49. ¿Quién irá?
(Podéis ir en paz)
"¿Quién irá?" preguntó el Papa al final de la
Santa Misa que había celebrado en las cuevas subterráneas, en las catacumbas.
¿"Quién irá?" Lo que quería decir era:
"¿Quién lleva la santa comunión a la cárcel y a los enfermos?" La
persecución de los cristianos había recrudecido. Un adulto no podía atreverse
de visitar a los muchos cristianos en la cárcel. Enseguida lo tomarían preso.
El joven Tarcisio se acercó al Papa: "¡Santo Padre, escógeme,
envíame!" El Papa contestaba un poco azaroso: "Recién tienes quince
años, hijo mío. Eres demasiado joven. ¿Quién podría ayudarte cuando tienes
problemas?" Dijo Tarcisio: "Santo Padre, soy el mejor en los
deportes. Yo puedo solucionar los problemas. Además es muy temprano. Nadie
camina por las calles". El Papa cedió. Con mucho cuidado colocó el pan
sagrado, el cuerpo de e Cristo, en un pequeño recipiente.
El recipiente lo colocó en un lienzo. El lienzo lo amarró en
el cuello del joven. Puso encima la toga, una especie de abrigo. Preparado así
el joven Tarcisio partió antes de que los demás salieran de las catacumbas.
Caminó hacia la ciudad de Roma en la primera aurora. Los
guardias de las puertas de la ciudad lo dejaron pasar. Las calles estaban
vacías. Tarcisio caminaba con mucho recogimiento. Él sabía lo que llevaba y lo
que hacía. Al acercarse a la cárcel escuchó un griterío salvaje. Un grupo de
muchachos callejeros corría por allí. Jugaban y peleaban. Uno de ellos
reconoció a Tarcisio: "Vaya, ya te levantaste. ¿De dónde vienes? ¿Qué es
lo que llevas con tanto cuidado?" Comenzó a jalar del abrigo. Pero
Tarcisio lo rechazó con la mano libre.
Entonces el otro gritó: "¡Golpéenlo! Tarcisio es uno de
los perros cristianos. Está llevando un secreto. ¡Aplástenlo!" Toda la
banda se le vino encima. Tiraban piedras. Tarcisio cayó de bruces y pudo así
proteger con el cuerpo el receptáculo con el santísimo sacramento. Los
muchachos lo empujaban, lo pateaban y trataban de voltearlo. Tarcisio se
desmayó porque alguien le dio un puntapié en la cabeza.
Se escuchó el paso firme de un soldado. Con mano firme
arrojó a un lado a los malvados. Uno después del otro huyó. El soldado cargó en
sus brazos a Tarcisio que yacía en el suelo como muerto, y lo llevo a la
tercera casa de la calle. Sabía que vivía allí una dama cristiana. El oficial
cristiano escondió el recipiente con el cuerpo de Cristo bajo su manto rojo y
lo llevó a la cárcel. Allí lo entregó al carcelero cristiano y luego fue a
visitar a los enfermos que estaban esperando a Jesús.
Tarcisio murió por las heridas que la habían causado los
muchachos malvados. Un Papa posterior con el nombre de Dámaso ha compuesto una
inscripción acerca del joven mártir y la hizo grabar en una tabla de mármol
para que no caiga nunca en el olvido la hazaña de Tarcisio.
"¡Podéis ir en paz!" Esta es nuestra misión al
final de cada Santa Misa. Quizás habrá personas que nos harán grandes
dificultades cuando queremos llevar a Cristo al mundo. Quizás nos atacarán.
Quizás nos darán trabajo. Nos persiguen en el colegio y en la empresa. Querrán
arrastrarnos a sus maldades y pecados. Nosotros guardamos dentro de nosotros el
misterio de Cristo. Nadie no los podrá quitar. Por eso rezamos en el momento de
la santa comunión: "No permitas que seamos separados de Ti".
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