de tener a Jesús junto a ellos. Cada vez cuando el guardia de reemplazo estaba de servicio pudieron repetir la celebración. Los prisioneros especiales dijeron: "De otra manera no hubiéramos sobrevivido".
Este duro encarcelamiento duró varios años. Un día, con ocasión de un intercambio de prisioneros sacaron al obispo Sloskans, Lo llevaron a la frontera y le dieron la libertad. Entonces el obispo pudo relatar al Papa todo lo que había vivido. Le regaló al Papa la base del vaso que le había servido de cáliz para celebrar la Santa Misa. El Papa colocó este pobre vaso entre los recuerdos más preciosos que tenía. Dijo: "Este es el cáliz de más valor en el mundo". Puso su mano sobre le pecho del obispo y dijo: "Este es el altar más precioso del mundo".
El Papa tenía razón. Este pobre pedazo de lata había llegado a ser precioso por el sufrimiento y la valentía de los prisioneros y por el deseo de recibir a Cristo. El pecho del obispo quien, acostado en el único lugar de descanso de la prisión lo utilizó como altar, era de más valor que los más ricos altares de mármol.
En lo que se refiere a los cálices y demás utensilios de la santa Misa no son el oro, la plata o las piedras preciosas que deciden su valor sino el deseo de Cristo en aquellos que los utilizan - y la valentía con la que sufren por Cristo.
Cuando en el vaso de lata estaba la Sangre de Cristo, entonces tiene mas valor que la vajilla de oro del presidente Omruburu. Cuando el cristiano en su pecho, como el obispo encarcelado, en sus manos y sus labios como todos que comulgan, lleva el cuerpo de Cristo, entonces ese cristianos vale más que una tiara de los más hermosos brillantes y perlas. Entonces sucede como en el cuento de la cenicienta: el niño más pobre y miserable es hermosísimo, porque le han dado lo más hermoso que existe: La Santa Misa.
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