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viernes, 18 de septiembre de 2020

Evangelio del día

ChristianArt
Lucas 8, 1-3Las mujeres que acompañaron a Jesús
Las Santas Mujeres en la Tumba, pintadas por William-Adolphe Bouguereau (1825-1905), pintadas en 1890,
Óleo sobre lienzo © Museo Real de Bellas Artes, Amberes, Bélgica 
En aquel tiempo, Jesús comenzó a recorrer ciudades y poblados predicando la buena nueva del Reino de Dios. Lo acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido libradas de espíritus malignos y curadas de varias enfermedades. Entre ellas iban María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios; Juana, mujer de Cusa, el administrador de Herodes; Susana y otras muchas, que los ayudaban con sus propios bienes.
Comentario
Benedicto XVI
papa 2005-2013
Audiencia General del  14/02/07 (trad. © Libreria Editrice Vaticana)

«Los Doce le acompañaban, incluidas algunas mujeres»
En el ámbito de la Iglesia primitiva la presencia femenina tampoco fue secundaria.
Debemos a san Pablo una documentación más amplia sobre la dignidad y el papel eclesial de la mujer. Toma como punto de partida el principio fundamental según el cual para los bautizados "ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer". El motivo es que "todos somos uno en Cristo Jesús" (Ga 3, 28), es decir, todos tenemos la misma dignidad de fondo, aunque cada uno con funciones específicas (1 Co 12, 27-30).
El Apóstol admite como algo normal que en la comunidad cristiana la mujer pueda "profetizar" (1 Co 11, 5), es decir, hablar abiertamente bajo el influjo del Espíritu, a condición de que sea para la edificación de la comunidad y que se haga de modo digno...  Ya hablamos de Prisca o Priscila, esposa de Áquila, que en dos casos sorprendentemente es mencionada antes que su marido (Hch 18, 18; Rm 16, 3); en cualquier caso, ambos son calificados explícitamente por san Pablo como sus "colaboradores" -sun-ergoús (Rm 16, 3). Hay otras observaciones que no conviene descuidar. Por ejemplo, es preciso constatar que san Pablo dirige también a una mujer de nombre "Apfia" la breve carta a Filemón (Flm 2), y conviene notar que en la comunidad de Colosas debía ocupar un puesto importante; en todo caso, es la única mujer mencionada por san Pablo entre los destinatarios de una carta suya. En otros pasajes, el Apóstol menciona a una cierta "Febe", a la que llama diákonos de la Iglesia en Cencreas, pequeña localidad portuaria al este de Corinto (Rm 16, 1-2). Aunque en aquel tiempo ese título todavía no tenía un valor ministerial específico de carácter jerárquico, demuestra que esa mujer ejercía verdaderamente un cargo de responsabilidad en favor de la comunidad cristiana. San Pablo pide que la reciban cordialmente y le ayuden "en cualquier cosa que necesite", y después añade: "pues ella ha sido protectora de muchos, incluso de mí mismo". En el mismo contexto epistolar, el Apóstol, con gran delicadeza, recuerda otros nombres de mujeres: una cierta María, y después Trifena, Trifosa, Pérside, "muy querida", y Julia, de las que escribe abiertamente que "se han fatigado por vosotros" o "se han fatigado en el Señor" (Rm 16, 6. 12a. 12b. 15), subrayando así su intenso compromiso eclesial.  
Asimismo, en la Iglesia de Filipos se distinguían dos mujeres llamadas Evodia y Síntique (Flp 4, 2): el llamamiento que san Pablo hace a la concordia mutua da a entender que estas dos mujeres desempeñaban una función importante dentro de esa comunidad.  
En síntesis, la historia del cristianismo hubiera tenido un desarrollo muy diferente si no se hubiera contado con la aportación generosa de muchas mujeres. (EDD)

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