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Lucas 4, 38-44 | | Puso sus manos sobre cada uno y los curó |
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Jesús curando al enfermo, pintado por Gebhard Fugel (1863-1939), pintado hacia 1920, Óleo sobre tela © Dommuseum Freising, Baviera, Alemania |
En aquel tiempo, Jesús salió de la sinagoga y entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron a Jesús que hiciera algo por ella. Jesús, de pie junto a ella, mandó con energía a la fiebre, y la fiebre desapareció. Ella se levantó enseguida y se puso a servirles. Al meterse el sol, todos los que tenían enfermos se los llevaron a Jesús y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los fue curando de sus enfermedades. De muchos de ellos salían también demonios que gritaban: “¡Tú eres el Hijo de Dios!” Pero él les ordenaba enérgicamente que se callaran, porque sabían que él era el Mesías. Al día siguiente se fue a un lugar solitario y la gente lo andaba buscando. Cuando lo encontraron, quisieron retenerlo, para que no se alejara de ellos; pero él les dijo: “También tengo que anunciarles el Reino de Dios a las otras ciudades, pues para eso he sido enviado”. Y se fue a predicar en las sinagogas de Judea
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El desierto de la multitud
La soledad, oh mi Dios, |
no es que estemos solos, |
es que tú estás ahí, |
ya que enfrente de ti todo deviene muerte |
o todo se convierte en ti. (…) |
Somos un poco niños si pensamos |
que esta gente reunida, |
es tan grande, |
tan importante, |
tan viviente, |
como para cubrirnos el horizonte |
cuando miramos hacia ti. |
Estar solo, |
no es haber sobrepasado a los hombres, |
o haberlos dejado. |
Estar solo, |
es saber que eres grande, oh mi Dios, |
que sólo tú eres grande, |
y que no hay diferencia considerable entre |
la inmensidad de los granos de arena |
y la inmensidad de vidas humanas reunidas. |
La diferencia, no altera la soledad, |
ya que lo que hace esas vidas humanas |
más visibles a los ojos de nuestra alma |
y más presentes, |
es la comunicación contigo, |
es su prodigiosa semejanza |
al único que es. |
Es como una parte tuya, |
parte que no hiere la soledad. (…) |
No reprochemos al mundo, |
no reprochemos a la vida, |
ocultarnos el rostro de Dios. |
Encontremos este rostro, él velará, |
absorberá todas las cosas. (…) |
No importa nuestro lugar en el mundo, |
no importa si está poblado o despoblado, |
en todas partes somos “Dios con nosotros”, |
en todas partes somos Emmanuel. |
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