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miércoles, 2 de septiembre de 2020

Evangelio del día

ChristianArt 
 
Lucas 4, 38-44 Puso sus manos sobre cada uno y los curó
 
 
Jesús curando al enfermo, pintado por Gebhard Fugel (1863-1939), pintado hacia 1920, Óleo sobre tela © Dommuseum Freising, Baviera, Alemania
En aquel tiempo, Jesús salió de la sinagoga y entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron a Jesús que hiciera algo por ella. Jesús, de pie junto a ella, mandó con energía a la fiebre, y la fiebre desapareció. Ella se levantó enseguida y se puso a servirles. Al meterse el sol, todos los que tenían enfermos se los llevaron a Jesús y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los fue curando de sus enfermedades. De muchos de ellos salían también demonios que gritaban: “¡Tú eres el Hijo de Dios!” Pero él les ordenaba enérgicamente que se callaran, porque sabían que él era el Mesías. Al día siguiente se fue a un lugar solitario y la gente lo andaba buscando. Cuando lo encontraron, quisieron retenerlo, para que no se alejara de ellos; pero él les dijo: “También tengo que anunciarles el Reino de Dios a las otras ciudades, pues para eso he sido enviado”. Y se fue a predicar en las sinagogas de Judea






Bulle
Venerable Madeleine Delbrêl (1904-1964)
laica, misionera en la ciudad.
La alegría de creer (La joie de croire, Seuil, 1968), trad. sc©evangelizo.org

El desierto de la multitud
La soledad, oh mi Dios,
no es que estemos solos,
es que tú estás ahí,
ya que enfrente de ti todo deviene muerte
o todo se convierte en ti. (…)
Somos un poco niños si pensamos
que esta gente reunida,
es tan grande,
tan importante,
tan viviente,
como para cubrirnos el horizonte
cuando miramos hacia ti.
Estar solo,
no es haber sobrepasado a los hombres,
o haberlos dejado.
Estar solo,
es saber que eres grande, oh mi Dios,
que sólo tú eres grande,
y que no hay diferencia considerable entre
la inmensidad de los granos de arena
y la inmensidad de vidas humanas reunidas.
La diferencia, no altera la soledad,
ya que lo que hace esas vidas humanas
más visibles a los ojos de nuestra alma
y más presentes,
es la comunicación contigo,
es su prodigiosa semejanza
al único que es.
Es como una parte tuya,
parte que no hiere la soledad. (…)
No reprochemos al mundo,
no reprochemos a la vida,
ocultarnos el rostro de Dios.
Encontremos este rostro, él velará,
absorberá todas las cosas. (…)
No importa nuestro lugar en el mundo,
no importa si está poblado o despoblado,
en todas partes somos “Dios con nosotros”,
en todas partes somos Emmanuel.


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